Hermosillo, Sonora.-

Desde mi percepción el programa de Danza Joven en el Desierto se dividió en dos bloques, uno que corresponde a los tres primeros trabajos: Un cuerpo se repite de Abigail Núñez,  Fear Four de Rocío Moreno y Black Silver de Zahaira Santa Cruz;  y el segundo bloque compuesto por las coreografías Ocaso de Pedro Núñez y Como si yo lo hubiera visto de Carolina Ferrá Peralta.

El Primer bloque podría obedecer a una curaduría suscrita a propuestas que implican cierto posicionamiento político desde las corporalidades con respecto a los roles de género y de las implicaciones del ser humano,  además de compartir una clara presencia del sonido electrónico como elemento estético. Las coreografías del segundo bloque me parecieron ejercicios estilísticos de generaciones anteriores.

Un cuerpo se repite, puntual y altamente evocativa en cada uno de sus componentes, una propuesta redonda, contundente en su sobriedad. Nos muestra un cuerpo al centro del espacio prácticamente en penumbra, un rostro permanentemente oculto detrás de una cortina de cabello, una mujer en una impostura permanente, no hay paz, no hay tregua, el diseño sonoro, el mapping y la propuesta visual totalmente integrados a la acción de Adilene Holguín cuya fuerza, precisión y entendimiento como intérprete de la totalidad de la propuesta es digna de reconocimiento. Quiero ver este trabajo nuevamente pero en un espacio que corresponda a su impecable concepción.

Fear four  de Danzare, seis cuerpos llenos de fuerza controlada, expresando sin pedir disculpas toda la potencia femenina y la rudeza que, aunque nos lo han querido hacer creer, nunca ha sido exclusiva de los hombres. El cabello trenzado como única armadura y con los pantalones bien puestos. Su presencia se alterna: por momentos son cuerpos distanciados habitando espacios individuales en los que parecen considerar, reflexionar a partir del gesto mínimo,  y en  otros momentos se agrupan a partir de detonadores imperceptibles dentro de la lógica de la escena , se conectan con las miradas y se hacen sentir potencializadas en número y en corporalidades con atisbos de manada. Hacia el final de la coreografía  sentí que el misterio que hasta ese momento me tenía a la orilla de la butaca se diluía debido a un efecto “más espectacular” que se dio entre una intensificación de la música y unas secuencias al unísono en el movimiento. Sin embargo, me vuelvo a conectar con una última imagen de los cuerpos en el piso y un sonido que parecía surgir de la tierra.

Black Silver de AlterA2 Colectivo Coreográfico, cumple claramente la promesa que hace al público al definirse en el programa de mano como una pieza que explora la animalidad del ser humano, su vitalidad, las luchas territoriales y de poder; busca rescatar y conectar con la esencia primitiva del ser. Pero la particularidad más impactante de la propuesta fue para mí el nivel de ejecución y no hablo sólo de la notable habilidad técnica de los intérpretes que ya podría ser suficiente para aplaudir y agradecer su trabajo, hablo de algo más sutil, que sólo he podido ver en compañías que han permanecido años trabajando con los mismos intérpretes, me refiero a un lenguaje en común, a un acuerdo de estilo, de potencia, de energía, de apropiación total y orgánica de lo que se busca expresar, no hay fugas, todos los signos presentes en los cuerpos, en el sonido, la luz, el vestuario,  se relacionan orgánicamente  y nos regalan una ventana a un universo firmemente construido. Me hace pensar en una claridad excepcional en el discurso coreográfico por parte de Zahaira Santa Cruz y un gran trabajo de dirección y comunicación con los intérpretes.

Ocaso de Dédalo Artes Escénicas, un solo interpretado por Zulema Alejandra Burruel Chavira me recordó a un tipo de danza que disfruté mucho a finales de los noventas y primeros dos miles (probablemente antes…) donde el placer como espectadora estaba en identificarme ante la presencia del gesto como recurso narrativo, no eran pasos, no era virtuosismo, eran gestos que contenían emociones reconocibles en lo cotidiano, se jugaba con la relación movimiento-música, cuestionando el simple acompañamiento y tomando el riesgo consciente de ser meta literal aprovechando cada nota para hacerla corresponder con un movimiento, de preferencia se tomaba algún clásico para generar un efecto más paradójico, para abordar una especie de  deconstrucción de discursos y narrativas. En Ocaso se dejaba ver en la ejecución de Zulema  un estudio del movimiento interesante, con una potencia de ella como intérprete y un estar en escena que a mi parecer se desaprovechó por divagar en una serie de signos inconexos entre el vestuario, la música y la iluminación. Pienso en el video promocional de esta pieza que estuve viendo en la publicidad del Desierto, donde se veía a Zulema con ropa de calle, en un espacio que parecía una cancha deportiva y de alguna manera, sin ornamentos, como lo que se dejaba ver del video, me hace más sentido el discurso.

Como si ya lo hubiera visto, de Callo de Sal me sorprendió mucho por el tipo de propuesta que les he visto antes, en las que de alguna manera y por decirlo muy al vuelo, se tocan problemáticas sociales o emociones intensas…ahora pareciera que la coreógrafa y la compañía exploran por territorios más oníricos, con una estética más naif, una estética de época ambientada en los años 40”s, un parque, infancia, relaciones, juegos, un lenguaje coreográfico claro, armonioso, con oficio y una muy buena ejecución por parte de los intérpretes, sin embargo no puedo evitar con muchísima curiosidad la pregunta a Carolina ¿De dónde viene la necesidad de este discurso? ¿Cuál es para ti el sentido de hablar de esto? ¿Un homenaje a sus ancestros? ¿Nostalgia ante la imposibilidad de acceder al pasado? …pienso también en un síntoma que he visto en grupos jóvenes que han abordado con mucha fuerza nuestras realidades sociales y políticas, hay un cansancio, un agotamiento ante la intrascendencia de la aportación artística y a veces solo queremos hablar de belleza…sólo supongo.

En fin, felicidades a los cinco coreógrafos y a todos los intérpretes y creativos de estos trabajos por estar presentes, por seguir abriendo espacios para los aún más jóvenes y un reconocimiento a Quiatora Monorriel por incluir a la Danza Joven dentro de la concepción total de esta edición del Desierto.

Por Claudia Landavazo

Fotografía de Black Silver, del Colectivo Alterados, por Ricardo León

Sobre el autor

Claudia Landavazo vive en la Ciudad de México y es egresada de la carrera de Letras de la UNISON. Bailarina y coreógrafa de danza contemporánea, actriz de vez en cuando y se dedica desde hace algunos años a dar clases y al trabajo en comunidades y grupos vulnerables a través de la danza. Forma parte de CARPA Colectivo, donde desarrolla la metodología en Artes de Participación.

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