Fue por allá en mi año de servicio social de la carrera de psicología, cuando se me echó encima un paciente en el hospital psiquiátrico. De alguna manera se desamarró de la cama y logró salir del cuarto de aislamiento. Esa fue la primera y última vez que una persona dañada de sus facultades mentales volcara su furia en mí. Tuvieron que pasar casi 15 años de práctica como psicoterapeuta para volver a sufrir el ataque de otra persona violenta. Sin embargo, esta vez no fueron los golpes francos e inocentes de una persona atormentada por la psicosis.

 

El primer día que Miguel Martín Araiza Coronado marcó mi número celular para amenazarme con amanecer destripado en una bolsa de basura por ahí, supe que me había topado con un depredador. Después confirmé que no era  la primera persona a la que ese nefasto hombrecillo se atrevía a intimidar así; su ex esposa, la madre de Fernanda, consiguió el divorcio a través de una golpiza pública en el patio de la secundaria del Colegio Regis. Martín tuvo que ceder o afrontaría la denuncia. Otra ex mujer se fue a otro estado de la república por el hostigamiento que sufrió al decidir terminar la relación sentimental con él.

 

Para mí no fue una sorpresa que Miguel Martín Araiza Coronado perseverara acosándome. Tal y como lo dijo, ha cumplido parte de sus amenazas al conseguir que la universidad privada en la que impartía algunas materias cancelara mi contrato. También me hicieron saber diferentes directivos de la Secretaría de Salud Estatal que se acercó con ellos para exigir que me despidieran de la Dirección de Calidad, donde laboraba en ese entonces. Posteriormente, sus ataques se focalizaron en mi persona a través de declaraciones en radio, periódicos y redes sociales, en las que su objetivo fue y es lograr mi desprestigio profesional y la absolución de sus culpas al desviar maliciosamente la atención hacia mi persona.

 

***

 

Conocí a María Fernanda Araiza Mendívil, hija de Miguel Martín, en la presentación de tesis de uno de mis pacientes en octubre de 2014. Por azares del destino nos sentamos en la misma mesa. Fue una experiencia cruda e inusualmente dramática escuchar el relato no solicitado de los problemas familiares de la estudiante de medicina. Mientras la escuchaba traté de desalentar sus avances. “Una vez más me la han aplicado”, pensé. “Se ha cumplido el cliché de ‘platícale tus problemas al psicólogo que conoces en la fiesta’”. Después de unos minutos comprendí y disculpé a la atormentada chica. Obviamente le recomendé buscar ayuda en las instancias correspondientes para la violencia contra las mujeres, y por los siguientes meses se logró una amistad muy productiva: ella me brindó ayuda con el diseño de logos y otras actividades para mi incipiente asociación civil,  y yo le brindé acceso a mi biblioteca personal de literatura clínica.

 

María Fernanda sabe que escribo ésta crónica y es ella la que me autoriza a decir que, cuando la conocí, padecía de bulimia. Eso me lo explicó junto a sus problemas familiares en aquella incómoda reunión de académicos. Resaltaba también su vestimenta aseñorada, con la que trataba de disimular un cuerpo descuidado, la piel y el cabello grasos. Ella misma explicó que estaba deprimida y cómo a su corta edad ya se encontraba contaminada por el alcoholismo de su padre, un mamarracho ordinario al que le parece saludable que sus hijas se emborrachen junto a él, que lo suban en calidad de bulto por las escaleras cuando se amanece tomando, que acudan diligentes a cubrirlo en las llamadas nocturnas de emergencia que le hacen los hospitales para rentar su equipo médico; servicios que María Fernanda tenía que proveer cada vez que a su padre se le ocurría enfiestarse.

 

Fue un acto de amor propio que María Fernanda entendiera su propia aflicción. Sufría de todos los tipos posibles de violencia intrafamiliar: física, psicológica, económica y patrimonial. Sin embargo, ahora entiendo que fui un poco ingenuo al no anticipar que con el simple hecho de aceptar su amistad aseguraba mi lugar en medio de la guerra, que medio año después se desencadenara cuando María Fernanda decide ponerle un punto final a su triste historia de hija maltratada.

 

***

 

Una incinerante tarde de verano, no le quedó más remedio que defenderse de su habitual agresor en la manera más valiente e inteligente de la que se tenga registro en Sonora. Videograbando a su agresor se aseguró de que los cinco garrotazos que su padre le propinó en la cabeza esa tarde, mientras conversaban sentados en una mesa de la concurrida Plaza Bicentenario de Hermosillo, fueran los últimos que se atrevería a darle en su vida.

 

La relevancia histórica y sociológica del caso de violencia intrafamiliar de los Araiza es ineludible, específicamente el hecho de que la joven María Fernanda haya decidido documentar una de las tantas golpizas, que ya eran tratos regulares de la convivencia en su hogar. Su accionar  valiente y auto consciente resulta emblemático para una nueva generación de mujeres y hombres que han crecido a la par de la tecnología de los medios y el acceso a la información. Mexicanas y mexicanos que simplemente ya no se encuentran dispuestos  a permitir que su propio padre o cualquier otro personaje nefasto continúe pisoteándolos.

