Diego Ballesteros, estudioso de la cultura yoreme (si la hay), ha dicho ‘esta boca es mía’ y por supuestísimo que abrimos el espacio para el debate.
Bienvenidos Diego y lectores.
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Después de leer el texto de Carlos Mal, aquí en Crónica Sonora, creo que es necesario escribir algunas consideraciones sobre la Semana Santa cahita.
Antes que nada quisiera aclarar lo siguiente: mi experiencia de la Semana Santa yaqui es muy reducida, en realidad sólo la he presenciado una vez. Sin embargo, desde hace aproximadamente tres años me he dedicado a estudiar el ritual de Cuaresma y Semana Santa de los mayos del sur de Sonora. Como es sabido, tanto mayos como yaquis están estrechamente emparentados lingüística y culturalmente, y su historia es muy similar. En este sentido, ambos grupos comparten muchos aspectos de su vida religiosa; por ejemplo, el ritual de Cuaresma y Semana Santa. Es en este ritual donde aparecen los personajes en cuestión: los chapayekas, judíos o fariseos.
Como bien señala Carlos Mal, estos personajes son la encarnación del mal, “los contrarios” o los diablos. Durante la Cuaresma su comportamiento es sumamente irreverente y se les considera seres peligrosos con quienes debe evitarse todo contacto. Representan al mismo diablo y son considerados animales. También se dice de ellos que son soldados romanos. Comandados por uno o varios personajes conocidos como Pilato, se encargan de matar a Cristo en la Semana Santa. Al final, los judíos son vencidos y derrotados con la quema de sus máscaras, permitiendo a los sujetos que los encarnaron dejar la etapa liminal y reincorporarse en la estructura social.
En efecto, en esta narrativa se asocia la figura del judío-fariseo a la del diablo, el mal y la animalidad. En este sentido, el argumento de Carlos Mal es, hasta cierto punto, válido, pues parece perpetuarse una construcción negativa y racista de los judíos. Sin embargo, su postura parece guiarse por una interpretación bastante limitada, basada en una lectura superficial y simplificada del ritual en cuestión.
Primero, hay que tener en cuenta que los rituales de Cuaresma y Semana Santa de los cahitas son sumamente complejos. Se trata de rituales larguísimos que involucran múltiples personajes y que se encuentran cargados de múltiples y diversas narrativas, así como de secuencias teatrales que evocan diversos temas. Uno de estos temas es, en efecto, la persecución de Jesucristo por parte de los judíos-fariseos, un tema evidentemente bíblico. Es este el más manifiesto y, de hecho, el primero que es referido cuando uno pregunta cualquier cosa sobre el ritual. Sin embargo, no es el único. Hay en estos rituales temas más “latentes” que, desde un punto de vista etnológico, son de suma importancia pues permiten un mayor acercamiento a lo que podríamos concebir como la cosmovisión de estos grupos étnicos. De este modo, al ir indagando más sobre los elementos que conforman este ritual y las relaciones que se establecen entre ellos, nos vamos dando cuenta de que el armazón lógico que lo constituye no se reduce a este tema bíblico y que lo que se pone en juego es algo distinto, peculiar y más complejo.
En este punto quiero señalar que Carlos Mal se equivoca cuando dice que los misioneros jesuitas y franciscanos “sustituyeron las tonterías mitológicas de los yaquis con las tonterías mitológicas del catolicismo”. Más allá de discutir si la mitología es una tontería, me parece un tanto ingenuo pensar que el proceso de contacto entre dos culturas se reduce a una “sustitución”. Aun en el caso de la Conquista del Norte de México (la cual, por cierto, también se logró con las armas), donde se trató de una dominación de una cultura por la otra, no puede hablarse de mera sustitución. El peligro, desde mi punto de vista, de pensar de esta manera es que de esto se sigue que la religión yoeme-yoreme (yaqui-mayo) se reduzca al catolicismo, ese que practica la mayoría de la población mestiza, y que los símbolos puestos en juego en ella sean concebidos como los mismos que constituyen la religión católica. Un acercamiento a la mitología de los cahitas (y el ritual de Cuaresma y Semana Santa es parte de su mitología) basta para darse cuenta de que se trata de una religión distinta, o bien, de un catolicismo muy, muy sui géneris.
