Baldemar de los Llanos regresa al portal de moda para hablar de la banda de moda

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Estas vacaciones invernales sin invierno me ha dado por reparar, ociosamente, en el fracaso acumulado. Sí, en la pila enorme de fracaso propio.  Pero, además, en el fracaso acumulado de mis antepasados y hasta en el de mis amigos cercanos. En el fracaso que más pronto que tarde vendrá a por mí otra vez -enfundado, quizás, en ropaje fino- y me seducirá y destruirá de nuevo, implacable.

También ha estado dándole vueltas al fracaso de millones de seres humanos que a lo largo de los siglos han ensayado todo tipo de empresas, misiones y proyectos, a veces maravillosos, otras absurdos. Las miles de millones de ocasiones que los humanos han acertado (las menos, quizás) o fallado una y otra vez (las más, tal vez). Porque vaya que si la especie humana es testaruda, empeñada y cabezona. Qué va. Lo sabemos. Empero, no conozco -porque no existe- otra especie que haya acumulado tanta derrota consecutiva y siga en pie, intentándolo, insensata, hasta el fin de los tiempos. Porque, vamos, todos sabemos que el proyecto humano se ha construido a sí mismo preguntándole al polvo, ensayando el error.

¿Acaso el fracaso será el catalizador de todo? Me pregunto mientras sorbo un trago de café y contemplo el horizonte muy serio y con la mano derecha sobre mi barbilla. ¿Por qué demonios no podemos materializar nuestras aspiraciones y sueños? ¿Por qué dice mi terapeuta -con insistencia- que la derrota es la mejor forma de aprender? Como estas, me asalta una andanada de preguntas urgentes que mis dos neuronas no alcanzan a procesar, muchos menos a responder.

Les decía. Han sido días de abulia, repletos de ocio, tamales, café de altura, whisky malo, mucha televisión y algo de buena literatura. Curiosamente, todo ese caldo de cultivo me ha conducido a seguir -sin quererlo- una noticia local que veo en todas partes, con los amigos y conocidos que aprecian la música y, sobre todo, en redes sociales; una información que ya me tiene ligeramente inquieto, preocupado. El asunto este de unos chavitos que tocan surf punk y se hacen llamar Señor Kino. Y que acaban de dar el salto cuántico al ser invitados al legendario festival californiano de Coachella.

Honestamente, una parte de mí me dice que no escriba sobre esto, pero tengo que reconocer que me ha vencido el morbo y el aburrimiento. Lo acepto, soy débil. Han sido días difíciles, espero me comprendan. Heme aquí, testarudamente, metiendo la pluma donde nadie me ha llamado. Como siempre, un despropósito más en la vida para empezar bien otro año. Caramba. Qué más da… Perdón, antes de continuar, permítanme compartir un par de mis más estrepitosos y sonados fracasos.

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Fracaso sentimental

Hace algunos años, salía con una chica maravillosa: académica, cantante de country, trabajadora, guapísima. Una chica de ideas. (Tengo debilidad por las chicas de humanidades y ciencias sociales). Con hoyuelos en la espalda baja, como me gustan. Y que además follaba como energúmena. Ella era un verdadero animal poseído por las más bajas y sucias pasiones. Era una pantera disfrazada de humana, estoy seguro. Pero adivinen qué sucedió. Lo eché todo a perder. Sí, atinaron: estropeé nuestra linda y promisoria relación por andar jugándola al pirrurris, al Ron Jeremy del municipio de Hermosillo. Todo imbécil. Y como era de esperarse, hubo consecuencias devastadoras. Ella se fue a los brazos de un simpático sudaca, que, por cierto, dicen que poseía una gran verga de poco más de dos metros. Una locura. Imposible competir contra eso. Es oficial, fracasé como cómplice de amor. ¿Les ha pasado?

Fracaso laboral

Gozaba del mejor trabajo del mundo, era feliz y no lo sabía, nunca lo advertí sino hasta que desapareció. Un lindo empleo bien remunerado y haciendo lo que me gustaba. Era asistente de un prestigioso detective privado. El ambiente laboral era realmente envidiable. Estaba siempre solo, inspeccionando documentos, buscando pistas, hurgando en extrañas formas de vida. Un trabajo de ensueño. Qué va. Pero que eché por la borda debido a que envié en mi lugar, a uno de mis amigos cercanos -desempleados- a realizar una entrevista importante con un testigo de un caso criminal, que no pude atender personalmente por andar de simpático con una hermosa socióloga universitaria en la playa de San Nicolas,. Surfeando -bien colocado- sobre la arena. Ya saben. Uno suele tomar buenas decisiones que acaban saliendo mal. A la fecha, ese ha sido el fracaso laboral que más me ha calado.