 

Aún falta que quienes analizan la violencia de género y el fenómeno del feminicidio se lo reconozcan a conciencia; pero el hecho es que María Fernanda es una auténtica y rara punta de lanza para la mujer contemporánea:  se rebela ante una crianza que ordena siga atrapada en el melodrama de las prácticas e inercias machistas, en la cultura y  las leyes misóginas, en la definición precaria y asfixiante de su rol de “buena hija”… María Fernanda es la súper mujer que deja de ser un simple “asunto” de los hombres en su vida para reclamar su derecho a una vida digna y libre de violencia.

 

Las autoridades han intentado, sin éxito, administrar su caso como la basura que se barre bajo la alfombra en México. Tal como hacen con las estadísticas crecientes de feminicidios, divorcios, tráfico de menores, embarazos adolescentes, etcétera. Le han dicho que se dé por bien servida por lograr lo que nadie antes ha hecho: encarcelar por 5 meses sin derecho a fianza a un inculpado de violencia intrafamiliar.

 

Quizá la mayor negligencia consista en haber clasificado la golpiza como simple violencia intrafamiliar y no como feminicidio en grado de tentativa. Hoy el caso de María Fernanda ha captado los ojos y oídos de organizaciones nacionales e internacionales que luchan por la defensa de los derechos de las mujeres. Dos equipos de periodistas de amplia difusión preparan reportajes especiales para monitorear el progreso del proceso penal contra su agresor Miguel Martin Araiza Coronado. Están listos para darle voz al clamor de María Fernanda y de millones de mujeres que han sufrido y siguen sufriendo junto a ella.

 

Dos o tres días después de que María Fernanda me hablara para contarme lo sucedido en la Plaza Bicentenario,  acudí al Ministerio Público a presentar una denuncia en contra su padre por amenazas y lo que resulte. Ofrecí todas las evidencias que pude reunir del acoso, que equivocadamente soporté en silencio por meses, por un ingenuo respeto a María Fernanda, “para que los problemas con su familia no se agravaran”. Es imperativo subrayar que he encontrado la misma ineptitud y falta de diligencia por parte del Ministerio Publico Sector I a cargo de la averiguación previa 1859/2015 en contra de Miguel Martin Araiza Coronado.

 

Ante los golpes, los insultos y calumnias  de su padre, la familia de María Fernanda (su madre y  hermanas) le han dado la espalda, se han  sumado al discurso evasivo y aberrante de un hombre capturado in fraganti golpeando a una mujer. La han traicionado porque dependen económicamente del mamarracho, como ha sido toda su vida. En su desesperación de ver tras las rejas a su proveedor, han usado medios de comunicación para desviar la atención específicamente hacia mi persona, con acusaciones inverosímiles de narcotráfico, trata de blancas, etcétera.  Han intentado confundir la opinión pública comprando favores de medios y argumentando un cuento ridículo basado en el inverosímil trabajo del Dr. Octavio Rettig, quien dicho sea de paso, nada tiene que ver conmigo o mi trabajo psicoterapéutico.

 

Las mujeres de su familia y el mismo Miguel Martín Araiza han demostrado que, aparte de carecer de valores y remordimiento por sus acciones, carecen también de imaginación, pues acusan a María Fernanda de ser drogadicta, de extorsionarlos,  y en fin, pretenden vender el paquete completo de la “clásica fichita”; cuando en realidad sus maestros de universidad y preparatoria,  amigos cercanos y mucha gente que la conoce, puede dar testimonio de la persona brillante, de alto rendimiento que ha sido y sigue siendo, a pesar de la violencia con la que creció.

 

El único motivo de Miguel Martín Araiza Coronado para realizar tantas atrocidades en contra de las mujeres en su vida es la percepción distorsionada que tiene de sus propios derechos y alcances. Pongo como ejemplo los celos patológicos que le gobiernan: ejercía control sobre el cuerpo de María Fernanda indicándole cómo vestirse, cómo arreglarse el cabello, hasta las tonalidades le autorizaba para teñírselo; siempre condicionando casa, comida, estudios y amistades para que cumpliera cada una de las órdenes que él le exigía.

 

Es por todo lo anterior que él, como muchos otros hombres equivocados, legitiman todo tipo de agravios a segundos y terceros: por temores paranoicos de que “su mujercita” haga algo que no se ajuste a sus planes. La definición de la mujer como propiedad sigue siendo uno de los grandes esqueletos en el clóset de una sociedad hipócrita, que se dice progresista e igualitaria. La evidencia es la violencia comunitaria que se desencadenó contra María Fernanda en cuanto sus padres la acusaron de ser una “mala hija” en redes sociales.

 

Esta es la crónica de una familia sonorense de clase media alta, donde los malos hábitos y el alcoholismo de un padre cobran su cuota final al provocar la rebelión de su integrante más joven.

 

Por Rafael Barajas Valenzuela

https://youtu.be/VzZG0UPP_80

Sobre el autor

(Autopresentación) Rafael Barajas Valenzuela es un reconocido especialista en problemas del comportamiento, con 15 años de experiencia como psicoterapeuta, 7 de ellos trabajando en clínicas especializadas en Phoenix, Arizona. Es egresado de la Universidad de Sonora y fundador de la Asociación Mexicana de Terapia Asistida por Animales (AMTAA A.C.). Tiene diversas especializaciones y postgrados en el extranjero y actualmente es candidato al doctorado en psicología por la Universidad de Kansas. Contacto: 6623 375539 y mentalarchitect771@gmail.com

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