Aun viviendo de cualquier manera, puede uno prepararse para el arte, sin saberlo. 

Cartas a un joven poeta

Reiner María Rilke

Ser poeta hasta el punto de dejar de serlo.

César Vallejo

Cuando se reúnen más de tres políticos es un mitin; pero cuando se reúnen más de tres poetas es una sedición. “¿Qué nombre tienen?” “¿Cuál es su consigna?” “¿Por qué tal o cual arquetipo?” Estas son las preguntas básicas a un grupo artístico que, de serlo, forman un blasón de un movimiento. Aún más, si esa bandera, creada o adoptada, sirve para restaurar la patria o la matria o la fratria —según la cofradía a la que pertenece—, porque si un poema es más íntimo que un guante o que una radiografía, no podemos esperar menos de una bandera prêt-à-porter que los nomine, consigne y simbolice en su totalidad. No me cabe duda de que la sociedad corre el riesgo, con estos últimos, de una acelerada transformación; y es esto lo que sólo algunos esperan de ellos.

Esto no es algo casual: cuando se reúnen dos o más poetas se genera un movimiento de los demás elementos del sistema, si sus actos promueven un cambio de un trasfondo ético o estético que rige una obra artística, como lo fue el subconsciente para los surrealistas, el mole de guajolote (es decir, su antítesis: lo nuevo) para los estridentistas o el trigo para los poetas sociales (en especial la de quienes se agruparon en la antología La espiga amotinada). Volverse un movimiento no ha sido algo sencillo para quienes practican el oficio de la poesía; es, más bien, un milagro. No todos tienen un manifiesto, pero sí manifiestan sus creencias por medio de la calidad y la variedad de poemas. ¿Será por eso que Librería Hypatia reslpalda a Mitocondria. Salamtología de poesía sonorense? ¿O los motocondri@s son del barrio que respalda a Hypatia?

De Hipati@s a motocondri@s (o viceversa)

Las oscuras letras que nos despabilan o despiertan, se han transformado en un golpe de luz que dilata nuestras pupilas. Cuando aparecen como un brote debajo de distintas manos, estamos frente a una generación; esto es, un grupo de personas que tienen más de tres características en común. Debido a ello, es posible que contemplemos el término de un ciclo y el comienzo de otro; porque ese destello, ayudará a despertar a quienes reproducen el silencio: a quienes ya no tunden las letras ni las acarician si quiera, porque están aletargados y saciados a partir de su propia complacencia. Cuando resurgen estos destellos con los títulos más inesperados, su literalidad y simbolicidad espanta: tiene una precisión engloba cada uno de los significados. A veces sus nombres son involuntarios; pero ¿quién se atreve a cambiarlos o ponerles otros sin su consentimiento? El significado que adquiere su obra literaria, después de todo, no están lejos de sus afanes colectivos. 

Mitocondria. Slamtología de jóvenes poetas sonorenses es una antología que reúne a jóvenes poetas ubicados en una misma región geográfica, con una pasión afín, bajo un nombre, una consigna y un símbolo que engloba sus quehaceres pasados, y quizá también los futuros. ¿O me equivoco? ¿Son mitocrondri@s o Hipati@s? No lo sé aún, el tiempo lo dirá, pero quiero creer por ahora que los poemas de esta antología los distingue de otros grupos de escritores, porque tiene un carácter definido, una identidad específica, como las múltiples mitocondrias que encontramos en un organismo vivo. 

De los serioplastos a los befasinofílicos

Una mitocondria o un mitocondrio —seamos justos con la paridad de género—, es un motor de su combustión poética, imprescindible para el funcionamiento de un organismo vivo, ya que es el que produce la energía vital dentro de un sistema biológico que redunda en beneficios a varios ecosistemas. A manera de analogía, dentro de un ecosistema literario pasa lo mismo en torno a ese organismo estetizante: contiene a cada uno de estos seres luminiscentes, que notamos cuando hacen un ruido (es decir, cuando realizan un golpe: un slam silábico o un simple manotazo verbal), como sucedía con los poetas más experimentados que se encuentran en decadencia o que ya no producen ninguna luz. 

