Hermosillo, Sonora.-

Si usted pasa por la esquina de la Avenida Ocho y Calle Uno, en el Residencial Sacramento (a un lado de las Bugambilias), verá una Ceiba que es el orgullo de los vecinos de la colonia. La vitalidad del árbol, que a su corta edad es ya hogar de decenas de pájaros y, estoy seguro, de millones de ejemplares de la fauna microscópica, que no por pequeña cuenta menos en el delicado equilibrio del planeta, augura que con los años será un gigante que proporcionará parte del oxígeno que desesperadamente necesita Hermosillo. Será un gigante… si la ambición, el abuso, la desidia y la impunidad ante la corrupción del pasado lo permiten. 

La particularidad de esa Ceiba radica en que es un ejemplo de sobrevivencia y muy bien puede ser un símbolo de la lucha por el medio ambiente y las áreas verdes de las que tanto carece nuestra ciudad. Hace unos ocho años, nació en la banqueta. Una mañana de 2014, mis nietas, la Jana y la Lizy-Flor, vieron que tres frágiles hojitas asomaron por entre dos placas de cemento. Era una ramita de no más de tres centímetros que apuntaba para ser una de tantas ramas que perecen bajo los pies de las personas que por allí circulan. Las niñas, emocionadas, llamaron a su padre (mi hijo, el Jano Valenzuela) y le propusieron que la sacaran de allí y fuera trasplantada en el terreno de enfrente, que por ley debía ser reservado como área verde de la colonia. 

Pusieron manos a la obra y muchas horas después vieron cristalizados sus esfuerzos. Con orgullo nos mostraron sobre la palma de la mano una plantita tan frágil que nada auguraba que sobreviviera… La plantaron, la regaron y, al día siguiente, al amanecer, cuando fueron a verla, se encontraron con la maravillosa noticia de que estaba viva y sus tres hojitas seguían inhiestas recibiendo el rocío de la mañana. La algarabía fue estruendosa… 

Sucede que ese ahora hermoso ejemplar está en peligro porque la empresa que construyó el residencial (Dinámica del Pacífico) está en proceso de apropiarse del terreno sin más derecho que la fuerza que le da el dinero y sus relaciones con funcionarios y notarios públicos.

De las 10 hectáreas del residencial, la empresa debió entregarle al municipio de Hermosillo (por mandato de la entonces vigente Ley 101 de Desarrollo Urbano del Estado de Sonora,  que no permitía ni la enajenación ni la permuta del terreno) el 12% del área total vendible, es decir, 7,200 metros cuadrados. Entregó 3 mil metros, pero faltaban 4 mil (justamente el área donde está la Ceiba). Muchos años después  nos enteramos que la empresa dio 15 millones de pesos (que no son más que 15 mil pesos actuales) a cambio de que el ayuntamiento violara la ley. 

Ahora dicen que tienen títulos de propiedad legales. ¿Cómo no habrían de tenerlos si tuvieron 30 años para que prescribieran los delitos, dinero, mucho dinero, notarios públicos y funcionarios dispuestos a validar el despojo? Es como si alguien comprara el Palacio de Gobierno y usara dinero, notarios y funcionarios corruptos para regularizar el despojo. ¡Claro que tendría un título de propiedad, aunque sería un título legalmente inexistente! 

Si las autoridades (de todos los niveles) no impiden que Hermosillo y nuestra colonia sean ilegalmente expropiados de esa área verde, la Ceiba que con tanto amor cuidaron las niñas cuando apenas era una rama, terminará convertida en leña para atizar la ambición sin límites de los verdaderos dueños de Sonora.

Texto y fotos por Alejandro Valenzuela

Sobre el autor

Soy Alejandro Valenzuela, director del Vícam Switch, un medio de comunicación que tiene como propósito contribuir al rescate y la difusión de la cultura y las costumbres de los habitantes de comunidades yaquis (yaquis y yoris).
Como datos biográficos, asistí a las escuelas primarias Benito Juárez, de Bácum, y Florencio Zaragoza, de Singapur; a la Secundaria Federal Lázaro Cárdenas y al CBTA 26, ambas de Vícam. En la Ciudad de México fui a la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia de la UNAM y cursé Economía en la UAM-Xochimilco. En Tijuana cursé la Maestría en El Colegio de la Frontera Norte. Tuve una estancia doctoral en la Universidad de Connecticut, en los Estados Unidos, con financiamiento de la Beca Fulbright, y obtuve el doctorado en El Colegio de Sonora.
En la actualidad soy profesor-investigador en el Departamento de Ingeniería Industrial de la Universidad de Sonora.

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