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A la memoria del Tomy Espinoza, el mejor bat boy que jamás haya existido

Ramiro Aragón Castillo es de Empalme Sonora, nació a tres cuadras de su principal icono, un tinaco cilíndrico y querendón que se pavonea en la plaza central de la rielera ciudad.

A pesar de que ya tiene mucho tiempo viviendo en Hermosillo, siempre está buscando una oportunidad para decir que es originario de Empalme. Porque a los de Empalme Dios les enseñó a jugar béisbol, porque ahí se casó Charles Chaplin (según consta en acta del registro civil) y porque en la Universidad de Sonora abundan catedráticos oriundos de ese lugar.

Aquí en Hermosillo, los domingos acostumbra salir rumbo al centro de la ciudad, normalmente va en carro, cuando no, pedalea su bicicleta por los nuevos pedazos de ciclovía. En su mochila lleva agua, algún libro, sus lentes, una libreta, hilo y cepillo dental, guantes de látex, un destapador, un cutter, un encendedor y algunas cosas más porque dice que nunca se sabe. Al llegar al centro se dirige a leer en las bancas que hay por fuera de la Capilla del Carmen, hasta allí llega su recorrido porque, aunque le atraen las faldas del cerro de La Campana, son un terreno minado aun para los lugareños.

Generalmente compra el periódico por la pura nostalgia de la noticia impresa. Es que dice que los periódicos en internet no huelen, ni los mueve el viento; para Ramiro lo peor de informarse por medio del celular es que nadie sabe que está leyendo el periódico, ya que a él le gusta que lo vean leyendo el diario, si bien lo que más le gusta es contemplarse a sí mismo leyendo las noticias sobre el papel.

Al Parque Madero no le gusta ir porque los domingos hay reuniones de bandas de guerra y de boy scouts y Ramiro no tolera todo aquello que tiene que ver con lo militar, inclusive lo que tiene que ver con lo paramilitar. Yo le digo que sea tolerante y él me dice que yo sea tolerante con su intolerancia. La Plaza Zaragoza es otro espacio que frecuenta para leer, ya que es el lugar mejor atendido por el municipio para consentir a la alcurnia de Hermosillo que va a misa los domingos. Solo le enfada a cada hora el agudo sonido del reloj del Palacio de Gobierno, pero no es tanto.

El Mercado Municipal es uno de los lugares preferidos porque allí se da un refrescante baño de pueblo al interactuar en el café con comerciantes, jubilados, abogados, burócratas, ganaderos y estudiantes.

A las once de la mañana se va a los campos de béisbol. En las gradas es muy fácil para él conversar con los que están a lado, el tema del béisbol le abre las puertas para conversar sobre otros temas con desconocidos a los que de cortesía les ofrece cacahuates japoneses que siempre lleva en su mochila.

***

El domingo pasado, Ramiro quiso romper la rutina, no estaba motivado para caminar por las calles del centro de Hermosillo, tenía deseos de caminar por la playa, pero no en las playas de San Carlos ni en las de Bahía de Kino, quería caminar por playas solitarias y sin basura.

El campo pesquero de El Choyudo fue el lugar elegido, porque además de caminar por la playa también pensaba tener un encuentro con la misteriosa personalidad de los pescadores, y de paso, comprar un pargo fresco para hacer albóndigas o chicharrones.

La salida de Hermosillo fue antes de que saliera el sol, de tal manera que llegó a El Choyudo junto con la aurora que, como de costumbre, se hizo presente rasando el horizonte para ponerlo color de hormiga. A las ocho de la mañana ya caminaba por la playa escuchando el  runruneo de las olas que morían arrastrándose en la arena y escuchando el estruendo que producen cuando se estrellan contra las rocas. Al mirar hacia el mar, tuvo la oportunidad de comparar el azul discreto del cielo con el azul profundo del océano, lo que no le quedaba claro era donde comenzaba el color azul del cielo siendo que lo concebía como algo infinito y absolutamente vacío. Nada se interponía entre él y el sol de justicia que lo bañaba y nada le impedía maravillarse de los pelicanos y las gaviotas que se sumergían cerca de él, en el Mar de Cortés, sempiterno huésped del Golfo de California.

