Porque para los homenajes no hay fecha de caducidad, don Héctor Apolinar e Iribe ha querido desenlatar un texto y compartirlo con el fino lector de Crónica Sonora.
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En homenaje a don Miguel
El viernes 22 de abril de 1616, murió en Madrid el gigante de las letras españolas, hombre de demostrada valentía, honradez y elevada generosidad, Miguel de Cervantes Saavedra, creador de Don Quijote de la Mancha. Sus últimos días de vida han sido reconstruidos con precisión gracias a las investigaciones de diversos historiadores. Repasémoslos brevemente.
Al fallecer fue vestido con los hábitos de la tercera orden de San Francisco, a la que ingresó en 1613, y sepultado en el Convento de la orden de las Trinitarias Descalzas, en Madrid, orden que en 1580 pagó el rescate que exigían corsarios argelinos para liberarlo de su cautiverio en Argel.
Unos días antes, el 18 del mismo mes, recibió los últimos sacramentos cristianos. El día siguiente, aprovechando una ligera mejoría, escribió a su amigo y benefactor, el VII conde de Lemos, una sentida dedicatoria que inicia con una copla muy conocida en su tiempo, que dice: “puesto ya el pie en el estribo”.
Cervantes la utilizó así: “Puesto ya el pie en el estribo, quisiera yo no vinieran tan a pelo en ésta mi epístola, porque casi con las mismas palabras la puedo comenzar, diciendo:
Puesto ya el pie en el estribo/
Con las ansias de la muerte/
Gran Señor, ésta te escribo.
“Ayer me dieron la Extremaunción, y hoy escribo ésta. El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y con todo esto, llevo la ida sobre el deseo de vivir, quisiera yo ponerle coto hasta besar los pies a vuesa Excelencia; que podría ser fuese tanto el contento de ver a vuesa Excelencia bueno en España, que me volviese a dar la vida. Pero si está decretado que la haya de perder, cúmplase la voluntad de los cielos, por lo menos sepa vuesa excelencia este mi deseo”.
El 20 de abril, Cervantes dictó el prólogo de su última novela, Los trabajos de Persiles y Segismunda, en el que dijo:
“Mi vida se va acabando y al paso de las efemérides de mis pulsos, que, a más tardar, acabarán su carrera este domingo, acabaré yo la de mi vida (…) Adiós gracias, adiós donaires, regocijados amigos: que ya me voy muriendo, y deseando veros presto contentos en la otra vida”.
Las sentidas y conmovedoras palabras de Cervantes reflejan sus ganas de vivir y, al mismo tiempo, la aceptación serena de su destino final en caso de que su muerte fuese inevitable. A pesar de su situación, escribió hasta los últimos días de su vida, y su última novela, fue entregada póstumamente a la imprenta por su esposa, Catalina.
Diversos biógrafos coinciden en afirmar que Cervantes murió pobre y que su entierro fue de caridad. No todos coinciden con esa información. Hay autores que han investigado detalladamente los ingresos posibles y declarados de Cervantes, que los llevan a afirmar que el célebre escritor tenía buenos ingresos económicos derivados de la venta de sus libros a los editores que publicaron sus obras y, también, por los ingresos que obtuvo gracias a las actividades que desempeñó como comprador oficial de granos y bastimentos para la flota de las Indias de la Corona Española.
Lo que está confirmado es que Cervantes no obtuvo la posición que buscaba, teniendo en cuenta sus destacados méritos como “héroe de guerra”, en particular, por su participación en la célebre Batalla de Lepanto (1571), en la que combatió valientemente y con arrojo, como fue reconocido por sus compañeros y comandantes.
En esa batalla recibió dos disparos de arcabuz en el pecho y perdió la movilidad del brazo izquierdo por una herida, por ello fue conocido como “el manco de Lepanto”. A pesar de ello siguió formando parte del ejército y peleó en distintas campañas.
Cervantes no logró entregar las cartas de recomendación que llevaba, puesto que cuando regresaba a España, en 1575, después de su estancia de varios años en Italia (1570-75), fue secuestrado por corsarios argelinos, junto con su hermano, Rodrigo.
Al momento de su secuestro, Cervantes llevaba consigo cartas de recomendación, entre otros, del influyente Juan de Austria, hijo natural del emperador Carlos V, y jefe de las tropas conjuntas que combatieron en Lepanto, quien daba fe de los servicios militares prestados por Cervantes, no solamente en esa batalla, sino en otras campañas posteriores que se llevaron a cabo contra los turcos en el Mediterráneo.
Sin embargo, la fatalidad impidió que pudiera llegar España a hacer válidas las cartas dirigidas al rey Felipe II. En cambio, se vio preso durante cinco años. Debido a las cartas que portaba, los secuestradores creyeron que Cervantes era una persona importante, por lo que pidieron una suma elevada por su rescate.
Su padre, esposa y hermanas se vieron forzados a vender sus propiedades y desprenderse de sus ahorros para juntarlo, sin embargo, la suma no fue aceptada por los corsarios por considerarla insuficiente. Ante esa situación, Cervantes negoció, a cambio, la liberación de su hermano, Rodrigo, que también era militar y combatió en varias ocasiones junto a él. Así ocurrió, pero la familia quedó en bancarrota (1579-80).
