El jueves fue noche de música en Hermosillo. El segundo concierto de la temporada de la Orquesta Filarmónica de Sonora estuvo envuelto en una atmósfera primaveral. Hacía una noche preciosa, con 25 grados y una luna en cuarto menguante alineada con Venus. Los naranjos en flor afuera de la Casa de la Cultura, al sur de la ciudad, perfumaban el aire. Un ligero vientecillo del norte esparcía el aroma de azahares incluso adentro del recinto cunado se abrían las puertas.  Desde un poco antes de las siete la gente comenzó a formarse en una fila circular en torno al perímetro del vestíbulo. A las siete cuarenta y cinco se corrieron las cadenas y se permitió el acceso. Pasamos a ocupar nuestros asientos y para entonces, el lugar estaba repleto. Familias con niños, parejas, jóvenes (muchos jóvenes) y personas solas. Gente de todas las edades y, por lo que pude observar, de diversos estratos sociales, nos dimos cita esa noche para pasar una velada musical inolvidable en torno a dos grandes compositores, Félix Mendelssohn y Ludwig Van Beethoven. Ocho en punto. Aparece el concertino y lo recibimos con un caluroso aplauso. De inmediato, alza el arco de su violín y da el La para afinar la orquesta. Al dar la nota al unísono y escuchar la armonía, el primer violín asiente con la cabeza y ocupa su lugar. Aparece el director ante una ovación del público y detrás suyo, la solista que interpretará el concierto número 3 en Do menor opus 37 de Beethoven. Ambos, director y solista, jóvenes regiomontanos talentosos. 

incansable promotor no sólo de los clásicos sinfónicos sino de…

El maestro Guillermo Villarreal Rodríguez, quien, entre otros galardones, es poseedor de la medalla José María Heredia-Heredia, de Santiago de Cuba, en reconocimiento a su trayectoria. Académico de la Facultad de Música de la Universidad Autónoma de Nuevo León, el maestro Villarreal ha sido director huésped de la Orquesta Filarmónica de Nuevo León, de la Orquesta Filarmónica de Sonora, ha dirigido más de 50  agrupaciones profesionales, es director huésped regular de la OSUANL, entre muchas otras. Es un entusiasta e incansable promotor no sólo de los clásicos sinfónicos sino de los ritmos caribeños como el danzón, los sones afrocaribeños, la salsa y el merengue. El maestro Villarreal es también reconocido por interpretar a compositores mexicanos como Juventino Rosas, Manuel María Ponce y Arturo Márquez, entre otros. También bajo su batuta, las orquestas que ha dirigido han interpretado a algunos de los compositores populares mexicanos más queridos, como Agustín Lara. Tal vez ese gusto por nuestra cultura musical sea el rasgo más distintivo de la manera de dirigir tan peculiar del maestro, quien logra contagiarnos de su simpatía natural, quitándole un poco de solemnidad al momento. Bárbara Prado, la joven solista, también de Monterrey, estudió la licenciatura en música en la UANL bajo la tutela de la maestra Antonina Dragan y su trayectoria participando en concursos importantes de piano incluye el haber obtenido el segundo lugar en el Angélica Morales, el 2022 y el año pasado se convirtió en la primera mujer en ganar el primer lugar en el prestigiado concurso Jacinto Cuevas. Ha tocado con la Orquesta Sinfónica Nacional y pronto debutará como solista en esa orquesta.  Suenan los primeros acordes. Las cuerdas dan la entrada con una figura ascendente seguidas de los vientos que se unen formando el primer climax de la obra, que recuerda un poco al K 491 de Mozart, sólo que aquí, aunque hay coincidencias en los arpegios solistas, Beethoven parece anticipar un drama de proporciones épicas para que entre, casi corriendo, el piano en do menor. 