Una panga con tres pescadores pasó frente a Ramiro, les hizo un saludo solemne, pero los pescadores no le contestaron. De pronto le llamó la atención algo que salía parcialmente de la arena, era un artefacto oxidado que parecía la lámpara de Aladino, lo levantó con cierta dificultad ya que estaba algo pesado, de momento pensó en llevárselo a Hermosillo para regalarlo a una señora pepenadora que va a reciclar por su calle los días que pasa el camión de la basura. Desistió de esa idea y optó por lanzarlo a un lado, pero se quedó pasmado después de que al caer el armatoste en la arena se escuchó un ruido insólito, era como la exhalación de un gigante, volteó hacia donde había tirado el objeto y pudo ver flotando a la altura de su vista a un genio con los brazos cruzados que irradiaba felicidad, vestía una impecable bata color blanco ostión, tenía los ojos rasgados, el color de su piel era cobrizo, su bigote era largo y estaba bastante gordo el señor, parecía brinca-brinca.

El primero en hablar fue el genio:

-Muchas gracias, me has hecho libre, tenía yo mucho tiempo encerrado en ese cacharro, era preciso que un hombre bueno lo sacudiera para que yo pudiera salir, y pues como que está difícil encontrar un hombre bueno, digo, por eso llevaba tanto tiempo prisionero, pero llegaste tú para hacerme libre y ahora como muestra de agradecimiento te voy a hacer rico, rico, rico. ¿Cómo la ves?

Ramiro no la pensó mucho y respondió inmediatamente a la oferta como si se tratar de un vendedor de chicles:

-No gracias, orita no, se le agradece.

El genio quedo atónito, no lo podía creer y le dijo:

-¿Are you sure? ¿Estás seguro? (lo que pasa es que por supuesto que el genio era políglota y se le hacía bolas el engrudo con los idiomas) Piénsala bien, si fueras rico podrías darte muchos gustos.

-¿Hacerme rico para darme gustos?  -dijo Ramiro- en realidad yo me doy muchos gustos en la vida, y ciertamente que a veces necesito dinero para darme esos gustos, pero tampoco se requiere ser rico, yo no me doy gustos caros, de hecho, muchos no me cuestan (nótese que Ramiro no usa la palabra ocupar, será que al hablar con un genio hay que hablar correctamente).

-¿Como qué gustos? -Preguntó el genio-

-Pues mira, uno de los gustos que me doy es por el mes de abril o mayo. Voy a Empalme con mi familia, viajar con la familia no tiene precio, aunque sea en corto. En Empalme busco a mis amigos y nos vamos a las sandías a los campos del ejido La Atravesada, muy temprano, lo más temprano que se pueda. Llegamos a los veranos, así se les dice a los huertos de sandía, es indecible el goce que se siente al ver el montón de pelotas verdes entre esa cama de enredaderas de color verde intenso todavía con el rocío de la mañana, llenas de florecitas amarillas asediadas por abejas. Luego le pedimos permiso al mayordomo para escoger nosotros mismos la sandía, y lo mejor viene cuando le clavamos el cuchillo y hace crac de tanta agua y tanta azúcar que tienen. Comer sandía en ayunas, fresca y recién cortada es algo que el estómago te lo agradece por medio de erupciones muy decentes. También me doy unos gustazos cuando en San Pedro se me hace de noche en el monte y comienza el concierto de grillos, no te la pierdas. Igualmente, cuando veo Los Simpson comiéndome unas palomitas. Cuando escucho en la radio la transmisión del beisbol invernal comiendo cacahuates. Cuando acompaño los frijoles caldudos con tortillas de harina y chiltepines curtidos. El gusto de comer plátanos pecosos con un vaso de leche bien fría siempre es posible… ¡Qué te pasa, qué andas haciendo!

-Pero, si fueras rico podrías tener muchas mujeres- insistió con toda calma el genio.

-¿Mujeres? -Dijo Ramiro con una sonrisa moviendo lentamente la cabeza- Señor, mujeres tengo cuatro, en primer lugar mi madre, simplemente mi madre es la primera. Después mi esposa, yo qué te digo de mi esposa, que es una mujer más buena que las malteadas del Mercado Municipal, las que están en la esquina sur poniente, no te vayas a equivocar. Mi suegra me quiere mucho, llevamos buena relación manteniendo una sana distancia, ella vive en San José de Guaymas. La cuarta mujer en mi vida es mi hija, ella es mi orgullo, va a entrar a la Uni a estudiar veterinaria, espero que por allí llegue la quinta.

Pero el genio siguió haciendo su luchita:

-¿Y que acaso no te gustaría ir a Las Vegas unas dos o tres semanas sin ninguna restricción, así como lo hacen los ricos y los políticos?

-No, gracias, fíjese que no me gusta el juego, ni el box, y si me gustara, Hermosillo tiene más casinos que hospitales, y aparte de eso, hay un montón de changarros con maquinitas en las tres etapas de la colonia Solidaridad y en muchas otras colonias. Pero, a ver a ver, ¿eres un genio o eres el diablo?