Estos gránulos microscópicos, post-adolescentes la mayoría, que dejan plasmados sobre diversas superficies, en hilos oscuras y viscosos, para el divertimento o la preocupación de quienes, sin anteojos o con ellos, bajo un microscopio o un telescopio, descubren su existencia. Es sabido que estos seres diminutos se comunican entre sí, buscan documentarse, aparearse, y relajarse. Tal es su afán que algunos se toman selfies o se dejan fotografiar, cuando hablan de quien ven dentro y fuera de los múltiples espejos. No hace falta una corte; se bastan a sí mismos, porque son reyes poetas y mendigos de su propia tiranía. 

L@s serioplast@s

Los serioplastos son diametralmente opuestos a los befasinofílicos. No los diferencia su condición sexual (ambos son machos y hembras por su disposición biológica). Solo su temperamento: si aquellos son serios, estos son burlones. La gravedad de sus asuntos, su seriedad, supera por demasía cualquier asomo de alegría, aunque no llegan al cinismo o sarcasmo, cuando sienten descontento por su experiencia en su ámbito celular. 

Es así como la mueca que provoca el descontento no sale, se asfixia por decreto intelectual o por su madurez ideológica; es decir, cuando asumen quienes son sin complacencias, para no ser lo que esperan los amos del mundo, como sugiere los poemas anarquistas de Igmar Sau. Unos cuantos versos fijan su origen anárquico en el poema “Amigxs”, consciente de una dependencia jerárquica que lo hermana como la figura madre, quitándole el yugo de su oficio (presumo), cuando busca la hermandad latinoamericana de manera irónica, porque es la hermandad sin adjetivos y sin sometimientos: “Desde el vientre de mi madre/ ya soñaba yo con reventar el cielo/ pero/ como todo sueño/ necesitaba compañía.” 

Los poemas-recordatorios de Marijosé Pesqueira abordan grandes temas de manera sencilla. Son recados poéticos a su manera, porque cada párrafo parece un post-it, uno sobre otro, que revela su tránsito por una vida llena de filtros, que no permiten ver los colores, que antes vio, como sucede en el poema “Camino lleva ce de color”: “Dame una oportunidad/ a mí misma,/ quizá sea de ayuda./ Ya que existen pruebas de que las esperanzas/ nunca se reducen a cenizas,/ cuando habita el fuego en el alma.” 

La seriedad no es ajena a la pirotecnia verbal ni a los puños de tierra sobre un ataúd; porque el tono impone la seriedad a la escritura, el medio para su interpretación. Los poemas oníricos de Víbora Retano ofrecen historias con espacios y personajes surreales, ángeles/serpientes o tierra/cielo, como si fueran duplas conceptuales de materias dispares o de mundos yuxtapuestos. Su tiempo y espacio produce una extrañeza por su devastación (donde la metonimia es un conjuro recurrente), como se advierte en su poema “Sobre las cenizas”: “Sobre las cenizas/ aúlla el ruido.” Las palabras no son elegidas de manera arbitraria: son objetos, que son imágenes, como advertimos también en “Poesía”: “Soledad incógnita/ placentera catastrófica/ miro al mundo con el sol en mis brazos/ y el cielo en el ojo de un charco.” 

La nota grave también la encontramos en la poesía dramática de Katya Torres, aunque de manera teatral con sus poemas narrativos. Dicen estos una historia circular, atrapa un instante, no sin interpelarse a sí misma y pedir, como La Vargas pide a la Virgen o como Homero ruega a las musas, o como los mariachis que piden permiso a los dioses del bulevar, para ponerse a cantar: “Diosa de mis blasfemias, / concédeme esta noche.” Es respetuosa con el sonido de las palabras; pero, sobre todo, es consciente de la importancia del silencio. El poema es cuña, estrella puesta en su sitio, para que el cielo no caiga en pedazos. 