Sigue un pasaje mágico en el que…

El movimiento lento es un oasis de calma en medio de los agitados movimientos externos, con la extensión de la melodía del piano acompañada por cuerdas apagadas.  Después, los arpegios del piano se enrollan alrededor del tema, que ahora es marcado por cuerdas y vientos de madera. Sigue un pasaje mágico en el que el piano acompaña a un dúo de fagot y flauta. El rondó final está lleno de tensión, aunque también mucho brío. El tema principal queda en segundo plano y se transforma en una especie de fuga cuando entra el clarinete. Justo cuando parece que se va a volver al Do menor, sube un semitono y ahí logramos distinguir un poco a Joseph Haydn y, aunque podamos hallar reminiscencias de Mozart y de Haydn en este concierto, lo cierto es que Beethoven es único y su estilo, inconfundible. Después del último acorde, nos ponemos de pie en una ovación al unísono entre “bravos” y silbidos (nuestra forma norteña de demostrar que nos gustó la obra). La pianista hace una pequeña reverencia en señal de agradecimiento y sale. Los aplausos no cesan y vuelve con un ancore de la Mazurka No. 23 de Manuel M. Ponce, una pieza pequeña, muy cromática, al estilo de Debussy, pero con el sello inconfundible de nuestro querido compositor zacatecano. Luego de un breve receso, vuelve la orquesta con la Quinta Sinfonía en Re mayor opus 107 de Mendelssohn, la Reforma. El título de esta obra alude a la Reforma de Lutero y fue compuesta en 1830, año del tricentenario de la reforma luterana y aunque Mendelssohn era judío, y su abuelo, el filósofo Moisés Mendelssohn, había sido un ferviente defensor de los derechos civiles de los judíos en Europa, su familia había abrazado la religión luterana desde principios del S XIX.  El primer movimiento es un andante que nos va llevando poco a poco a la presentación del tema o del conflicto. El clarinete parece estar en contrapunto con las cuerdas lentas que van ascendiendo con fanfarrias de los alientos detrás y golpes espaciados de las percusiones. Luego, el allegro en escala menor, casi al final del movimiento, nos recuerda al dramatismo y la furia de Beethoven. El segundo movimiento, un allegro vivace, nos remite a Haydn por su elegancia y sencillez, o tal vez a las dos primeras sinfonías de Beethoven, aunque ya muestra el estilo que sería el sello distintivo de Mendelssohn. El Andante, el movimiento lento, parece un aria vocal, en donde la voz principal la llevan los dos primeros violines. Hay después una especie de enlace en donde la flauta hace un solo (tal vez Mendelssohn quiso rendir homenaje a Lutero, quien tocaba la flauta). Siguen a la flauta, gradualmente, las cuerdas inferiores y los vientos hasta que de pronto, como si fuera la celebración del triunfo de la Reforma, entra el Allegro Vivace y termina así la sinfonía con un cierre magistral.

Qué sería si las estaciones de radio y los medios en general…

Nos ponemos todos de pie y la ovación es apabullante. El maestro señala a los músicos y les pide ponerse también de pie para recibir los aplausos. Volteo a ver a la gente. Todos sonríen, algunos lloran de emoción, otros comentan entre sí sus impresiones, pero todos estamos conmovidos, agradecidos y con el corazón rebosante de alegría y de otras mil emociones que sólo la música puede despertarnos, en especial la música clásica interpretada en vivo. Me imagino cómo sería nuestro país si, en vez de empuñar un arma, los hombres empuñaran un instrumento musical. Qué sería si las estaciones de radio y los medios en general, dedicaran más espacios en horarios preferenciales a difundir y promover la música clásica. Pienso en ejemplos como los de Venezuela y Colombia, en donde la enseñanza gratuita de la música clásica y la formación de orquestas juveniles y de públicos oyentes, sacó a miles de jóvenes y de niños y niñas de las calles y los rescató del crimen y de la delincuencia. Es un lindo sueño, pero sería realidad si hubiese voluntad por parte de los gobiernos y de las instituciones a los tres niveles. Salgo de mi estupefacción y voy directo a saludar a mi amigo Luis Abraham Encinas, quien toca el clarinete con la orquesta. Lo felicito y quedamos en reunirnos pronto en torno a la música y a un buen vino. Voy al camerino y saludo al maestro Villarreal, a la pianista y al director titular, el maestro Eduardo Alarcón. Todos se muestran muy amables, cordiales, intercambiamos impresiones respecto de la música, nos tomamos las fotos del recuerdo y yo me despido prometiendo escribir la reseña. Me dirijo a la salida y me topo con uno de mis mejores alumnos, Isaac Ruíz, quien es también un talentoso pianista y muy joven. Nos abrazamos y nos alegramos mucho de haber coincidido en torno a la música. Una vez fuera, aspiro nuevamente el aroma de los azahares y esbozo una sonrisa de gratitud por el hermoso regalo de la música. Miro hacia el cielo. La noche sigue, constelada.

Por Teresa de Jesús Padrón Benavides

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Fotos de Luis Abraham Encinas, correspondientes al ensayo del 11 de marzo próximo pasado

https://www.facebook.com/l.encinasg

 



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Sobre el autor

Teresa Padrón Benavides (Matamoros, 1967) es Licenciada en Traducción por la UABC, casi Licenciada en Letras Inglesas por la UNAM y próximamente Licenciada en Literaturas Hispánicas por la UNISON.

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