En fin, así las cosas

Regreso al Señor Kino. Pues ahí tienen que enciendo el ordenador y abro Youtube. Ha llegado el momento de darle play a la banda local de la que todo mundo habla y yo no conozco. Y ¡pum!, suenan de seguido “Señorita Hernández”, “Verde Pastel”, “Vete Ya”, “Me Siento”. Acto reflejo empiezo a rebotar sobre mis pies y, súbitamente, salgo corriendo hacia el botiquín portátil que guardo en casa (uno nunca sabe cuando llegará una emergencia) y de un solo tajo me echo a la boca 4 píldoras rosas. De esas para la ansiedad que me recetó el psiquiatra cuando me abandonó (por un caballo) mi exmujer (ahora es hombre). Y, de paso, me lío un porro de una pulgada de diámetro y lo fumo, desesperado. Y repito el grito de guerra que solíamos gritar en la preparatoria: ¡Chinguiesumadre! (Carlitos Licón dixit).

Vamos a la calle. Estoy feliz, extasiado, eufórico, quiero abrazar un árbol, mejor cinco. Repiquetea en mi cabeza el magnifico cover “Vete Ya” del Vale. Y me asaltan unas terribles ganas de comer basura y de golpear en el rostro a un policía. Pero lo valoro poco viable (tengo que trabajar mañana) y mejor busco mi vieja patineta Santa Cruz y me lanzo a la calle a patinar -enfundado en mis Vans- por barrios desconocidos. Pinches morritos de Señor Kino, me hicieron regresar a la euforia de mis días primaverales en el Cobach Norte. Cuando amaba a Yazmin. Pertenezco a la estirpe de sujetos que siempre confunde el amor con las ganas de ir al baño. Pero ¡Oh! ¡La Yazmin! ¿Dónde estará ahora?. (Si acaso me estás leyendo, Yaz, quiero que sepas que aún te amo. ¿Por qué te fuiste? Vamos, ya perdóname. Abandonemos todo y volvamos a intentarlo. Búscame. Adiós.)

De verdad, no logro entender del todo a qué se refiere la gente. Porque este invierno sin invierno he escuchado varios comentarios negativos y mala vibra sobre Señor Kino, de personas que saben y conocen de música. O que inclusive son músicos. Comentarios como “Que los morritos de Señor Kino son lampiños y tocan muy mal, guiiu… Que son pésimos músicos… Que sus letras son sumamente banales… Que cantan de la fregada… Que no proponen nada nuevo… Que están en esto por dinero… Que tienen un mecenas millonario que les financia sus aventuras… Que pagaron por su espacio en el legendario Coachella… Que son una bola de engreídos porque ellos no inventaron nada, mucho menos la escena rockera sonorense… Etcétera.

Y me temo, improbable lector (sigues aquí, ¿verdad?), que esos aventurados y desafortunados comentarios tienen un origen común. Sí, me refiero al clásico y antiguo celo de un músico hacia otro; ese músico cuya banda nunca pudo despegar y llegar a públicos masivos, o a otras latitudes, y naufragó en el camino. En cambio, estos musiquitos desparpajados, preparatorianos y puñeteros (a esa edad yo me regalaba placer cada vez que visitaba el cuarto de baño) la empiezan a armar suave, dentro y fuera de su lugar de origen, sin saber siquiera quizás tocar con maestría su instrumento.

Pero bueno, a donde quería llegar improbable lector, respetable lectora, es a convocarnos a tratar de NO ser mezquinos y crueles con los chicos de Señor Kino. Es bien válido que no nos guste la estridente música que producen, pero no permitamos que nuestras frustraciones, nuestra amargura existencial, nuestros miedos o fracasos generacionales alcancen y contaminen a estos chicos que por su talento (mucho o poco) empiezan a vivir un sueño que quizás nosotros, por nuestras limitaciones y nuestras particulares circunstancias, no supimos alcanzar ni cumplir. Que nuestro fracaso colectivo acumulado sirva para algo, caray.

Larga vida y buena suerte al Señor Kino.

Por Baldemar de los Llanos

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Sobre el autor

Joel García (Hermosillo, 1978) es oficinista y a veces escribe.

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4 Comentarios

  1. Jajaja…debo decir que lo que más me atrajo de este texto, sea realidad o mentira, son las peripecias y trabajos del autor, mas que la defensa de una banda muscial. Ávidamente y con el morbo de cualquier lector que se precie de serlo, transité por los altibajos de su vida hasta preguntarme si hay logros y un poco de felicidad en el aquí y ahora de este matemático del Lenguaje…y si aún le va a los Beavers!

    1. Estimada, ana. Gracias por tomarte el tiempo de dejar un comentario en esta ociosa columna. Todo lo lo que describo, efectivamente sucedió. Soy un esteta del error. Pero también ha habido aciertos en mi vida, como no. ☺️😉 De hecho, actualmente atravieso por una buena racha de fortuna y felicidad. Sin perder de vista que todo es cíclico, claro. Por cierto, Nunca le he ido a los beaveers. Saludos 😎

  2. Bien por Señor Kino, pero la verdad -influido por tu artículo- me dí a la tarea de verlos y escucharlos en YouTube pero no logré pasar más del primer minuto en ninguna de las 5 canciones, no es lo mio. Pero quien es uno para opinar. Quizá en vivo y con tres cervezas si me guste, digo si hasta a Los Tetas Flacidas aprendí a escuchar y cantar sus rolas, ¡no te me agüites mi ñana!

    Lo que si, es que la balconeada al Carlitos fué lo mejor. ¡Ja! saludos

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