El fenómeno del plagio es más complejo de lo que muchos proponen con soflamas y alaridos

Si no, leamos a Patricia Vega en su anhelado regreso a esta casa editorial que, por cierto, se jacta de publicar puro contenido original 🙂

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Hermosillo, Sonora.-

Desde fines de diciembre pasado, cuando Guillermo Sheridan dio a conocer el plagio de tesis realizado por Yasmin Esquivel para obtener el grado de licenciada en la UNAM, el tema de la corrupción en los ambientes académicos cobró nuevos bríos. Pero si bien es cierto que el problema empaña el ámbito público con un nuevo caso de engaño en el círculo de poder, en esta ocasión protagonizado por una ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, y de que el conocimiento del suceso da mala nota del país en el extranjero, el tema más sobresaliente, a mi ver, es que las instituciones de educación están validando el ejercicio de individuos que no cuentan con las habilidades o capacidades necesarias para desempeñarse como profesionales. Dicho en otros términos, ante la incapacidad que muestran en este tipo de situaciones, los organismos de enseñanza nos están defraudando a todos, a nosotros, a la sociedad.

El problema radica, de acuerdo con lo descrito por académicos y miembros de la sociedad ocupados en el estudio de este tipo de tópicos, en varios factores. En primer lugar se puede mencionar la expansión e interiorización de los usos fraudulentos de la tecnología en la educación media y superior. Es bien conocido que es un hábito difundido entre los alumnos de secundaria, preparatoria e incluso universidad, copiar y pegar textos completos encontrados en internet para satisfacer la necesidad de información generada por las tareas o proyectos escolares. De igual manera, no es raro que los maestros antes las presiones del tiempo (las clases duran en promedio cincuenta minutos), los requisitos académicos (como contar con evidencia para asignar una calificación) y la creciente matrícula de las escuelas (usualmente cuarenta o más alumnos por grupo), se vean obligados a omitir o realizar sólo superficialmente la revisión de las actividades. Esto influye negativamente en el estudiantado, ya que como consecuencia de lo anterior ve como algo normal y válido esta forma de plagio.

Esta práctica, que se inicia desde los primeros niveles de educación, también se reproduce en terreno profesional, sobre todo en el campo de la investigación científica. Aquí, la impunidad imperante en el país facilita que algunos académicos, ávidos de producir debido a que su labor está supeditada al otorgamiento de incentivos económicos, se apropien de textos e ideas ajenas sin dar el merecido crédito a su autor. El Colegio de México, la Universidad Autónoma de México, la Universidad Michoacana de San Nicolás Hidalgo y, entre las privadas, la Universidad Panamericana, han sido objeto de polémicas en la materia. En algunos casos, como en el de la primer institución, se ha retirado el grado otorgado al plagiador, pero por lo común ocurre que las universidades, aunque reconocen los actos de corrupción, se declaran impotentes ante la imposibilidad que les ofrece la legislación sobre derechos de autor y las disposiciones de las mismas casas de estudio para probar o aplicar la sanción correspondiente. Ante esta realidad es fácil plagiar puesto que rara vez se castiga y, en algunos casos, hasta se recompensa abriendo plazas de trabajo a individuos relacionados con este ilícito.

Podemos estar conscientes de que en el siglo XXI, ante la vastedad de información en internet y la variedad de recursos y aplicaciones para buscarla y obtenerla, los seres humanos nos vemos rebasados en facultades si de probar la originalidad de un texto o una idea se trata. No obstante, hay maneras de encaminarnos a la solución del problema. Por ejemplo, dejar de pensar que la corrupción forma parte de la cultura del mexicano y que el ámbito académico sólo se convierte en una forma de expresión de la misma. 

Muestra de lo anterior es que desde diferentes foros y círculos académicos comprometidos con la ética y el progreso del país se deja sentir una misma demanda: que en aras de la autonomía históricamente alcanzada por las universidades mexicanas, se creen reglamentos claros y eficaces para determinar qué características deberá tener una investigación para ser considerada original y qué pasos en la citación y adopción de planteamientos o saberes colectivos deberán seguirse para evitar el desarrollo de un  plagio. Es muy importante que esto se considere, ya que sucesos como el que da origen a este artículo ponen de manifiesto que los mecanismos de las instituciones de educación permiten el egreso de personas que NO están acreditados como profesionales y eso nos lleva, lejos de avanzar, al retroceso como sociedad.

Por María Patricia Vega

Ilustración de Neoscientia

Sobre el autor

María Patricia Vega Amaya vive en Hermosillo y es historiadora dedicada a la docencia. Licenciada en Historia por la Universidad de Sonora, maestra en Historia por el Instituto Mora y egresada del doctorado en Historia del Colegio de México. Twitter: @profe_patty

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