No podía haber mejor fecha  que el Día de la Mujer para el debut de Pavel Uranga en Crónica Sonora, ni mejor acompañamiento que el de nuestro ilustrador estrella, José Juan Cantúa «Momo».

Buen provecho

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Hacía un calor del demonio, después de caminar por hora buscando la historia en esa ciudad, no había forma de romper la ostra. Nadie sabía nada, no había información, los monumentos, crípticos, recitan nombre a medias, pseudónimos, pedazos como retazos de una historia que debía ser gloriosa. Excepto sudor, no había logrado sacar nada de ahí. De pie, frustrado frente al monumento a los defensores de la ciudad, comencé a putear en voz alta mis miserias.

Yo, acostumbrado a la discriminación…

Un viejecito, que evidentemente en alguna otra vida fue más alto y fuerte, muy blanco, con una boina impensable bajo ese sol, con un bastón labrado, y ropa de lino muy blanco, se me quedó mirando fijamente, él estaba sentado en una esquinita del monumento, con un termo y un sandwich de nosequé. Yo, acostumbrado a la discriminación por mi piel india y mi pelo largo, mi pobreza, decidí ignorarlo y quedé mirando fijo las figuras del monumento, tratando de descifrar algún significado inasible ahí.

Cuando me dí cuenta, el viejecillo estaba detrás mío, y me preguntó con un acento que reconocí de inmediato, porque me recordó a mi tía Blanca Sáenz, una catalana exiliada de la guerra civil que era parte de mi familia por elección; “¿qué buscas?” me dijo, “tal vez yo puedo ayudarte”. Lo quedé mirando con la desconfianza de mis 17 años vividos en duros aprendizajes de desconfiar del ejército porque mata, la policía que desaparece a seres queridos, y gente blanca que te desprecia porque no eres como ellos.

“Los rastros entre 19 de febrero y el 2 de mayo de 1812 no aparecen por ningún lado en este pinche rancho” dije yo de mala manera. Caminando furioso, a la esquina del monumento a dónde él había estado sentado, señalé un nombre en el extremo izquierdo y dije “a ver, qué mierdas es eso de “la intrépida Barragana”, ¿quién era?, ¿dónde está esa pinche información?, los constructores, y los que mandaron a hacer esta historia no querían que supiéramos nada” dije terminante, con ánimos de irme a la mierda.

¿De verdad quereis saber?

“¿De verdad quereis saber?” me preguntó buscando mis ojos. Sus ojos azules casi translúcidos buscaban en los míos con auténtica curiosidad. “Sí” dije enfático “La historia oficial está llena de pendejadas incoherentes. Sí, quiero saber, sin duda que quiero.” Me extendió el codo, a modo de alcayata, como lo hacía mi abuela cuando me pedía que le ayudara a caminar sin decirlo, y me dijo “ayúdame a salir de ésta resolana criminal, que aquí nos vamos a escocer en nuestros jugos” y caminamos bajo las sobras de los árboles de hule, los mangos, y los ahuehuetes de la plaza central en donde hacía mucho menos calor. Se detuvo en un callejón simple, abandonado, mugroso, y me invitó a sentarnos en una escalinata llena de hojas secas de los árboles de la plaza, por ahí obvio que no pasaba nadie. Era el llamado Callejón del Castigo, y la casa era justo la de la esquina.

“Esa mujer se llamaba Guadalupe Barragán, era negra, posiblemente de Guerrero, ella fue la tercera esposa de Don José María Morelos y Pavón, el generalísimo, también muy negro él. Al momento del sitio de Cuautla, ella ostentaba el rango de capitán -cosa fácil de imaginar, que siendo la esposa del jefe máximo de las fuerzas independentistas, él le habría regalado un rango para proveerla de alguna seguridad. Nada más falso.” dijo mientras sacaba su termo y me ofrecía beber, lo que resultó ser agua de horchata, fría, deliciosa.

“La capitana Barragán del Ejército Libertador del Sur, era la responsable de la atención personal del generalísimo, era su ujier, si así se quiere, en el campo de batalla, en la ciudad y bajo toda circunstancia como podrás suponer.” selló con mirada pícara. “Otra cosa, aquí, en esta casa donde estamos, desde esa salita, íngrima ahora,” señaló al interior de la casa,” Morelos diseñó la estrategia militar que hizo historia, y pudo resistir y vencer por 72 días los embates del, entonces ejército más poderoso del mundo. Morelos al comando de indios, negros y criollos mugrientos.”

“Obvio que vos no sabéis, pero, en medio de la selva que era entonces ésta ciudad, Don José María Morelos contrajo malaria en los primeros días del mes de abril. Mala cosa en ese tiempo, los pronósticos sin médico a la mano no eran buenos. El segundo al mando, Hermenegildo Galeana había logrado en esos días, salir del cerco, en busca de refuerzos y vituallas. Mariano Matamoros estaba al poniente, dónde se libraban sangrientas batallas.”

Los ojos del viejito chispeaban

“La situación era caótica, casi sin mandos, en medio de un desorden que era notable en las tropas, por lo que los oficiales realistas deciden hacer un movimiento de honor, ofrecer una salida honorable pues a los sitiados, y envían a un emisario con bandera de tregua, a parlamentar con Morelos. A exigir la rendición y ofrecer garantías para algunos de los sitiados.” Los ojos del viejito chispeaban con una energía que habría podido dirigir varias batallas, con emoción, con orgullo. Yo trataba de descifrar si era orgullo hispano o de qué tipo.

“Entonces, el emisario tiene la suerte de llegar en uno de los días en que las fiebres tercianas de Morelos eran las peores, así que debilitado, solo, sin consejeros, sin estado mayor, aislado, y asistido únicamente por oficiales de menor rango, casi sin experiencia, y con su leal Guadalupe a su lado, voltea, y le mira, con amor, y melancolía, toma su espada -en ese tiempo, la espada del jefe era el símbolo de todo, de la victoria y de la derrota, la única forma de despojar a un general de su espada era de sus manos muertas o bajo rendición, que se ofrecía como símbolo de aquiescencia de la derrota.- Entonces, imagina la escena, Morelos toma la espada, no por la empuñadura y la cazoleta en símbolo de resistencia, sino por la funda, a la mitad, como símbolo de concesión, de derrota. Toma la espada y mira a Guadalupe y le dice ́ Hazte cargo.´La sonrisa del emisario debe haber sido épica, iba a recibir la espada de Morelos en rendición. Seguramente ya se veía él en Madrid a caballo rumbo a Palacio a recibir alguna condecoración, además de ascensos y probablemente algún título de nobleza.”

ya escucharon al jefe

“Pero, ni Morelos, ni el emisario contaban con Guadalupe Barragán, que poco sabía de simbolismos, y en vez de dar la vuelta y entregar la espada al emisario del Rey, se dió la vuelta con la mano en la empuñadura de la espada, la puso en su cinturón, se la ciñó al tiracuello, y volteó a ver a los oficiales de baja graduación que se encontraban ahí, y le dijo ´Pues ya escucharon al jefe, estoy a cargo´y mandó echar a la calle al emisario, y tomó el mando del Ejército Libertador de Sur entre el 10 y el 18 de abril de 1812.”

“Ella fue la jefa militar del Sitio de Cuautla, no desde el callejón del Castigo, sino a caballo, de día, de noche, en medio de expediciones nocturnas a los campamentos enemigos a tomarlos a degüello, con el cuchillo entre los dientes, para recuperar municiones, alimentos, y lo que fuera recuperable, ella creó una situación de terror en los campamentos españoles que estaba desmoralizando a la tropa.” y los ojos de mi amigo podían haber iluminado el lugar si no hubiera luz de sol. “El jefe del ejército español Félix María Calleja, que a la postre sería destituido, dejó en sus diarios de campaña testimonio de cómo éste joven militar les estaba propinado tremendas derrotas, bajas y dificultades”

“Hay una batalla crucial, en la última parte del Sitio de Cuautla, el 2 de mayo de 1812, en día y el momento en que se rompe el cerco español. A caballo, al mando de su tropa, la que ya era llamada con cariño y respeto La Intrépida Barragana, ella es responsable de la última embestida por el sur, que termina por humillar a las tropas realistas. Al otro extremo del Sitio, por el lado poniente, salían de la ciudad rompiendo el cerco, Hermenegildo Galeana, Mariano Matamoros y Don José María Morelos y Pavón.” el hombre bebía horchata, y trataba de controlar sus emociones, sus ojos se llenaron de agua, emocionado, “después de la derrota, cuando la tropa realista pudo recomponerse, y reagruparse, en uno de los diarios de un capitán realista, asienta, justo antes de pegarse un tiro en la sien, que: ´hay un momento en la batalla, en que la pobreza y la miseria de los defensores del Sitio, rompen los harapos de la mujer que comandaba la tropa, dejando al descubierto un seno, y lo que habíamos sospechado se hizo cierto, habíamos sido derrotados por una mujer´, fueron sus últimas palabras, humillado e impotente, se suicida.”

Con los ojos llenos de lágrimas, mi amigo, el viejo capitán del quinto regimiento de la República Española, exiliado en México, Don Gonçalvez, el maese Gonçalvez cómo fue que me permitió llamarle, me dice, llorando “yo creo que ha sido La Intrépida Barragana quién se ha descubierto el torso para humillarlos, al final. Ella murió en esa acción,y nunca sabremos cómo, aunque ella estaba al mando de la tropa que rompió el cerco, de una batalla que dió como resultado la independencia de México y la creación del Ejército Nacional Mexicano, hoy lleno de narcos, asesinos y ladrones.”

“Los gobiernos construyen monumentos para que olvidemos, para normalizar las cosas excepcionales que puede hacer el pueblo cuando se organiza, para que el poder pueda desactivar la memoria del pueblo, que es el que puede hacer cosas extraordinarias” dijo mientras sacaba su pañuelo y se sacaba los mocos del llanto. Y lo dejé ahí, sentado en el dintel. Nos despedimos con un abrazo y la promesa de honrar a nuestros camaradas de armas, como me dijo al final “no hay que ser canalla como Galeana o Matamoros, que no tuvieron la humildad de asentar que debieron sus vidas al sacrificio de Guadalupe, La Intrépida Barragana. Ha sido por el enemigo que nos enteramos de esa historia. Aprende y cuéntalo, cantalo, no te calles, no permitas que se olvide.”

Y aquí estoy, yo, que no canto, que ya no vivo en México, que nadie se acuerda de mi, 50 años después, tratando de que no se olviden.

Pável Uranga

2023, tercer año de la peste

Esta historia fue descrita, escrita y reescrita hace muchos años

en el callejón del Castigo, en Cuautla, Morelos,en una escalinata mísera,

humilde, maltrecha por años de abandono, porque como toda la historia

de México, sigue abandonada, tirada al olvido, entre viejos papeles sucios

sin remedio.

Ilustración realizada ex profeso por MOMO

Sobre el autor

Pável Uranga es un mexicano exiliado que ha tenido la oportunidad de vivir y luchar a lado de los pueblos en siete países diferentes. En México fue co-fundador del Comité Pro Defensa de Presos, Perseguidos, Desaparecidos y Exiliados Políticos (hoy Eureka), co-fundador del Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio, y fue el primer jefe de investigación histórica de la FEMOSPP o Fiscalía de la Guerra Sucia. Ha sido productor de radio comunitaria en varios países y es un cuenta cuentos irredento e irreverente.

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