King Kong es monstruo superior en la historia de la cinematografía. Desde su aparición, en 1933, su imponente presencia no ha perdido un milímetro de su fascinación. La octava maravilla del mundo sigue vigente, aunque el propósito de este nuevo espectáculo tenga doble intención.

En su debut, Kong dibujó las secuencias más gloriosas del cine y el alucine: he aquí un gorila gigante trepado en la cima del Empire State, peleando por amor contra unos biplanos. Esa idea ha sido interpretada en muchos niveles. “Es el símbolo de la gran depresión”, dicen algunos; “es lo más hermoso de Nueva York”, señalan otros; “No. It wasn´t the airplains. It was beauty kill the beast”, pontifica el diálogo final de la cinta original.

Es una idea definitiva, poética y bellísima. Es cine, al 100%.

Sólo Osama Bin-Laden pudo competir contra Kong en audacia y espantosa espectacularidad. La terrible puesta en escena del terrorismo, transmitida a todos los rincones del planeta el 11 de septiembre de 2001, superó al romántico simio. “Yes. Now is the airplains. It was the beast, and there´s no beauty anymore”. (1)

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Sin embargo el tiempo sigue su marcha. Ahora, con la perspectiva histórica que nos da la distancia y el olvido, King Kong ha vuelto. Reclama su trono. Y solo otro engendro podrá disputarle su dominio: https://www.youtube.com/watch?v=sGYl-93cBBA

Kong: la isla calavera (Jordan Vogt-Roberts, 2017) es una película monstruosamente divertida. No es la mejor en su género. Pero es un estreno veraniego que es posible disfrutar esta temporada.

Preparen sus palomitas. Compren sus refrescos. Disfruten la función.

Ambientada en 1973, Kong: la isla calavera presenta dimensiones políticas superficiales pero convincentes. La llegada de los invasores, un grupo élite de militares y científicos, alterará el ecosistema del lugar a fuerza de bombas y napalm.

Vogt-Roberts, el director, bromea: hay un Nixon cuya cabeza se balancea sobre el tablero de un helicóptero; mientras la selva misma, los coloridos vapores y gases traídos y las canciones del soundtrack, son referencias obvias a Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979) y a Pelotón (Oliver Stone, 1986).

Por tanto, esta cinta funciona como un ácido comentario acerca del intervencionismo yanqui de aquel tiempo. No olvidemos que en América Latina, los tiranos o dictadorzuelos impuestos desde Washington – Pinochet, Stroessner o Videla – solían ser representados por la resistencia y la prensa opositora como gorilas.

Y a diferencia de Godzilla, (Gareth Edwards, 2014) gigantesco monstruo que aparecía al final de esa cinta, el nuevo Kong surge desde el principio, lo que desatará acción y efectos especiales que valen el costo del boleto en taquilla.

Kong es el rey de la isla calavera. Su potestad es respeto al proteger a temerosos nativos aficionados a los trampantojos de numerosas creaturas escapadas, tanto de la imaginación de Ray Harryhausen, el mago del stop motion, como del universo digital de Jurassic Park (Steven Spielberg, 1993). (2)

Kong defiende su imperio contra el líder militar, Packard (Samuel L. Jackson) metido por completo en el honor y la venganza por los compañeros caídos y contra los investigadores Randa (John Goodman) y Conrad (Tom Hiddleston), acaso en su nombre un guiño a “El corazón de las tinieblas”, célebre novela colonialista, escrita por Joseph Conrad, en la que se basó Coppola para su Apocalypse Now.

Por supuesto existe una güerita. Es fotógrafa. Es Mason Weaver (Brie Larson). Ella, eventualmente, llamará la atención del rey Kong. Ya lo sabemos: los changos las prefieren rubias.

No conviene exigir demasiado al guión. Kong: la isla calavera es un divertimento. Ver al gigantesco gorila caminar, beber agua, luchar contra lagartos a escala monumental y escucharlo rugir resulta muy emocionante. Cual distinguido alumno de la WWA, King Kong aplicará la okiwaza, la urracarrana y la quebradora a sus rivales depredadores ante la satisfacción del auditorio.

Y esa es una razón suficiente para ir al cine. Una aventura bigger than life ha sido, desde el principio de los tiempos, la promesa de venta fundamental de Hollywood.

Así como en King Kong, de 1933, donde toda la película construía la justificación para ver encaramado al engorilado protagonista en el mayor rascacielos de Nueva York, Kong: la isla calavera, nos prepara para un evento mayor, superlativo.

Para saber quién subirá al ring contra el rey, hace falta quedarse a la secuencia post-créditos. Ahí se revelarán las nobles, dobles y verdaderas intenciones de los productores. Viene una función asombrosa.

Por Horacio Vidal

(1).- En la versión de Dino De Laurentis, producida en 1976 y dirigida por John Guillermin, King Kong subía – con Jessica Lange en mano – a las Torres Gemelas; haría un salto mortal entre ambos rascacielos para ser derribado, ya no por biplanos, sino por helicópteros.  

(2).- Es de todos conocida la anécdota repetida una y mil veces por el propio Ray Harryhausen. Siendo niño, en 1933 acudió al cine a ver King Kong y ahí, asombrado durante la célebre secuencia en el Empire State Building, supo que trabajaría en el cine, en el área de efectos especiales. Harryhausen perfeccionó así la técnica del stop motion y su legado puede ser apreciado, por ejemplo, en Jason y los Argonautas (Don Chaffey/Ray Harryhausen, 1963) y, por supuesto, en Furia de Titanes (Desmond Davis, 1981).

Sobre el autor

Horacio Vidal (Hermosillo, 1964 ) es publicista y crítico de cine. Actualmente participa en Z93 FM, en la emisión Café 93 con una reseña cinematográfica semanal, así como en Stereo100.3 FM, con crítica de cine y recomendación de lectura. En esa misma estación, todos los sábados de 11:00 A.M. a 1:00 P.M., produce y conduce Cinema 100, el único -dicen- programa en la radio comercial en México especializado en la música de cine. Aparece también en ¡Qué gusto!, de Televisa Sonora.

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