Ciudad de México.-

Los amorosos ya se están relamiendo las manos, han decidido que este año no se quedan esperando. “Basta” han dicho en asamblea y con el puño en alto se han tomado las calles para protestar. Esto del amor comienza a sentarles fatal, se rascan la piel y se arrancan el corazón en mitad de una muchedumbre que ya abarrota las tiendas que materializan la felicidad. No es mala idea, hay que decirlo, eso de pasarse un día entero eligiendo el mejor regalo, el que más atine a los deseos de la persona amada. Los amorosos, vengo diciendo, se han cansado y de pronto ya nada es igual con ellos.

Entre descifrar qué es el amor y quién fue el primero en sentir que estaba enamorado, la tinta se vuelve insuficiente. Quizá toque hacer otro tipo de reflexión: desde Romeo, que sin más pasó de Rosalía a Julieta, hasta Don Quijote que nos demostró que se puede amar incluso lo que no se conoce, no queda claro qué es eso del amor, aquello del enamoramiento y, sobre todo, para qué sirve hoy en día ese sentimiento ineludible en el ser humano. Y es que queda fácil enamorarse, así nos mostró Lope de Vega, la cosa está en desengancharse sin los estragos que pueda llegar a causar esa bomba de destrucción anímica. Tarde cayeron en la cuenta los amorosos, pero quiénes somos para reclamarles algo.

Quizá sea por eso que sabemos que estamos enamorados

La socialización de los conceptos académicos sobre el amor ha permitido darle nombre a eso que nos mata, que nos revive y que eventualmente vuelve a poner sus botas sobre nuestras caras. Quizá sea por eso que sabemos que estamos enamorados, pero también por eso sabemos que ya se acabó y quien nos quería a su lado ahora se aleja tanto como puede. En cualquier caso, están los que ya se enamoraron alguna vez y los que se van a enamorar próximamente, y en cada situación se repiten las mismas fases, y aquí la tesis es poco benevolente, tocaría no estar de acuerdo: el amor siempre termina.

En El amor en los tiempos del cólera Florentino Ariza dijo a su patrón de la empresa mercante “yo necesito del amor” cuando éste le reprochó que sus cartas comerciales parecían poesía antes que solicitudes de cargamento. “Lo único que me interesa es el amor” dijo Florentino Ariza en su defensa. Sus palabras, definitivamente, tenían forma de mujer, se trataba de Fermina Daza, quien fue amada por décadas por el mismo hombre que sabía que su única alternativa era morirse para dejar de amarla (dejar de sufrir, menudo escenario), o que el doctor Juvenal Urbino fuera el primero en partir de este mundo. Quizá Gabriel García Márquez ―esto me lo estoy pensando muy seriamente― intentó decirnos que el amor y el amar tienen por única opción la cólera.

Escena de El amor en los tiempos del cólera. La de las cartas, precisamente.

Francesco Alberoni considera que el enamoramiento, cuando éste se consuma en una pareja, es la primera acción colectiva. Una suerte de compromiso asumido frente a una sociedad que engaña, que asusta, que agrede y ofrece el individualismo como referente de éxito. Visto así, parece que una pareja enamorada es un compromiso político y ético de uno con el otro, y la tesis es sencilla: si puedo preocuparme por la persona amada entonces soy capaz de preocuparme por otras dimensiones sociales, la injusticia en el mundo, por ejemplo. Dicho esto, queda claro que el enamoramiento tiene en un patrón de comportamiento su fin último, de lo contrario el amor no cumple con una función política.

¿El amor de Florentino Ariza era estéril entonces? Es decir, ¿aquella potencia política del personaje había sido enterrada por él mismo? La vejez no ama igual, ni milita de la misma forma como lo hiciera en la mocedad. Parece que el amoroso Florentino tenía un amor de recuerdo, pero ya se había agotado la primigenia potencia colectiva.

más bien estamos aceptando que ya no se ama como antes

A Zygmunt Bauman se le ocurrió decir que el amor ahora es líquido, breve, inaprensible y por ello mismo difícil de asir con palabras o con un anillo de compromiso. El amor, eso que permite la construcción de vínculos humanos, está en peligro, y antes que hacer algo para defenderlo ―si es que alguien levanta la mano para decir que aún valen la pena los amorosos― más bien estamos aceptando que ya no se ama como antes, que ahora son otros tiempos, posmodernos aseguran, y que desde hace unas décadas todo se vale y no hay por qué cambiar las cosas, que en última instancia es su esencia: cambiar y cambiar.

El amor, entonces, siempre ha existido, pero no siempre ha existido de la misma manera. Parece que el amor espanta, pero es que tampoco ofrece garantías cuando se está enamorado. Definitivamente la peor versión del amor es cuando el patrón de comportamiento que lo confirmaba se viene en picada. Qué hacer, no hay muchas opciones, me parece: desde los griegos hasta Bauman con toda su metáfora, parece que el amor y el enamoramiento es proceso derivativo. Esto quiere decir que cumple con un esquema tanto físico como de ideas, lo cual lo hace ―tengo que decirlo― factible de fabricarse, tal cual un arma de destrucción anímica.

Así que enamorarse no es mala idea, ni quien lo diga. Quizá lo que toca hacer es recuperar el amor como categoría política que ofrezca municiones de combate, tal vez un día de estos se nos ocurra la gran idea de amar en contra de las circunstancias y no dentro de ellas: esta desorientación en la que el neoliberalismo nos ha clavado. Y quizá a los amorosos, ya liberados, les dé por devolverle el romanticismo al enamoramiento; asimismo Florentino Ariza pueda tener tanta razón como Stendhal: el amor, en última instancia, es el asunto que más debería importarnos.

Texto y fotografía de portada por Afonso Brevedades

Sobre el autor

Juchitán, 1983. Es psicólogo y escritor. Ha publicado tres novelas y coordinado dos antologías de ciencia ficción. Sus ensayos, crónicas y artículos académicos se han publicado en revistas nacionales e internacionales. Ha impartido talleres y conferencias en países de América Latina. Actualmente radica en Colombia.

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