Carlos Mal parece ignorar lo anterior y se apresura a clasificar el ritual con base en interpretaciones sumamente limitadas y carentes de contexto. El hecho de que los chapayekas sean conocidos como judíos o fariseos tal vez sí remita a un bagaje antisemita que inculcaron los misioneros con su evangelización. Sin embargo, los símbolos se resemantizan y los sentidos no permanecen estáticos. Para entender al fariseo no basta con pensarlo como una satanización del judío. En todo caso hay que tener en cuenta, por ejemplo, la gran tradición amerindia de los bufones rituales, homólogos del trickster, de quienes son herederos los que hoy conocemos como fariseos. De la misma manera, hay que señalar que el ritual de Cuaresma y Semana Santa se encuentra inserto en un complejo de rituales que se suceden a lo largo del año, cuyas narrativas muchas veces se entrecruzan, lo que significa que hay que tomar en cuenta estas relaciones para su interpretación. El ritual de Cuaresma y Semana Santa de los cahitas, sus formas simbólicas, no son tan “fáciles de interpretar”, como quiere pensar Carlos Mal.
No se trata de “aceptar que las tradiciones son bonitas sólo porque son tradiciones”, ni de preservarlas porque son “nuestras raíces”. De lo que se trata es de llegar a una adecuada comprensión de ellas. Carlos Mal se cuestiona sobre la viabilidad ética de este ritual, pues lo juzga racista. El problema es que esos elementos “racistas” que él señala, no definen el ritual en lo más mínimo. Por último, llama la atención algunas otras cosas del texto. Por ejemplo, el último párrafo donde dice que:
(..) a diferencia de la racista – y hedionda a catolicismo – tradición de los chapayekas, la Danza del Venado es puro rito pagano, puro delirio yaqui animalista, con incluso un aroma de prehistoria y chamanismo. Parece no haber sufrido la contaminación del misionero. Excepto por el violín, que se usa en la Danza del Venado como un recordatorio de que Dios es injusto y que no me va a dejar disfrutar de nada auténticamente precolombino en el norte de México.
En efecto, la tradición de los chapayekas está impregnada de catolicismo. No obstante, como ya mencioné, los símbolos católicos son resignificados en la tradición cahita. Por su parte, la Danza del Venado tampoco es un rito pagano que no sufrió la “contaminación del misionero” (visión purista y por demás equivocada), pues su ejecución, al menos en el caso mayo, suele darse en un contexto de fiesta a los santos y no puede entenderse sin su relación con el pascola, personaje que igualmente contiene elementos provenientes de la religión católica. Por otro lado, me pregunto qué querrá decir cuando habla de “prehistoria” y “chamanismo”. Y para concluir, hay que señalar que el violín no se usa en la Danza del Venado, sino en la del Pascola y la de los Matachines.
Por Diego Ballesteros Rosales
Fotografía de Carlos Mal
Muy bueno, excelente respuesta, me alegra que las personas adecuadas hayan tomado cartas en un tema tan importante de nuestra historia inmediata. ¡Felicidades!
Excelente réplica a la crónica de Carlos Mal
Excelente réplica, agradezco la claridad y que se responda con argumentaciones sustentadas a la mirada simplista y plana del texto de Carlos Mal.
Excelente respuesta. Ya era hora que alguien le respondiera al engreido y pedante de Carlos Mal.
«De la misma manera, hay qué señalar», sin acento el «que». Saludos.
Corregido, Hugo. Muchas gracias. Saludos
Si es importante conservar las tradiciones solo por ser tradiciones porque son puras y originales. La interpretación es algo muy diferente. La tribu Yaqui es my reservada para sus rituales y es muy difícil que difundan su forma de pensar y el fondo real de su cultura, solo se trasmite en la comunidad y con los yaquis pertenecientes a su tribu.
Hay que tener cuidado con lo que se afirma.
Yo pienso que Carlos Mal al abordar éste tema solo demuestra su falta de conocimiento acerca de la cultura yaqui-.mayo. Su opinión no aporta nada y lo único que demuestra es su afán de etiquetar a una sociedad a la que no comprende.
Habla de racismo este yori, retrograda y purista, precisamente por que es racista, siempre vienen nos observan y superficialmente explican nuestra cultura, es un pensamiento tan profundo el nuestro que queda vedado a los ojos de la razón, como los de este tal Carlos. Bien por Diego Ballesteros que comprende un poco mas nuestro Kostumbre.
no pos que Turneriano mi compa