Nada en el mundo es más peligroso que la ignorancia sincera y la estupidez concienzuda.

Martin Luther King

¿Qué &%$* es un escritor?

Hasta un niño o niña de párvulos contestarían a la velocidad del rayo: ¡Alguien que escribe libros! Vistas, sin embargo, las circunstancias que reinan en el ámbito de la cultura oficial de Sonora, cuyos artífices ni siquiera se han molestado en buscar dicho término en el diccionario, me veo en la penosa necesidad de elaborar una modesta disertación pedagógica (no, no se emocionen: ¡usen el diccionario!) sobre dicho tema, directamente relacionado con la sospechosa homenajitis que tiene lugar en nuestro precioso estado, huérfano, de momento, de mano dura, congruente y sensata en el ISC, que lleva ya un larguísimo año que parece un siglo en pilota automática.

Como seguro saben la mayoría de los lectores, los creadores sonorenses vivimos en perpetuo estado de anonadamiento y consternación (deja vu, le llaman) desde que descubrimos que permanecemos atrapados en aquella especie de Comala que fueron los noventa, con la diferencia de que aquellos siniestros personajes sí envejecieron, y muy, muy mal. Dicen que la vejez trae consigo sabiduría. A nosotros nos toca padecer la excepción de toda regla: estos re-aparecidos, retornados o como guste nombrarlos, lejos de evolucionar, tan siquiera digi-volucionar, van en franco declive intelectual y moral. Y cada día es peor: el proceso luce acelerado. Empieza a oler a podrido desde y hasta Dinamarca. Y si desde hace siglos…perdón, ¡años! (¡es que se sienten como siglos!) están metiéndole mano a la Feria del Libro de Hermosillo, que ni el más bragado de los directores previos del ISC consiguió cortárselas de una vez y para siempre, se arrogan el derecho de ponerle nombre apegándose a una exclusivísima terna que se remonta, no a los 90… ni a los 80…sino a los 60, y, de ser posible, más pa’ tras. A partir de este hecho, concluimos A) No tienen idea de lo que es un escritor y B) salvo casos muy excepcionales, cuatro entre cincuenta para ser exactos (y no los voy a nombrar, haga usted la tarea), lo que pareciera que se está honrando no es la trayectoria, sino qué tan anciano y/o enfermo se encuentra el personaje en cuestión. Ese infame “¡ya le tocaba!” que tanto les gustaba en la época en que Kurt Cobain todavía olía a espíritu adolescente.

Podríamos citar un inciso C de catafixia: los mismos miembros del comité, nombrándose unos a otros, cual eminencias a quienes los lectores de Sonora les deben tributo…aunque, para lograrlo, tendrían que contar con obra publicada, ¡qué problemón!

Hablemos con el respeto que se merece, del personaje distinguido este año: la maestra Josefina de Ávila Cervantes. Soy una de cientos de exalumnos suyos que le debemos muchos (aunque por ahí dicen que pertenezco a otro multiverso de la escuela de Letras y hasta me dicen Evelina Strange); la lectura recomendada y luego comentada de La separación de los amantes, de Igor Caruso, es uno de los gratísimos recuerdos que tengo de mi etapa como estudiante en aquel Multiverso. Sería la primera en una fila que avalara un tributo por todo lo alto a su labor académica y abnegada y discreta entrega de muchísimos años. El problema es que se le está honrando en calidad de escritora. Y nuestra amada maestra de Ávila no es escritora… como tampoco lo son o eran muchos de los que la antecedieron en dicha distinción.

Sonora es pródiga en gente que escribe muy buenos y originales libros, y no uno, sino muchos. Pero, por favor, seamos honestísimos: ninguno de los que se encuentran en activo nació antes de 1965, y en su infinita mayoría están en edad de merecer, según el ex FONCA, la beca de “jóvenes creadores”, o cuando menos son saludables cuarentones y cincuentones que pasan por “morros” (es lo único que se le agradece al “comité”, hacernos lucir jóvenes e incomprendidos a quienes nos tocaría ser los viejos y viejas sabios de la tribu). Ahora bien: escribir artículos eventuales, publicar una plaqueta con un tiraje de 20 ejemplares, aparecer en la antología “Cuentistas del Barrio”, llenar una silla en cada coloquio y festival al que te inviten, NO significa ser escritor. Nada que ver. Se puede tener un talento en embrión (muy congelado el embrión, aclaro), facilidad para escribir (como la tienen muchos niños de primaria que te vuelan la cabeza), haber leído montones de libros (no nos metamos con la calidad de los mismos) y ser súper cuate de Elenita Poniatowska (todos lo somos porque es bien linda la señora): nada de eso tiene qué ver con el tema que nos ocupa. El título de escritor es algo que no se obtiene a través de la burocracia propia de las universidades (y si no me creen, pregúnteles a Shakespeare y a Cervantes); tampoco se genera por osmosis por juntarte con celebridades. Para terminar pronto, y suplicando una disculpa anticipada por no expresarme como se espera de una dama: ser escritor es una reverenda chinga. Aunque para el que asume el oficio representa un placer supremo ejercerlo, lo que viene a continuación, a menos que tengas un golpe de suerte, es un vía crucis que, si no estás totalmente comprometido con tu vocación puede inducirte a la apatía, a la drogadicción, a la locura o al suicidio. Si leyeran más a menudo biografías, diarios o correspondencia de escritores no tendría yo por qué estar explicando que ninguno de nosotros alcanzó su estatus sentado en una silla ergonómica, saboreando una tacita de café y aguardando, en una habitación equipada con aire acondicionado, a que llegaran las musas o el editor-hada-madrina que nos lanzaría el estrellato. Juraría sobre la Biblia (y soy cristiana, y no me avergüenza decirlo porque vergüenza es violar y que te cachen) que el 90% de los propuestos, a través de la historia, para homenajearlos en la Feria del Libro, no han realizado un 0.7% del esfuerzo supremo de quienes de verdad nos deslomamos a diario, a veces, en ámbitos hostiles o con un cúmulo de condiciones en contra…y, sin embargo, como Galileo (y no como el dinosaurio de Monterroso), todavía estamos aquí. 

