Cuando el debate sobre el carácter antisemita de la Semana Santa Yaqui, propiciado por Carlos Mal y seguido por Diego Ballesteros, muchos preguntaron por don Rene Córdova y Rascón.
Pues ya llegó, ya está aquí y esta es su posición. ¡Tómala, barbón!
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Los hechos sociales no son cosas como quería el abuelo Comte, son más bien relaciones económicas, de poder, simbólicas, amorosas y/o familiares, casi siempre jerárquicas, inevitablemente vinculadas entre sí de extraños modos y maneras. Y estas relaciones ocurren en contextos determinados, tanto por las experiencias e ideas recibidas de los participantes, como por sus expectativas para el futuro.
Dos personas que se encuentran en el desierto establecen inmediatamente una relación de asimetría dependiendo si son una mujer migrante subsahariana y un guardia fronterizo, un miembro de la Legión Extranjera, un peregrino bereber o un niño campesino.
Por otro lado, tenemos el asunto de la tradición, o las tradiciones, prácticas y conceptos que recibimos de nuestras familias y comunidades con la expectativa, consciente o no, de que podamos transmitirlas a las siguientes generaciones. Por un lado se espera que sea sin cambios ni alteraciones y por otro la terca realidad que exige reinterpretaciones, añadidos, adaptaciones y abandonos.
Es en estas prácticas tradicionales donde se expresa y manifiesta la identidad de un grupo, ser sanjuanero es un modo de ser mayo, ser priista es un modo de ser González y ser del América es siempre una desgracia lamentable.
Los portadores de la tradición, o del patrimonio cultural inmaterial como elegantemente designa la UNESCO a estas prácticas culturales, no viven en el aislamiento, la convención internacional busca proteger precisamente las prácticas de los grupos menos favorecidos, ya que son muchas veces los más pobres quienes preservan y transmiten un patrimonio cultural específico, que los distingue y de muchas formas refleja y establece relaciones de inequidad y sometimiento.
Carlos Mal tiene razón al cuestionar el antisemitismo de la Semana Santa Yaqui, en señalar que este referente cultural fue un añadido a un ritual propiciatorio de la primavera que mantiene y expresa el orden del mundo agrícola.
Y tiene razón en que en el bagaje de nuestras tradiciones hay algunos sacos engorgojados, tradiciones que seguimos pasando a las nuevas generaciones sin cuestionarnos si contribuyen a construir la sociedad que queremos.
Y aquí es donde aparece la necesidad de tomar partido, ya que si la sociedad que queremos es una donde todos los seres humanos tienen una dignidad igual y comparten los mismos derechos y obligaciones, lo que llamamos los valores democráticos, entonces hay que revisar con cuidado la herencia recibida.
Y es que las tradiciones mexicanas vienen de una sociedad de antiguo régimen, donde la desigualdad social no sólo era legítima sino la base misma del sistema colonial, que como no me canso de repetir, es un sistema de explotación económica y no un estilo arquitectónico.
Los españoles, peninsulares o criollos ocupaban los escalones superiores de la pirámide, y en tierras como las sonorenses donde pocos pasaban de pobres ser español o ser considerado como tal era una demanda de respeto, privilegio y excepción.
Tampoco entre los indios o las castas y mestizos eran todos iguales, no hay sujetos más dispuestos a defender el orden establecido que aquellos que alcanzan alguna cuota de poder y distinción entre los más pobres y sometidos, sean los capataces de barraca en los campos de concentración o los topiles de las naciones de indios en ese pasado no tan lejano.
Eduardo Bours Castelo aprendió a la mala que las maestras jubiladas pueden insultar al gobernador del Estado pero que no es legítimo “que le salga lo ciudadano” y responda con la misma moneda, el diferencial de poder permite una cosas y prohíbe otras, es como dicen las buenas conciencias “rebajarse”.
Regresemos a la herencia recibida, el siglo XVII de los misioneros jesuitas es el siglo de la persecución de las brujas, donde las disputas teológicas sobre las intenciones de dios para el alma de los hombres muertos se dirimen en la hoguera y las cámaras de tortura. La Contrarreforma es una época intolerante, de acusaciones y persecuciones sobre judíos, brujas y herejes.
La misión incluyó también la persecución de expertos religiosos como hechiceros, el trabajo forzado en las minas y las misiones mismas, el encierro, azotes, golpes y las epidemias y muchas otras violencias que las almas buenas tratan de olvidar o no mencionar con frecuencia, aunque el régimen jerárquico de desigualdad cultural y social que implantaron sobreviva hasta nuestros días.
Carlos Mal acierta en pedirnos que reflexionemos sobre el antisemitismo de la Semana Santa Yaqui, habría que tomarle la palabra y reflexionar también sobre el racismo implícito en esta superioridad moral de pedirle a los demás que vean sus violencias simbólicas sin reflexionar sobre las propias, persistentes e insidiosas prácticas racistas de los sonorenses de todos los días, en las oficinas de recursos humanos, en los salones de clase, en bares y cantinas y en los festivales culturales.
Por René Córdova
Fotografía de Benjamín Alonso
la verdad no entendi nada, habla de un tema y un sujeto, y pues como desconozco a los tres, no se realmente de que este hablando.
parece que habla para un publico muy exclusivo, una cofradía que comparte un bagaje común, pues da muchas cosas por conocidas, como si estuviera con un grupo de amigos tomando café y todos saben del tema que trata la charla.
Hola Fernando, gusto tenerte entre los comentaristas de CS.
El autor se refiere a dos artículos publicados la semana pasada: el primero se titula «…Y por mucho que nos duela, la Semana Santa yaqui es antisemita», de Carlos Mal; el segundo «Réplica a Carlos Mal sobre la Semana Santa cahita», de Diego Ballesteros.
Acá los enlaces:
http://www.cronicasonora.com/y-por-mucho-que-nos-duela-la-semana-santa-yaqui-es-antisemita/
http://www.cronicasonora.com/replica-a-carlos-mal-semana-santa-cahita/
Un abrazo