Sí, hay poemas que cuentan una historia. Este es el caso de los poemas narrativos de Ana Ginelly Rocha. Sus tramas son claras y breves: surgen a partir de un lenguaje sencillo (es decir, con una comunicabilidad poética más amplia). Esa brevedad, aunada a la claridad y sencillez, es típica de la fábula con moraleja o con enseñanza moral que encontramos en el poema-fábula terrenal, “El cordero, el lobo, y el hombre”: “Pero si te atreves de salir del corral,/ ¡reza, por no morir en la boca de la bestia!”; o en el poema-fábula cósmica, “Las estrellas mueren contigo”: “¡Moriste junto a ellas, porque ignoré su belleza!” Este compromiso moral, los hace instrumentos didácticos, no sólo rudimentos literarios. 

Los poemas narrativos de Genoveva Portillo sorprenden por que ofrecen distintas atmósferas; ya que reproducen sus pensamientos a manera de confesiones, como si fueran monólogos poéticos, íntimos o no, frente a un cenicero lleno de espirales en una jam session o una botella llena de flores en un slam poético. “Lo que aprendí” es un poema donde rinde de cuentas de sus conjeturas, como si fuera un testimonio de un adiestramiento (una afirmación vital) y del dominio de un instrumento de comunión (un medio de convivencia) a través de la comunicación: porque dice que aprendió “[q]ue no importa si al final hay maldad, mientras juntos desbaratemos la soledad.”

La lógica matemática de un poema de René Mayoral sirve para explicar porqué alguien (quizá el mismo o quizá tu mismo), no es él mismo, en el cuento poético o poema en prosa “Tú nunca fuiste tú”. Su secuencia narrativa es también argumentativa; ya que sólo se vale de una seriedad algebraica para lanzar sus analogías: “La caminata que son los ojos que te ven o los ojos que callan.” No se cuestiona lo mismo que Magrite (una distinción semántica) sino un cómputo de argumentos filosóficos a través de un álgebra verbal, cuando anuncia a una conclusión prematura antes de su deconstrucción: “Un hombre buscaba su raíz y se perdió en otro lado”.

La poesía requiere de límites como el pájaro de un nido o como la mano de un guante. El poema estructural de María Paula Durazo aprovecha una arquitectura, un plano, como un instrumento para su poesía. La repetición de los sonidos en sus rimas y la medición de sus sílabas en su métrica hace de “Oda a la melancolía” y “Soneto al ajolote” un reto de alpinismo literario. Una vez alcanzada la cumbre y nos disponemos a bajarla, tememos que en cualquier momento se resbalemos en una orilla o caigamos de los andamios del poema: “Burlar quisiera la divina suerte/ reencarnando en pálpitos de yolótl./ Mientras huías confesaste, Xólotl:/ “también los dioses temen a la muerte.” 

Ser poeta es importante, hasta dejar de serlo. No es que Vallejo era consciente de la necesidad de los demás oficios; sino de la necesidad de vivir con ese principio de creación continua que caracteriza a los poetas. De ahí que cualquiera pueda serlo; pero pocos, dejar de hacerlo, hasta su muerte. Si decide ser un poeta de su tiempo, no sentirá nostalgia por los ritmos armónicos, sentirá curiosidad por ellos; porque la desarmonía que encontramos en los versos libres y polirítmicos no es menos importante que la armonía que encontramos en los versos rítmicos. 

El poeta sólo tiene un juez supremo, entre los jueces menores y sin importancia: aquel que dictamina en el silencio. Si su silencio se impone cuando muestra un soneto, un poema en prosa o un poema lírico, habrá fracasado y su artificio terminará en el olvido; pero si las cuerdas (sean más o sean menos de catorce), siguen vibrando como si estuvieran dentro de una lira, ocuparán su silencio y lo harán pedazos; ocupando el silencio que también persiste, de cuando en vez, en nuestras vidas. 

Por Omar de la Cadena

Fotografía de Diana Picot

Mitocondria en manos de la editora Diana Picot

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Sobre el autor

Omar de la Cadena es un escritor apartidista y doctor en Ciencias Sociales con especialidad en Desarrollo Humano por la Universidad de Sonora.

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