Cuando Ramiro hizo esa pregunta el genio comenzó a disolverse como la niebla y se escuchó una voz fraternal que se despedía diciendo: «Shalom Ramiro, shalom, sigue siendo un hombre bueno para que libres a los esclavos de sus pasiones». Y desapareció el gordito.

Después de ese incidente el color del cielo y del mar era tan azul como siempre. Los pelícanos y las gaviotas hacían las mismas piruetas para tener su parte en la cadena alimenticia, los pescadores seguían ignorando a Ramiro, por su parte el Golfo de California con sus cálidas aguas no dejaba de ser un apéndice del Océano Pacífico, y Ramiro Aragón, que de niño se había tomado muy en serio el cuento de Aladino, no perdió el sueño, ni las ganas de caminar solitario por las limpias playas de El Choyudo, y el deseo de comer chicharrones y albóndigas de pargo aún estaban vigentes, nada le había movido el tapete al paisano del Tomy Espinoza.

Se llegó la hora de retirarse de El Choyudo porque Ramiro tenía programado pasar al ejido El Triunfo para saludar a un familiar, era Mariano Mendoza, estrella del fútbol de veteranos en la liga de la costa, dueño de un abarrote en esa comunidad. Mientras viajaba de El Choyudo a El Triunfo, lo atrajo enormemente una huerta de nueces que sobresalía a una cierta distancia del camino, se desvió y al llegar hasta el cerco bajó del carro decidido a entrar al pequeño vergel, no se podía perder la oportunidad de sentirse cobijado por esos generosos árboles y recrearse con el suelo húmedo revestido por hierbas llenas de vida.

Entró a la huerta y anduvo por sus calles arboladas que parecía como que le hacían reverencia, escogió uno de tantos nogales para contemplarlo, después de verlo tan puro y fastuoso se acercó para tocarlo, al tocarlo recordó a su hermano mayor que murió en sus brazos en un accidente que tuvieron juntos, y palpó al nogal sintiéndolo tibio como la muerte que él conocía.

Después del desliz melancólico comenzó a pensar en la posibilidad de ser dueño de una huerta de nogales como esa para disfrutar de ella con la familia y los amigos, comiendo, mirando sus frutos, leyendo, conversando a la sombra de ellos y recordó la mañana de ese día en la playa cuando estaba frente a un genio que lo quería hacer rico, la carne es débil pero Ramiro mantuvo a raya los deseos poniéndose a divagar sobre las implicaciones que tiene una pertenencia y decidió retirarse de la sublime burbuja porque se trataba de una propiedad privada.

Habiendo llegado a la cerca para salir del huerto se agachó y cruzó entre los alambres, cuando se había incorporado ya estando del otro lado, estrepitosamente se topó con que tenía frente a él a tres muchachos que vestían ostentosamente de vaqueros, eran flacos, muy varejonudos, parecían vinoramas (winolos para los de Sinaloa), los tres estaban fumando y portaban armas largas y cortas, para uso exclusivo del ejército, de tan nuevas parecían ser de juguetes. Lo miraron fijamente sin decir una palabra, para ellos Ramiro no era más que un inútil que les causaba lástima. Para Ramiro, ellos no eran otra cosa que unos matones que le provocaban repugnancia.

La tensión podía cortarse en el aire con un cuchillo, los ampones entendían que sin hablar lo estaban torturando, él no estaba seguro si tenía que hablar y asumió una posición: aquí nada más hay dos sopas y la de fideo ya se acabó, calladito te ves más bonito. Y sacó valor para mirar de frente a los sicarios sin decir una palabra, solo asentó la cabeza como diciéndoles: Todo bien, no pasa nada. Comenzó a retirarse, pero en ese momento uno de ellos sacó un Iphone diez de la bolsa trasera de su pantalón, lo enfocó y le tomo una foto con el flash puesto sin haber necesidad de eso ya que el sol brillaba como siempre en la despejada Costa de Hermosillo. Ramiro se molestó, pero como donde hay miedo ni coraje da, no dijo nada. El propósito de lamparearlo era que se imaginara la Kalashnikov escupiéndole fuego y plomo, mientras que la foto archivada representaba esa marca en el ganado que señala que tiene dueño, por lo cual ahora Ramiro les pertenecía y podían localizarlo como si tuviera un GPS debajo de la piel, para que se le quitara la costumbre de andar metiéndose en lo sembrado.

