Salvo una emergencia, cerramos año ¡aaaasí! (léase con voz de orador cirquero de los ochentas)

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Era uno de esos días de víspera de noche buena, la noche más importante del año para algunos practicantes del credo cristiano y para algunos paganos amantes de la fiesta. Me encontraba en las perdidas navegaciones de los canales de televisión abierta –navegación limitada a seis canales aquellos años 90´s con Tv Azteca recién nacida- cuando elegí quedarme en el noticiario Hechos de Mediodía, y pues ya se la saben como son los noticiarios de por allá en CDMX: una ama de casa entrevistada platicaba que haría milagros con su presupuesto para tener una cena digna para recibir a su familia, entrevistas a los locatarios del mercado diciendo que están logrando menos utilidades  que el año pasado pero que van poco a poco mejorando, los espectáculos curiosos de la pintoresca ciudad más grande del mundo y/o demás preparativos que hay en la gran urbe para recordar el nacimiento del salvador.

En el orden de las noticias por lo paradójico de la seguidilla de información me llamó la atención una nota donde en la emisión hablaba el nobel conductor – no recuerdo  quien era porque pues en esos días los titulares están de vacaciones- sobre otra forma de pasar esta para muchos fraternal noche de diciembre: la imagen que proyectaba era la de un niño como de unos seis años muy sucio y llorando amargamente a grito vivo ofreciendo sus lamentos y sus lágrimas al horizonte perdido pues delante de él no había nadie más, salvo me imagino al camarógrafo de guerra que capturaba las imágenes y seguramente  tampoco habría de pasar las épocas navideñas en su casa, a sus espaldas un desolador panorama de casas destruidas infiero que posiblemente era e vecindario donde vivía antes de conocer el rostro de la guerra. Ese niño era la ilustración de lo que acontecía en una región del mundo bastante anónima en lo que a buenas noticias se refiere, enclavada en los terrenos de la Rusia hostil y de relativa democracia, Chechenia le llaman. Esa imagen me acompañó durante ese día y noche de celebración, no pudieron ganarle las ultimas notas simpáticas que transmiten al final de la emisión –ya ven que creen que con eso nos va a dejar bien contentos-  esas que muestran a algún changuito haciendo bombas con goma de mascar o el clásico pandita que les lanza besos a los visitantes en algún zoológico del primer mundo y/o guiñándole el ojo a los asistentes más afortunados.

No todos la pasan bien en estas fechas aun teniéndolo todo para hacerlo –la tristeza nace en el corazón angustiado dice el proverbio-, también los hay esos estoicos que contra todo pronóstico esos días son una gozada. Viktor Frankl le llama neurosis dominical a esa depresión en forma de desfile de pensamientos, sentimientos y acciones que en fin de semana suelen experimentar algunos seres humanos al momento de dejar de lado sus actividades cotidianas y verse obligados a una intimidad vacía sin sentido. Hay otros quienes en algunos días festivos como las épocas navideñas, año nuevo, cumpleaños y/o aniversarios experimentan algo  parecido,  muchas personas por motivos triviales o por motivos realmente profundos y entendibles. Hay personas que lo niegan y evaden, otras lo cubren con sus aficiones, hay quienes están tan acostumbradas a padecerla que ya ni siquiera son conscientes de que pueden resarcir el impacto negativo -hay quienes no quieren queso sino salir de la ratonera dicen- y hay quienes tienen sus despertares interiores que les lleva a trabajar  manera de reflexión y acción constructiva estas situaciones para hacer por lo menos llevadero el momento.

Sin llegar a decir que estas épocas están sobrevaloradas, la experiencia puede llegar a decir que hay que ir con sigilo y no darle mucho hilo a las euforias de furia –para quienes toca convivir con personajes poco agradables-  y también sacarle la vuelta a caer en poses de gente luria –no falta el idealista en bancarrota en algunas reuniones- porque al final del día es un momento ideal para actuar sin dobleces. Tampoco es a fuerza la celebración y hay quien se conduce prudente en la reunión con la gente, encontrar momentos para atender aspectos personales es especialmente válido en estos tiempos en que la emotividad no permite en el colectivo dar lugar al lamento, más cuando los compromisos sociales sobrepasan la capacidad de convivencia del individuo se pueden padecer estos compromisos del hombre gregario cuando el llamado a disfrutarlos es la intención.

Bueno fuera ser esos entes derrochadores de alegría que con su presencia contagian los dones que la vida les ha dado, les dan su lugar y brindan sus finas atenciones a todos, conocen a quien menos se piense y tiene diálogos familiares con personas que menos esperamos, ser esos generadores de anécdotas inolvidables que al pasar de los años siguen provocando las lágrimas de risa tanto a quien la revive como quien la escucha, pero igual de bien será el simplemente reaccionar normal u juiciosamente a las experiencias emocionales intensas que suelen presentarse en estas alturas del calendario gregoriano. Lo que le ocurra al niño de Chechenia tristemente escapa a nuestro control –de hecho hay niños en situaciones similares más cerca de lo que podemos desear- pero todavía hay una esperanza para atender lo que le pasa a nuestro niño interior.

Por Alex Jiménez Bazúa

A finales del siglo XX se produjo uno de los conflictos más sangrientos del siglo XX: la primera guerra de Chechenia (más información aquí y aquí). Bajo el mandato del presidente ruso, Boris Yeltsin, el ejército ruso y los combatientes chechenos se embarcaron durante 21 meses, entre el 11 de diciembre de 1994 y agosto de 1996, en una guerra realmente cruel que costó la vida aproximadamente a 100,000 civiles. Esta primera guerra se saldó con una victoria pírrica para Rusia ya que murieron casi 15,000 soldados rusos (casi tantos como en diez años durante la invasión soviética en Afganistán). Sin embargo, los chechenos fueron incapaces de estabilizar el territorio convirtiéndose el terrorismo, el radicalismo islamista y los secuestros en algo habitual y cotidiano. En octubre de 1999, se produjo la muerte de 246 personas en la explosión de dos edificios de viviendas de Moscú y al mismo tiempo la incursión de islamistas radicales chechenos en la vecina república rusa de Daguestán. Desde unos meses antes (agosto) Rusia tenía un jefe de gobierno, Vladimir Putin, quien lanzó la segunda guerra chechena sin contemplaciones.
Para saber más os recomiendo los libros de Anna Politkóvskaya: La Rusia de Putin y Una guerra sucia: una reportera rusa en Chechenia (aquí y aquí)
La imagen es de uno de nuestros fotógrafos favoritos, Eric Bouvet. Excelente como siempre.

Sobre el autor

Sinaloense avecindado en Ciudad Obregón, Sonora. Egresado del Itson.

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