Va esta contribución para fortalecer el valor de lo colectivo en la palabra escrita de Crónica Sonora.

 

Al cumplirse un año del derrame de residuos tóxicos sobre el Río Sonora, provenientes de las presas de jales de la mina Buenavista del Cobre, se vuelve necesario hacer una reflexión  y un balance desde algunos elementos como la geografía, el territorio y la cultura para entender un poco mejor el contexto de este conflicto que no acaba de resolverse.

 

De inicio tenemos una naturaleza agredida en lo más hondo de su vitalidad. Un paisaje cultural hondamente arraigado en la conciencia de los Sonorenses se ha visto alterado en su composición ecosistémica; el vertedero, flujo y libre tránsito de aguas limpias se ve contaminado por la acumulación de una gran cantidad de metales pesados y otras sustancias tóxicas, de larga duración y  difícil remediación.

 

En otro tenor, una población vulnerada en varios de sus derechos fundamentales como personas y como ciudadanos; lacerada su economía y las actividades productivas que les dan el sustento diario sin saber cuándo podrán retomar su ritmo y cauce normal; una población vulnerada por los riesgos de lo que hace mucho estaba latente y que de un momento a otro podía suceder; una población carente de una cultura de la prevención ante este tipo de desastres y riesgos ambientales y, aunado o junto con ello, el enfrentamiento con sólidos poderes empresariales.

 

El escenario del Río Sonora necesariamente enfrenta dos formas de concebir el mundo. Por un lado la economía de una región ancestral prohijada por prácticas y formas de vida labradas culturalmente en el devenir y el paso del tiempo por distintos grupos humanos que habitaron esos vastos territorios sin deteriorar sus recursos naturales.

 

Por el otro, la de un grupo empresarial con prácticas depredadoras al que no le importa arrasar con las economías locales que han garantizado la subsistencia de esos grupos, bajo el falso progreso de una modernidad que ya dio de sí hace mucho tiempo. Poderes empresariales ligados a poderes políticos insensibles y ciegos a lo que no sea acumulación de fortunas personales en una depredación sin límites del capital natural, social y humano.

 

El estado de Sonora constituye un complejo mosaico cultural fantásticamente labrado en su devenir civilizatorio. El gran mosaico comprende culturas que se asentaron lo mismo en los desiertos que en los grandes valles y sus ríos, en las extensas serranías o en los territorios tropicales como Álamos y Navojoa. Ahí están como testimonio fiel las crónicas que los misioneros y conquistadores de por estas tierras hicieron y dejaron para la posteridad al momento de los primeros contactos. Pienso por ejemplo en las crónicas de los misioneros que vieron a los Yaquis producir hasta dos o tres cosechas por año en sus parcelas debido a la fertilidad que las inundaciones del Río, que lleva su nombre, dejaban cada año con sus enormes crecientes. Ahí se maravillaron viendo como crecían el frijol, la calabaza, el maíz y no recuerdo si el chile y la sandía.

 

El otro ejemplo que me fascina es el de los exploradores Españoles que remontaron por vez primera las aguas del Río Colorado buscando las míticas ciudades de Cíbola y Quivira. En su tránsito aguas arribas, hacia el Golfo, fueron abastecidos con frijol, calabazas secas y otros alimentos por las innumerables tribus que poblaban las riberas del río. Esos aventureros, al rendir sus informes ante el virrey, al regreso de sus expediciones en la ciudad de México, nunca entendieron que el oro que buscaron no era el metal relumbroso que no encontraron sino precisamente todos esos alimentos con los que fueron abastecidos en lo más inhóspito del desierto. Así de cegadora puede ser la ambición; lo más valioso no es lo que nos deslumbra sino lo que nos alimenta, lo que nos da la vida.

 

Los grupos humanos que nos precedieron en estos territorios que hoy reducimos a una simple jurisdicción político administrativa, conocida como estado de Sonora, han vivido aquí desde hace por lo menos tres mil años, escribiendo su historia de una forma conciliadora con la naturaleza, a partir de entender al hombre como parte de ella y no contra ella. La historia de la cultura nos enseña cómo nuestros ancestros pudieron evolucionar conviviendo con el paisaje sin alterarlo ni destrozarlo. Ahí está el ejemplo, en nuestras circunstancias actuales nosotros tenemos que pensar en una civilidad diferente que nos provea de otros modelos productivos para habitar estos territorios, una civilidad que venga de una dimensión de la conciencia y la sensibilidad de sus ciudadanos y no sólo de los depredadores a ultranza disfrazados de empresarios o políticos en turno.

 

Para ello necesitamos reconstruir nuestros paradigmas epistemológicos como cultura, reescribirlos desde una honda comprensión del medio ambiente que hemos habitado y desde las valiosas experiencias que nos han legado los que nos antecedieron.

 

Pienso por ejemplo en el papel que debiesen estar desempeñando la gran cantidad de instituciones de educación superior, universidades y centros de investigación que existen en el estado de Sonora. Pienso en la gran cantidad de doctores y especialistas que se han formado dentro y fuera del país y hoy son profesores o investigadores en estas instituciones. La mayor parte de ellos, salvo honrosas excepciones, han permanecido ausentes del debate y la propuesta de soluciones para la población afectada. Si bien la responsabilidad y el compromiso es de todos, hoy más que nunca la ciencia y los científicos formados con el presupuesto público debiesen deben estar trabajando y alzando la voz hombro con hombro con los pequeños productores de quesos, leche y alimentos, con los ganaderos, los rancheros, comerciantes, amas de casa, artesanos y en fín con todos los ciudadanos directa o indirectamente afectados por el derrame de la minera, propiedad del Grupo México. Ciencia y científicos que no se comprometen a resolver problemas sociales se convierten en cómplices de las depredaciones sin límite de los grupos empresariales y gobernantes en turno que arrasan con todo lo humano. Poseer un título académico con sus diversas modalidades en el Sistema Nacional de Investigación y desarrollar una ciencia que no resuelve problemas sociales concretos es tan sólo formar parte de una élite del conocimiento que convalida y, en el peor de los casos, justifica la existencia de esas formas de abuso y poder.

 

Hoy como nunca Sonora cuenta con una multitud de especialistas en las más diversas ramas del conocimiento, hoy como nunca tenemos el potencial para darle un viraje al timón de nuestras regiones. El conocimiento, las humanidades y el arte son el mejor vehículo para transformarnos. Ciencia sin humanidad no sirve de mucho, humanidad sin soluciones y acciones concretas tampoco. A mi generación le enseñaron que lo mismo se puede escribir un buen artículo que agarrar el pico y la pala para unir la acción con la palabra

 

A lo largo y ancho de los desiertos, de las franjas costeras y sus valles, de las grandes serranías, nuestro territorio sigue siendo fantástico, espacios profundamente generadores de vida y de honda raigambre cultural. Ahí está el compromiso que tenemos como generación, perpetuar esos espacios, reeditar, rescribir nuestra vida de otra forma más inteligente, sensible y humana.

 

Por Héctor Rodríguez Méndez

Fotografía del Río Sonora a su paso por Ures. Realizada por Benjamín Alonso el 24 de agosto de 2014, 18 días después del derrame que aquí nos tiene.

Sobre el autor

Héctor Rodríguez Méndez es sociólogo y consultor especializado en el desarrollo proyectos comunitarios sustentables. Ha trabajado en centros de investigación y programas para la conservación y uso sustentable de los recursos naturales en Areas Naturales Protegidas.

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