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Se ha dicho que a Michael Jackson le fue ofrecido el protagónico de Hook, el retorno del Capitán Garfio (Steven Spielberg, 1991). Según la leyenda, un cambio en el rumbo de la producción – de musical a dramático -, habría provocado el rechazo del rey del pop y la cinta fue a dar a las manos de Robin Williams. 

Aún sin la presencia de Jackson, Hook, el retorno del Capitán Garfio, es referencia cierta para percibir la occidental angustia por vivir en eterna pubertad. El asunto es serio. Pensadores como Gilles Lipovetsky y Zygmunt Bauman han reflexionado acerca de la progresiva infantilización de la sociedad: actitudes líquidas en la tribulación de nuestra postmodernidad. 

Nadie quiere envejecer. Pocos están dispuestos a asumir la responsabilidad de madurar. Y la industria del entretenimiento, la civilización del espectaculo, es fiel reflejo de esta realidad avasalladora. 

No es de extrañar entonces que ¡Shazam! (David Sandberg, 2019), al presentar una revisitación de la historia de Peter Pan – el niño atormentado por el deseo de volver con su madre y que tiene el don de volar – haya sorprendido a la audiencia y, en consecuencia, a la taquilla. 

Billy Batson (Asher Angel) es un jovencito abandonado, rechaza los esfuerzos de las autoridades por encontrarle un hogar. Cuando llega a una familia comunitaria, logra tolerar a sus nuevos hermanos, Freddy (Jack Dylan Grazer), entre ellos.

Sin embargo, al ser elegido por El Mago (Djimon Hounsou) como el nuevo campeón, heredero con todos los poderes – el místico acrónimo invocado por el anciano es magnífico: Salomón, Hércules, Atlas, Zeus, Aquiles y Mercurio -, deberá entrenar para vencer al Dr. Zivana (Mark Strong).

Zivana fue una selección fallida. Y ahora, Billy/Shazam opondrá sus valores mitológicos contra el lado oscuro encarnado por el villano y los siete pecados capitales: ira, lujuria, pereza, gula, avaricia, soberbia y envidia. 

El bien es representado por la antigua cultura grecorromana. El mal es alimentado por la tradición judeocristiana. Claro, excepto por Salomón. Aún así, este será un humorístico choque de civilizaciones donde el héroe se mueve fortalecido por las páginas del paganismo. Culpa y pecado son patrimonios de la cristiandad. 

¡Shazam!, antes conocido como Capitan Marvel, surge como una bocanada de aire fresco contra los excesos oscuros y neuróticos de esta legión de películas de superhéroes. Facilita, al Universo DC, la oportunidad de conectar con los espectadores a través de un personaje ingenuo y torpe que, al transformarse (Zachary Levi), lo hace sin mayor propósito que entretener. 

Incluso el vestuario del héroe es, conscientemente, pasado de moda. La pasarela de ¡Shazam! recuerda a Batman, el de la serie de televisión o a Superman (Richard Donner, 1978), con Christopher Reeve. Un ambiente de colorida nostalgia envuelve a esta película. 

Varias ideas geniales. La complicidad entre Billy/Shazam y su inseparable amigo Freddy, produce videos de aprendizaje superheróicos para ser compartidos en YouTube; las puntuales referencias a filmes como Big, quisiera ser grande (Penny Marshall, 1988), Los Goonies (Richard Donner, 1985) e incluso Encuentros Cercanos del Tercer Tipo (Steven Spielberg, 1977), se antojan graciosas, pero también apuntan a esa falta de identidad causada por la falta de imágenes propias capaces de alcanzar posteridad. 

Quizás una secuencia se salva. Cuando la apocalíptica batalla entre héroe y villano es inminente, allá en las alturas, aparecerá un golpe de realidad con resultados cómicos, únicos y originales. Un hilarante detalle que se le escapó a Mike Myers en su célebre saga para Austin Powers. 

La vida del huérfano Billy podría normalizarse. Después de fugas constantes, parece haber descubierto el valor de la unión familiar. Sin embargo, su destino dickensiano es alterado por esta experiencia sobrenatural que, tal vez, logre superar con la ayuda del clan expósito que lo apoyará: el optimista Freddy, la inteligente Mary (Grace Fulton), Pedro, el tímido (Jovan Armand), el cerebrito Eugene (Ian Chen) y la voluntariosa Darla (Faithe Herman). La nueva generación de “los niños perdidos”.

Una milenaria moraleja será revelada en ¡Shazam!. 

Evitemos, sobre todos los vicios, el pecado de la envidia. Y, sin duda, junto a la inmadurez y el narcisismo, es una de las manifestaciones más oscuras del controvertido síndrome de Peter Pan. 

Así, no es gratuito que para los créditos finales de ¡Shazam!, el comentario musical sea “I don’t want to grow up”, de los legendarios Ramones. 

Que leer antes o después de la función

Peter Pan en los jardínes de Kensington, de James Matthew Barrie. Un texto infantil que ha trascendido a la cultura occidental gracias a la representación del chiquillo volador que se resiste a crecer condenado a vivir en un limbo de fantasía, piratas y hadas: la Isla de Nunca Jamás.

El dramaturgo escocés relata el origen de Pan y consigue transmitir el desamparo del inmortal personaje. El subtítulo original de esta novela breve es: el niño que no quería crecer. 

Publicada por primera vez en 1906, el Capitán Garfio, Campanita, Smee, los niños perdidos y Wendy, cautivan y conmueven.

La ausencia de madre es desolación y extravío limbal.

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Sobre el autor

Horacio Vidal (Hermosillo, 1964 ) es publicista y crítico de cine. Actualmente participa en Z93 FM, en la emisión Café 93 con una reseña cinematográfica semanal, así como en Stereo100.3 FM, con crítica de cine y recomendación de lectura. En esa misma estación, todos los sábados de 11:00 A.M. a 1:00 P.M., produce y conduce Cinema 100, el único -dicen- programa en la radio comercial en México especializado en la música de cine. Aparece también en ¡Qué gusto!, de Televisa Sonora.

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