Desde el éxito de Tiburón (Steven Spielberg, 1975) la presencia de los escuálos, tanto en cine como en televisión, ha sido constante. Ya sea con ideas cinematográficas donde la amenaza circunda a quien se deje, como Miedo profundo (Jaume Collet-Serra, 2016) o bien, El arrecife (Chris Kentis, 2003) así como en múltiples documentales broadcast o streaming, los tiburones conservan un público que les admira y les teme.

 

La idea escencial no cambia. En el mar estamos indefensos. A merced de la naturaleza, el ataque de un monstruo capaz de devorarnos, es una fantasía sádica. Eso sí, que le pase al otro, jamás a uno.

 

Megalodón (Jon Turteltaub, 2018) nunca será una gran película, pero cumple con su cuota de entretenimiento de la manera más digna posible porque logra exhibir una criatura realista, gigantesca y terrible con las branquias suficientes para competir contra Godzilla (Gareth Edwards, 2014) y el Tiranosaurio rex de Jurassic World, el reino caído (Juan Antonio Bayona, 2018).

 

Aunque, es necesario reconocerlo, también puede hacer frente a los excesos de Sharknado (Anthony C. Ferrante, 2013).

 

Sin embargo, lo relevante en Megalodón es ver a esta producción como un eslabón más en la enredada y controvertida relación entre Hollywood y la República Popular China.

 

Un vínculo que terminará en matrimonio.

 

Este acelerado acercamiento entre “capitalismo” y “comunismo” inició hace un lustro. Películas como La gran muralla (Zhang Yimou, 2016), el Oscar honorífico a Jackie Chan e inversiones multimillonarias donde el gigante Dalian Wanda Group ya es propietario de estudios en China continental y Estados Unidos, revelan el objetivo del maridaje: 1,355 millones de habitantes, a pesar de las políticas de “hijo único” impuestas por el gobierno.

 

Así, Megalodón es una rayita más al tigre (de Manchuria): en el mar de la China, una estación científica – con equipos de vanguardia – ha descubierto la nueva profundidad del océano. Con elementos de ciencia ficción, los espectadores podremos comprender las consecuencias de desafiar ecosistemas desconocidos.

 

Jonas Taylor (Jason Statham), Suyin (Li Bingbing), el estoico Dr. Zhang (Winston Chao), la pequeña Meiying (Shuya Cai), Toshi (Mazi Oka) y miles de extras en la playa no podrán sentirse seguros.

 

Comenzará un ejercicio de terror submarino cuyo principal atractivo será comprobar, en pantalla, los avances de la industria digital china. Aunque, por otra parte, surge el problema fundamental en Megalodón: una inmensa cantidad de referentes a cintas anteriores.

 

Héroe a quien su pasado lo tortura: ¿que importa más? ¿Cuántas vidas has dejado atrás o cuántas has salvado?; científico cuya sabiduría lo convierte en un arrepentido; capitalista sin corazón que, sin duda, recibirá su castigo; monstruo que avanza sobre una multitud oriental que chapotea con actitud Psy y su célebre Gangnam Style en un mundo colorido. Su cuerpo dejará,no su cuidado; serán ceniza, mas tendrá sentido; polvo serán, mas polvo enamorado.

 

Megalodón tiene suspenso. Hay partes divertidas que no se sienten forzadas. Eso sí, a fuerza de repetir la fórmula durante la proyección, el filme puede volverse un poco cansado, sobre todo en su desenlace.

 

Eso no impide reconocer audaces escenas que retan al más bragado. Jason Statham, Ahab recargado, se luce a tal extremo que logra presentar momentos que evocan a Moby Dick (John Huston, 1956) desde una perspectiva desquiciada.

 

Los mejores instantes en Megalodón le corresponden al gigantesco leviatán prehistórico. Mientras que en la legendaria Tiburón la clave fue esconder al pez, aquí es necesario verlo, de lo contrario la película ve reducido su interés.

 

El sentido del espectáculo parece haber sido bien digerido por los productores chinos. La muestra irrefutable de esto está en las patas de Pippin, perrito faldero cuya caída al océano, en el momento de mayor tensión está dirigida a todas aquellas almas sensibles que no soportan ver mascotas en peligro.

 

En la medida en que logra complacer a niños, adolescentes y adultos, Megalodón comprueba todo el provecho que las tradicionales películas serie B han obtenido a partir de la democratización de la tecnología digital.

 

Megalodón es una raya en el agua. Está producida para las audiencias más jovenes. Quizás por eso se queda en la superficie, evitando cualquier profundidad.

 

Y eso, aquí y en China, es manipulación.

 

Por Horacio Vidal

 

Sobre el autor

Horacio Vidal (Hermosillo, 1964 ) es publicista y crítico de cine. Actualmente participa en Z93 FM, en la emisión Café 93 con una reseña cinematográfica semanal, así como en Stereo100.3 FM, con crítica de cine y recomendación de lectura. En esa misma estación, todos los sábados de 11:00 A.M. a 1:00 P.M., produce y conduce Cinema 100, el único -dicen- programa en la radio comercial en México especializado en la música de cine. Aparece también en ¡Qué gusto!, de Televisa Sonora.

También te puede gustar:

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *