La historia de Hermosillo aun juega con las imágenes ya estereotipadas de su fundación como presidio, de su siglo XIX y de los restos del pasado porfirista. Aun nos regodeamos en la calle de Don Luis, antes de los Naranjos y hoy Serdán, aun vemos las huertas y las acequias, con las añoranzas de un pasado que ya nos explica poco de la actual realidad. Los viejos actores decimonónicos, siguen con su gastado papel interpretando hasta el cansancio los mismos roles. La historia de Hermosillo es un verdadero catálogo de lugares comunes, donde lo extraño molesta sin darnos cuenta que lo extraño es ahora la realidad social de la ciudad.
Los que llegaron del sur, de otras partes del país y del mismo estado, trajeron consigo las imágenes de sus pueblos, de sus faenas, de sus costumbres. Recorrieron calles extrañas en una lejana ciudad, tratando de interpretarlas y vivirlas desde sus propios motivos. Enfrentaron lo extraño reproduciendo sus formas. Pero sus formas, despegadas del ambiente que las generó y enfrentadas a otro ambiente en el cual poco decían, se fueron diluyendo. Sus mismas formas se volvieron extrañas para ellos mismos.
La historia del Hermosillo contemporáneo tiene un punto fuerte en el drama de las invasiones urbanas. En 1940, la población de la ciudad andaba en los treinta mil habitantes, cincuenta años más tarde, en 1990, rebasaba los cuatrocientos mil y, en la actualidad se habla del millón de habitantes. Suponiendo que los primeros cuarenta mil habitantes hubiesen sido todos hermosillenses, “por los cuatro costados”, éstos se fueron diluyendo en las masivas olas de inmigración. Lo interesante es que al hablar “del hermosillense”, aún se hace referencia a la figura mítica de “aquel” de las huertas y de las acequias.
Una referencia a la que acuden, tanto para acusar a los hermosillenses de regionalistas o, por lo contrario, para ponderar sus virtudes. Pasan por alto que se refieren a un hermosillense mítico, y que ahora el gentílico pertenece a los nietos e hijos de inmigrantes y a los inmigrantes mismos. Un gentilicio que se niega, pero que es el punto de partida de la actual memoria de Hermosillo.
Posdata. “Hay otros mundos, pero están en éste”: Paul Éluard, poeta francés, 1895-1952.