Para redondear la idea: no tendría por qué convocarse a un cónclave anual para decidir a quién laurear, porque la dificultad de dicha selección no debería estribar, como hace treinta años (que parecen siglos, insisto), cuando de plano no había tela de donde cortar, en “a quien le toca” sino en quien se lo merece. Hubo un caso en particular, bastante dramático y que me siento obligada a mencionar, de una notable escritora que debió esperar a estar literalmente en su lecho de muerte para que le “hicieran el favor”, y sin embargo ameritaba que la feria llevara su nombre desde muchísimo tiempo atrás: Margarita Oropeza (1947-2019). Quizá no alcanzó a ser demasiado vieja para sus peculiares estándares.

Pero no nos hagamos tontos: Si un funcionario puede, cintura en mano, inventarse estudios de “salud mental” en una ignota universidad europea, ¿por qué no recurrir a la ley de atracción, lavado de cerebro o como quiera se le diga, para hacer creer al respetable que los personajes homenajeados forman parte de la plantilla de candidatos al Nobel? Vamos, tenemos nuestro mini Pen Club que protege los derechos humanos de los, ejem, escritores (la directora del ISC es nuestra Salman Rushdie), aunque solo tenga a dos doñitas como miembros…a menos que se trate de aquellas Anónimas a las que alude Virginia Woolf en Un cuarto propio. ¿Qué más da, pues, que gente que jamás ha escrito un libro en su vida, o, en el mejor de los casos, sea autor de una tonelada de libros con una sintaxis tan funesta que ruborizaría de terror a una quinceañera lectora de Crepúsculo sea considerado para bautizar nuestra adorada feriecita del Libro y del Cencerro? 

A line of undead ‘zombies’ walk through a field in the night in a still from the film, ‘Night Of The Living Dead,’ directed by George Romero, 1968. The film has been reissued for screenings on the 50th anniversary of its release.

Sobre el autor

Narradora, ensayista y crítica literaria sonorense (Hermosillo, 1968), autora de una veintena de libros entre los que destacan Réquiem por una muñeca rota, Virtus, Sho-shan y la dama oscura (llevada al cine por Carlos Preciado Cid) y Evaporadas, las chicas malas de la literatura. Premio Nacional de Periodismo Fernando Benítez 1994, Premio Nacional de Cuento Efraín Huerta 2006, entre otros.

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4 comentarios

  1. Esta señora es la que se sienta a tu lado a ver la tele y te quiere quitar el control. Como no pones lo que quiere no deja de quejarse de que los personajes no tienen coherencia ni arco narrativo, luego agarra un megáfono para gritar en la sala semi vacía que los huecos argumentales te están pegando en la cara. Vaya, ¿no son estos tiempos en los que si te adscribes a un grupo indígena o te manifiestas de cualquier género te tienen que reconocer como tal? Los escritores son como quimeras, desde que plantaron una letra ficcionada eligieron ser flora y fauna también, y con una cadena trófica muy retorcida. Que escribas para una editorial grande, mediana o pitufa da exactamente lo mismo, es el mismo sentimiento de elevación por encima de la perrada. En resumen, lo que puede cagarle a cualquier escritor no es el estilo del otro, ni si quiera es la cantidad de letras vomitadas, ¡qué va a andar siendo la calidad! ¡no mamen! Son los temas que sienten como de su propiedad. Y por supuesto, la tez del código postal.

    1. Cuentista de barrio, ¿por qué no usas tu nombre real? Sería bueno abandonar la tradición de los seudónimos y heterónimos, que, de entrada, producen sospechas respecto a tu procedencia, o el grupo al que pertenecer. Para ser honestos, y con todo respeto, no comprendo muy bien lo que dices, algo en tu accidentada sintaxis me remite al estilo de alguien que suele escribir extensísimas letanías en su página de facebook, podría estarme equivocando, claro…todo cuanto puedo responderte es que lamento mucho que el tema te haga sentir tan mal, no fue mi intención hacerte sentir parte de la perrada aunque, finalmente, no tendría por qué sentirme responsable por cómo te sientas o te percibas. Gracias por leerme, quien quiera que seas, Dios te bendiga.

  2. En narrativa voto por Luis Enrique García, Carlos Sánchez, María Antonieta Mendívil.
    En poesía: Ricardo Solís ahora.

    En el futuro es muy probable y lógico que merecidamente sean homenajeados: Imanol Caneyada, Eve Gil, Hugo Medina, Iván Figueroa, Iván Camarena, Silvia Arvizu, Carlos Padilla, Alejandro Ramírez Arvayo, y otro puñado más: Manuel Parra, Gerardo Jacobo, Selene Carolina, Claudia Velina Reyna… nunca faltarán muy buenos escritores que merezcan ese reconocimiento.

    No olvidando que estamos hablando de la literatura sonorense.
    Buen artículo. Es importante y necesaria la crítica sesuda y bien argumentada. Abona en el tema.

    Saludos.

    1. ¿Me juras que no han considerado a Luis Enrique García para nombrar una feria del libro? ¡Eso es GRAVISIMO! Hubiera jurado que sí. Qué imperdonable descuido, me cuesta creerlo. Es un enorme cuentista, una maravilla, merece este y mil homenajes más. Qué vergüenza. Gracias por tu comentario, lo aprecio mucho.

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