A propósito del anterior ensayo escrito para Crónica Sonora, en el cual expuse mis ideas acerca del documental Rompan Todo, aquí una pequeña reflexión que espero sirva para dar más sentido a mi punto ahí expresado.
El primer día de clases al ingresar a la secundaria, recién cumplidos mis 12 años, estuvo acompañado no solamente del nerviosismo natural de cualquier adolescente al entrar a una nueva escuela, sino además de buena música, de rock. El ritual era así: mi mamá me despertaba todos los días a las 6 a.m. Ella entraba en mi habitación y antes de pronunciar cualquier palabra encendía mi grabadora (obtenida unos meses antes como regalo de cumpleaños) y de inmediato sintonizaba el 106.7 de FM “Radio Universal”. En aquella época y a esa hora iniciaba una capsula musical diaria titulada El Club de los Beatles, el slogan versaba así: 10 minutos y 7 segundos con los genios universales, John, George, Paul y Ringo… Los Beatles.
El locutor se llamaba Enrique Rojas, presentaba estas cápsulas todos los días, la primera emisión era, como ya lo mencioné, a las 6 a.m. y había una segunda alrededor de las 2 p.m. (no lo recuerdo bien). Este presentador y erudito de los Beatles permaneció al frente del programa desde finales de los años 70 hasta 1994, año en que se despidió de los micrófonos de la estación. En esos efímeros 10 minutos de duración del programa solo daba tiempo de escuchar unas 2 o 3 canciones, ya que además Enrique Rojas se dedicaba a relatar exquisitamente acontecimientos relacionados con las canciones presentadas, así como algunas anécdotas del cuarteto de Liverpool. Así fueron todas mis mañanas de Lunes a Viernes durante 3 años consecutivos.
De más está decir que me volví fanático de la estación, la sintonicé todas las tardes durante años. Ahí conocí a grandes músicos y bandas como Emerson Lake and Palmer, Pink Floyd, Deep Purple, The Doors, Rolling Stones, Queen, Yes, Genesis, Stevie Wonder, Santana, The Cream, Led Zepellin, Depeche Mode, Billy Joel, etc. Es decir, tuve la fortuna de conocer lo más destacado del rock británico y estadounidense. Toda esa música era maravillosa, estaba llena de energía, de acordes que acompañaban increíbles frases melódicas. Todo era perfecto, solo había un pequeño inconveniente en todo eso, yo no entendía todavía muy bien el inglés en ese tiempo. Me constaba trabajo comprender a primera “vista” las letras de esas canciones. Era 1988, y en esos años era sumamente difícil conseguir traducciones de las líricas en inglés. La única alternativa viable era comprar el LP, casete o el CD (recientemente llegado a México), y rezar porque incluyeran las letras de las canciones en el interior del disco.
Los grupos musicales que programaban en esa estación de radio me atraparon desde el primer momento que los escuché, pero yo quería algo más, quería escuchar esa misma energía que me transmitía el rock, pero con letras que pudiera cantar, es decir, letras en español. Mis plegarias fueron escuchadas, unos meses después llegó un compañero de la secundaria con un casete (pirata por supuesto), de una banda mexicana: Los Caifanes. Este amigo se llamaba Alberto Hernández, todos le decíamos “Betuco”, un camarada a todo dar que decía ser el hermano menor del cantante de esta banda, un tal Saúl Hernández. Me platicó que él iba siempre a todos sus “toquines”, principalmente en un extinto bar ubicado a unas calles de nuestra secundaria, al norte de la Ciudad de México, llamado “El Apache 14”. Me contó también que estos músicos se hacían llamar anteriormente Las Insólitas Imágenes de Aurora, pero que se habían cambiado el nombre hacía muy poco. Jamás averiguamos en verdad si él era o no hermano de este músico, abandonó la escuela unos meses después debido a la crisis económica de finales de los 80, nunca más supimos de él.
Previo a escuchar por primera vez a los Caifanes ya tenía cierto conocimiento de algunos grupos de rock mexicano. Recuerdo que en casa había acetatos de grupos como Botellita de Jeréz, Santana y de La Revolución de Emiliano Zapata, además mi hermana tenía un caset de Luzbel, metal caído del cielo, de 1985, que nos encantaba escucharlo todo el tiempo.
Cada canción de los Caifanes tenía una esencia única y diferente. Las letras eran más interesantes que las habituales dentro del rock o pop en español, su sonido era original también, y lo mejor de todo era que podía cantar sus canciones sin temor a estar diciendo “washawashadas”. Desde ese momento y hasta el día de hoy esta banda se convirtió en mi favorita. Durante más de 30 años he disfrutado cada uno de sus discos y conciertos. Es una de las bandas mexicanas más sólidas y comprometidas con su trabajo. Sus letras continúan teniendo una perspicacia única y a pesar de las batallas con su voz, Saúl continúa dando todo en el escenario. Pocas bandas pueden presumir que sus líneas de bajo son concebidas por el connotado músico estadounidense Stuart Hamm y ejecutadas por el extraordinario Sabo Romo. Todo lo anterior ha hecho que esta banda sea punta de lanza del movimiento de rock nacional, surgido a mediados de los años 80.
Tres años después, exactamente cuando ingresé a la preparatoria en 1991, apareció un disco el cual fue una verdadera obra maestra: El Circo, de La Maldita Vecindad y los Hijos del 5º patio. Estos músicos lograron recrear una radiografía de la Ciudad de México, exponiendo sus problemáticas, sus antagonismos, sus desigualdades y sus miserias, pero también sus alegrías y virtudes. La aparición de este disco representó la culminación de una realidad expuesta primeramente por el genial Chava Flores desde la década de los 50 y hasta los 70 y continuada posteriormente por la excelsa Botellita de Jeréz en los años 80. Así como la azteca fue la cultura heredera de siglos de grandes aportes artísticos de civilizaciones precedentes a ella, así mismo, La Maldita Vecindad heredó ritmos, estilos, formas muy peculiares de hablar, de cantar, de bailar, pero sobre todo de expresar y sacar a la luz una realidad oculta, pero existente y viva, donde millones de mexicanos, o en este caso, chilangos, luchaban día a día para seguir en el circo de la vida de la Gran Tenochtitlán. Aún recuerdo cuando se presentaron por primera vez en el Auditorio Nacional en 1992, era como ver a seis niños de la calle tocar en un escenario con una energía inigualable. Las historias de cada una de sus canciones les dieron voz a todos esos “olvidados” de México.
Por razones de espacio no he mencionado en este breve ensayo a todas las demás bandas de rock nacional que brindaron grandes aportes al movimiento de rock de las últimas dos décadas el siglo XX. Quise enfocarme solamente en dos elementos del universo musical de este periodo: la banda Caifanes, como la agrupación de rock más sólida, duradera y exitosa de México, y el disco El Circo, de La Maldita Vecindad como “la joya mejor guardada de la corona del rock mexicano”, la cual, por cierto, a 30 años de su aparición, los “chavo-rucos” seguimos esperando la continuación de esta obra maestra.
P.D. desde hace años me pregunto qué sucedió con el locutor original del Club de los Beatles. Recuerdo la frase con la que despedía cada programa: …recuerden, si quieren sentir la energía de toda una época, cierren los ojos y recuerden una canción de los Beatles. Es posible que, al igual que con los genios de Liverpool, algún día aparecerá en el cuadrante radial un programa dedicado a transmitir toda la energía musical de las bandas de rock mexicanas que inundaron la escena musical de finales del siglo pasado.