Por ese motivo, entre otros, diversos autores señalan que Cervantes vivió sus últimos años en la pobreza.
Cervantes fue liberado el 19 de septiembre de 1580, al precio de 500 ducados, gracias a que sacerdotes de la orden de los trinitarios descalzos lograron reunir la suma que pedían. Probablemente eso explica porqué Cervantes decidió que lo sepultaran en el convento de los trinitarios, donde yace hasta la fecha. (1)
Otro dato que podría confirmar que no murió en la pobreza es el apoyo económico y la amistad que le brindó en sus últimos años de vida el VII conde de Lemos, Pedro Fernández de Castro, quien, entre otros títulos nobiliarios, era un “Grande de España” de primera clase.
Lemos ocupó importantes cargos en la Corona Española, como Presidente del Consejo de Indias, Virrey de Nápoles, -donde muy probablemente lo conoció Cervantes–, Presidente del Consejo Supremo de Italia y embajador extraordinario de España ante el Vaticano. Fue reconocido como estadista, intelectual y mecenas de diversos artistas, como fue tradición en la familia del conde.
Cervantes expresó públicamente su agradecimiento desinteresado a Lemus en un escrito elogioso en el que dice:
“Viva el gran conde de Lemos, cuya cristiandad y liberalidad bien conocida, contra todos los golpes de mi corta fortuna, me tiene en pie, y vívame la suma caridad del Arzobispo de Toledo, don Bernardo de Sandoval y Rojas, y siquiera no haya imprentas en el mundo y siquiera me impriman contra mí más libros…Estos dos príncipes, sin que los solicite adulación mía ni otro género de aplauso, por su sola bondad, han tomado a su cargo el hacerme la merced y favorecerme, en lo que me tengo por más dichoso y más rico que sí la fortuna, por camino ordinario, me hubiera puesto en su cumbre”. (2)
Ciertamente, como dice el propio Cervantes, no era rico (ni le interesaba serlo) y tenía aprietos económicos. En los últimos años de su vida tenía que sostener a sus dos hermanas, a su esposa Catalina, a su hija, a Isabel, su nieta, y antes a sus padres.
Cervantes era un tipo muy responsable. Después retirarse definitivamente del ejército, en 1590, solicitó al rey Felipe II un empleo en América que no le fue otorgado. Empero un amigo, abastecedor de la flota de real, Antonio de Guevara, lo nombró encargado de comprar abastecimientos en la región de Andalucía, cargo que desempeñó pocos años pero con lo que logró ingresos importantes e hizo un manejo impecable del dinero, como lo demuestran los estados de cuenta que entregó.
Por otra parte, en abril de 1609, el escritor se afilió a la Congregación de los Esclavos del Santísimo Sacramento, que había sido fundada por el patrocinio del duque de Lerma, uno de los personajes más influyentes en la Corona española, y por el ahora cardenal Sandoval, a quien Cervantes mencionó anteriormente. (3)
De acuerdo a algunos autores, la congregación era, al mismo tiempo, una academia literaria a la que también acudían escritores como el célebre poeta, Francisco de Quevedo, y los también escritores, Vicente Espinel, cercano amigo de Cervantes, Salas Barbadillo y Vélez de Guevara, entre otros. (4)
Lo anterior es una muestra del alto estatus literario y social, así como del reconocimiento que tenía Cervantes en la sociedad española de su tiempo gracias a su obra literaria, así como por su trayectoria militar.
Para ese tiempo, la fama de su obra, en especial, de Don Quijote de la Mancha se extendía no sólo por España, sino por todo el Imperio español y el resto de Europa, incluyendo Inglaterra, Holanda, Alemania y Francia, donde su obra había sido traducida.
A 400 años de su partida, tiene validez el soneto que aparece entre los que se escribieron a manera de prólogo a las Novelas Ejemplares, cuyo autor es Juan de Solís Mejía, que probablemente fuera el propio Cervantes. El soneto dice:
GENTILHOMBRE CORTESANO,
A LOS LECTORES
Soneto
¡Oh tú, que aquestas fábulas leíste:
si lo secreto dellas contemplaste,
verás que son de la verdad engaste,
que por tu gusto tal disfraz se viste!
Bien, Cervantes insigne, conociste
la humana inclinación, cuando mezclaste
lo dulce con lo honesto, y lo templaste
tan bien que plato al cuerpo y alma hiciste.
Rica y pomposa vas, filosofía;
ya, dotrina moral, con este traje
no habrá quien de ti burle o te desprecie.
Si agora te faltare compañía,
jamás esperes del mortal linaje
que tu virtud y tus grandezas precie.
Notas:
Nota 1, ver: “Cervantes en su vivir”, de Jean Canavaggio
Notas 2, 3 y 4, ver: “Vida de Miguel de Cervantes Saavedra”, de Martín Fernández de Navarrete
–Sobre el VII conde de Lemos, se puede ver: “Linaje, poder y cultura. El virreinato de
Nápoles a comienzos del XVII. Pedro Fernández de Castro,VII conde de Lemos”.
Por Héctor Apolinar
Retrato de Cervantes: Hulton Archive/Getty Images