***

Era pasado del medio día cuando Ramiro llegó al ejido El Triunfo, al llegar a la casa de su primo se sentaron a platicar a la sombra de un árbol de algodón situado en el patio trasero. Remembranzas de cuando eran niños y ponerse al día sobre la familia fue el tono de la conversación. Después de que la esposa de Mariano le entregó un pequeño sobre y después de que inhaló el contenido pasó a conversar sobre lo acontecido ese día, sobre la liga de futbol de veteranos y en particular sobre el juego que ganaron dramáticamente. Ramiro por su parte no comentó nada sobre la aparición del genio en la playa, sabía que no se lo iba a creer. Pero sí platicó sobre los muchachos insolentes que le habían tomado la foto en la huerta de nueces. A esas alturas Mariano con la euforia de los alcaloides que había consumido le platicó todo a Ramiro, todo.

-Son los Triki Traka de Caborca, era un grupo de músicos bastante famositos que llegaron muy chicos de Choix Sinaloa a Caborca con sus familias a trabajar en el cultivo del esparrago. Y dicen, dice la gente que tienen algún parentesco con artistas famosos de Choix, ya sea con Beatriz Adriana o con Ferrusquilla, a lo mejor y es cierto porque son amigos de un vecino de enfrente y una vez vinieron a tocar de incógnitos como unos simples taca-taca a una fiesta de bautizo, y sí se avientan los compas.

«Pero pues de tanto cantar narcocorridos les dio por cambiar de giro y tiraron los instrumentos musicales para tomar las armas, y no precisamente para hacer una guerrilla, no. Un admirador de ellos los apadrinó para que comenzaran a trabajar por su cuenta, tenían la opción de ir al Golfo de California a traficar con la Totoaba y la Vaquita Marina, pero mejor optaron por venirse a La Costa de Hermosillo, bajaron haciendo malandrinadas desde Puerto Libertad por toda la calle Treinta y Seis Norte; tirando droga, asaltando repartidores de sodas y papitas, robaron la nómina en un campo agrícola, asaltaron transportistas y aun a los pobres jornaleros. No dejaron títere con cabeza».

«Aquí la Calle Doce fue pasto para sus negocios, ya están muy crecidos pero quieren crecer más. Después de aquí dicen que se van a pasar al Plan de Ayala, es un terreno virgen, si te fijas ese lugar no sale en las noticias policiacas como sale todos los días la Calle Doce. Dicen que van a levantar a la Calle Doce, está muy aburrida, pero para eso quieren secuestrar a un agroindustrial de la costa que es rico, muy rico. Dicen que van a poner otro gimnasio de box para que salgan más campeones de La Doce. Que van a poner cuadras de caballos finos para tener carreras todos los domingos. Se va a poner buena la cosa».

Ramiro Aragón no tenía por estilo ser sarcástico, pero le salió en una pregunta para Mariano:

-¿Y no piensan poner una biblioteca?

Pero la desfachatez si era parte de la naturaleza en Mariano y le dijo burlonamente:

-¿Todavía andas con eso de la lectura y la escritura primo? Déjate de cosas, hombre, la literatura es el opio de los pueblos. Aprende a mí, mira, hay que darle gusto al gusto, de todos modos nos vamos a morir.

***

Ya era de tarde cuando Ramiro estaba de regreso en Hermosillo. Al salir del ejido El Triunfo se detuvo en el entronque con la carretera a Bahía de Kino, hizo alto para dejar pasar una camioneta que venía de la playa a toda velocidad con jóvenes tirando botes de cerveza, entró a la carretera detrás de la camioneta, pero en un momento desapareció de su vista.

Mientras conducía a la altura de Siete Cerros, por primera vez en su vida pensaba en su jubilación. De una sola cosa estaba seguro, una vez jubilado se iría a vivir a la Ciudad Jardín, a Empalme Sonora.

Después comenzó a preparase para lo que podía ser unos de sus últimos momentos placenteros en ese azaroso domingo: llegar a su casa. Pero mientras llegaba disfrutaba el aire que entraba por la ventanilla con una tierna frescura, será que ya era el otoño. Y por el espejo retrovisor de vez en cuando se daba el gusto de mirar hacia el poniente, para despedir al sol en su ocaso cotidiano, sepultándose en un horizonte bellamente ensangrentado.

Por Abraham Mendoza

La fotografía corresponde a Empalme y es obra de Araceli Ramírez

Sobre el autor

Abraham Mendoza vio la primera luz en San Pedro El Saucito el 2 de abril de 1960. Es geólogo de profesión y narrador nato que escribe como Dios le da a entender. Tiene por hobby caminar por todas partes excepto en andadores y le gusta que le lleven serenata aunque no sea su cumpleaños.

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