Leamos las aventuras de la Magaly Vásquez en el Defectuoso con ilustración del tremendo Oier Intxausti

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Ciudad de México.-

El otro día, mientras salíamos abrumadoramente agotadas y adoloridas del gimnasio (sí, voy al gimnasio no tanto para formar un cuerpo atlético, es sólo para sacar la modorra, el estrés, o los pensamientos inútiles que se acumulan en un día de ocio o de trabajo) decidimos regresar a casa en micro. Son unas cuatro largas cuadras que duelen cuando dejaste el ser y tu alma en el sudor que resbaló en una hora de ejercicios y contoneos.

El micro iba vacío y nos alegramos por ello. Cuando platicábamos, probablemente de un tema académico, o de política, o de un problema existencial amoroso o del feminismo (¡qué más!), comenzó una melodía que provocó que mi amiga y yo nos volteáramos a ver inmediatamente a los ojos: “¡son los Beatles!” exclamamos.

Olivia inmediatamente comenzó a bailar y a moverse al ritmo de la música. A partir de ese trance musical que nos iluminó el trayecto, me di a la tarea, casi mecánica en mi persona, de observarlo todo. El micro limpio, casi brillante, como si le hubieran dedicado, aunque sea una hora para pulirlo al estilo de los “lustra botas” en la plaza de Coyoacán y en la Alameda. Seguí observando y pensé: ¡Qué chofer tan limpio! ¡Qué raro! y ¡deleitándonos con ese gusto musical tan admirable! Cuando una parte de mi cerebro trataba de resolver esta maravillosa sorpresa microbusera, me fue inevitable recordar mis experiencias en los viajes por esta ciudad en transporte público, en las que la constante que anima el trayecto de los agotados Godínez, los trabajadores acalorados y los estudiantes con audífonos son unas rolas potentes de banda y corridos, los siempre previsibles compases de un ruidoso reguetón, o el sabroso candor de una cumbia que, de seguro, hace añorar el fin de semana de fiesta para todos aquellos que viven el calvario semanal de cruzar la ciudad desde todos sus puntos cardinales.

Como iba diciendo, seguí observando meticulosamente hasta llegar a la parte delantera del micro. El tablero, color rojo cromado, hacía o intentaba hacer juego con un crucifijo lo bastante grande para no pasar desapercibido. La mirada del Jesús sufriente me señalaba el volante que era tomado fuertemente por unas manos cubiertas con unos guantes negros. Al observar al conductor dije: “Mira, tiene el cabello largo, no sé si al estilo Cristo o al estilo Beatles”. Debo reconocer que fue una gran sorpresa percatarme que a quien miraba ese Jesús adolorido, así como iba yo con la friega del gimnasio, era una bella mujer. Sí, una mujer que rondando los 50 conducía ese peculiar microbús animado por la música de los Beatles.

Aún no me queda claro si por los Beatles, el Jesús, la limpieza de ese micro, o la presencia de una mujer al volante, el ambiente al interior se percibía relajado, con un sopor de tranquilidad que es poco común en el transporte público de la ciudad. Por otro lado, después me di cuenta que caí en un grave error al considerar desde un principio que lo más lógico en esta vida es dar por sentado que quien conduce este tipo de cacharros es un hombre. Porque eso es normal, es común. Porque son pocas las mujeres que han logrado hacerse de un lugar en este mundo con esencia y prácticas masculinas. Porque existen estereotipos alrededor de la idea de una mujer conduciendo un coche, aún más frente al volante de un autobús al estilo de Lola “la trailera.”

Aunque podemos ver mujeres en la mayoría de los espacios profesionales y laborales, también es cierto que aún existen nichos sesgados por las diferencias de género con las que las mujeres tienen que lidiar para poder ocuparlos. Las trabas, los menosprecios hacia la capacidad de las mujeres para llevar a cabo cualquier tipo de labor, hacen que aún en nuestros días tengamos que sorprendernos por la presencia de mujeres trabajando en el transporte público y privado, en el trabajo obrero y en las áreas profesionales hegemónicamente masculinas como las ingenierías, las ciencias exactas, o verlas en la dirección de puestos importantes en empresas o universidades y un largo etcétera.

La mujer “Beatle” es un ejemplo de lo que somos capaces de hacer las mujeres. No sabemos las condiciones, las razones que la llevaron a ese lugar; tendría que haberme acercado, decirle que me sentí frenéticamente orgullosa al descubrirla y que, como toda una científica social feminista (¡ándale!), me gustaría explorar su historia de vida para explicar cómo las mujeres luchamos por abrir puertas, por ocupar espacios que eran vedados para nosotras. Desgraciadamente, mientras pensaba todo eso, llegué a mi destino. Me bajé animada, la experiencia había estremecido mi cotidianidad por completo, al grado que me hizo escribir esto. Mientras todo eso meditaba, y el hambre apretaba mi estómago, el lustroso micro siguió su rumbo con una mujer al volante tarareando las canciones de los Beatles.

Por Magaly Vásquez

Ilustración de Oier Intxausti

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Sobre el autor

Margarita Vásquez Montaño, mejor conocida como Magaly o “la Maga”, es una sonorense que hizo del altiplano mexicano su segundo hogar. Feminista crítica, soñadora rebelde y amante de los días de sol, de una buena charla, de la sabrosa lectura de un poema y de la fortuna de disfrutar la espontaneidad del día a día. Egresada de la Universidad de Sonora, Maestra y Doctora en Historia por El Colegio de México. Se ha especializado en la historia de las mujeres del siglo XX. Escribe además crónica, narrativa y poesía de vez en vez. Actualmente radica en Toluca, Estado de México donde trabaja como profesora investigadora de El Colegio Mexiquense.

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