No recuerdo exactamente qué año fue, solo sé que debió ser los primeros días de enero a mediados de los noventas. Era una tarde de fiesta, ya que mis tíos “los Galazes”, como los llamaba el resto de la familia, tenían una tradición de festejar el inicio de año con una fiesta para todos los niños del pueblo, ya que ellos eran la parte “pudiente” de la familia. En aquellos años debíamos de ser alrededor de unos 100 niños en La Colorada, si no es que más. Nos festejaban con dulces y piñatas, no recuerdo si ponían música, pero si así era, seguramente sería del estéreo de uno de los muchos carros que tenían. Toda esta algarabía se celebraba en el callejón, ahora convertido en calle, entre mi casa y la casa de tía Calito.

Era una tradición, no se ocupaba de invitar a nadie, solos recalaban para aquella fiesta en abundancia. Empezaba por colgar la primera de varias piñatas que se quebraban ese día. En el callejón había un gran mezquite donde mi tío amarraba sus caballos y que también servía de porta piñatas. Al otro lado, en el techo de tía Calito, se subían mis primos Manuel y Javier a jalar la cuerda y así hacer bailar a la piñata en turno y evitar que la golpearan. Ellos reían a carcajadas como el resto de los niños formados para golpearla.

Cada piñata estaba repleta de dulces, era fantástico saber que en el momento que se rompiera volarían por todas partes diferentes y deliciosos dulces. La mayoría de las veces el precio que se tenía que pagar por obtener alguno de aquellos eran raspones, rodillazos y alguno que otro pisotón. Después de quebrar las piñatas hacíamos fila para recibir otra porción de dulces, que previamente empacaban en bolsas, y después podíamos disfrutar de las luces de bengala que habían sobrado del Año Nuevo.

Siempre fui un niño solitario y la mayoría de las veces me quedaba en el porche de mi casa viendo el espectáculo. Casi nunca me gustaba pegarle a la piñata y tampoco me esforzaba en ser primero en la fila de los dulces, pues sabía que la Norma mi prima ya había apartado para nosotros nuestras respectivas bolsitas.

Siempre me ha gustado la lucha libre y aquella tarde miraba a los demás niños pelearse por los dulces y por los restos de piñata con mi máscara puesta; era la de mascarita sagrada, estaba casi nueva. Unos niños vinieron hasta mí impactados por la hermosa máscara, eran menores que yo y después de varias preguntas típicas de niños como «¿de quién es la máscara?», «¿quién te la compró?», nos pusimos a jugar. Corrimos por el patio y yo deje la máscara sobre los maceteros con geranios de mamá. El ladrón se quedó extasiado observándola hasta que nuestro grito, para que se integrara a jugar, lo saco de su hechizo. 

La noche llegó y dejo solo los restos de periódico e infinidad de envolturas de dulces en el callejón. Exhausto fui a dormir. Al día siguiente, al buscar mi máscara, supe que había desaparecido.

La tristeza me duró por varios días, pues en verdad adoraba a aquella máscara. Una tarde, cuando por negocios de mi madre fuimos al otro extremo del pueblo, la vi. Aquel niño que había sido extasiado meses antes por mi máscara jugaba en el patio de su casa, creyéndose más fuerte que el resto de niños que lo acompañaba solo por tener mi máscara, la del legendario Mascarita Sagrada.

Le comenté a mi madre que esa era mi máscara perdida, ella dijo que podría ser otra y que su padre la podía haber comprado para aquel niño. Ambos sabíamos que no era cierto. No lo creo mamá, porque su padre no podía habérsela comprado, dije en un tono tristón. Tenían problemas económicos y fue cuando dije a mamá que me alegraba que ese niño fuera feliz con mi máscara. Me sentí maduro y grande, pues sabía que era lo correcto.

Texto y dibujo por Rigoberto Bujanda

Sobre el autor

Nacido en Hermosillo (1987) pero crecido en La Colorada, también Sonora. Aunque Ingeniero Civil por la Unison, se ha desempeñado como promotor cultural en su pueblo, formando a niños en las artes del dibujo y la pintura. Fundado del museo comunitario "La Colorada" y coordinador del club de lectura Leer para ser Libres.

Ingeniero, oriundo de La Colorada, Sonora. Jefe de Operaciones en Chutama's Film.

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3 comentarios

  1. Aunque muy noble la accion, asi se crea el círculo vicioso de la delincuencia. Yo se que en todas partes hay bellas historias, todo dep ende de que personas con facultad para escribir las divulguen felicidades. Pd; nunca me lo imaginè en la colorada hasta llegue a pasar que era un lugar abandonado

  2. Excelente relato Rigoberto, me remontó a mi infancia, que aunque a mi no me gustaba la lucha libre, tenía que soportar los saltos mortales y las llaves de mi hermano menor Tavo con máscara, capa y todo, felicidades!!

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