Reza el dicho que “no hay peor ciego que el que no quiere ver”. Hablando de las huelgas en la Universidad de Sonora, padecemos como sociedad civil ceguera crónica.

Desde 2009 a la fecha se han sucedido 5 huelgas en la institución y desde hace mucho tiempo también cerramos los ojos a la necesidad de introducir cambios para modernizar la forma en que conciliamos nuestras diferencias laborales. Los meses de marzo y abril siempre damos la nota.

Año tras año, desde 1991 (momento en que se actualizó por última vez el marco normativo que rige al Alma Mater), observamos con resignación e impotencia el ritual anual de negociar, confrontar y no pocas veces ver cadenas franquear paso y pender banderas rojinegras.

La más generosa y ambiciosa inversión  educativa de los sonorenses, la UNISON, merece procedimientos de conciliación a la altura de los nuevos tiempos. En eso todos coincidimos.

He mencionado 1991 porque lo considero un año clave. Por entonces, la ley orgánica dotó al Rector de máximas facultades para negociar, más no le estableció contrapesos; tampoco un esquema permanente y transparente para llevar un trato solvente con los sindicatos, que volviera la huelga una opción marginal.

Reina por el contrario la confrontación: 1. Se radicaliza comúnmente el conflicto entre los protagonistas, 2. Hay desconfianza respecto a la situación financiera de la institución, 3. Se espera el minuto final para hacer el último ofrecimiento y 4. La agitación se vuelve moneda de cambio para obtener mayores prestaciones.

No extraña por ello que las negociaciones terminen los últimos años resueltas en alguna oficina de gobierno o en los tribunales. A quienes nos preocupa la autonomía, preferiríamos que todo se resolvier intramuros.

Pero autoridad y sindicatos aprendimos este juego. También los medios de comunicación que esperan ya la nota. Todos sin excepción aceptamos a regañadientes los malos resultados y nomás nos encogemos de hombros.

Así, a nadie debe asombrar lo que sucede desde hace 27 años: son contadas las generaciones de estudiantes que egresan sin experimentar una huelga. Los últimos diez años hay una cada dos años en promedio.

A pesar de que todos: autoridades, sindicalizados, estudiantes y padres de familia coincidimos en que la huelga no conviene a nadie, nada eficiente hemos hecho hasta hoy para transformar lo que la hace posible. El actual Rectorado introdujo incluso una Unidad de negociación con los sindicatos cuyo resultado ahora conocemos.

La próxima legislatura, que será quizá la más plural en la historia moderna de Sonora, tendrá por ello un doble reto. Generar consensos y, si verdaderamente desea llevar la UNISON al siglo XXI, deberán los legisladores aprobar la lección no aprendida desde hace tres décadas: modernizar de la mano de la comunidad universitria el marco normativo de la institución, mejorando prácticas como las que hacen de la huelga una posibilidad latente e impredecible.

Empecemos reconociendo nuestra pasividad, y aceptemos que nadie nos ha condenado a seguir repitiendo los errores del pasado. La UNISON internacional que deseamos sólo será posible cambiando en ella procedimientos tan domésticos como obsoletos.

Rectorados van y vienen, si cerramos los ojos, como se ha hecho hasta ahora, estaremos en esta misma situación el siguiente año, lamentándonos por enésima vez y nada, absolutamente nada habremos aprendido.

La UNISON debe ser ejemplo de conciliación de intereses. Las huelgas nos recuerdan que las reformas a la ley orgánica debieron hacerse hace mucho y que no pueden seguirse aplazando. Se puede ser una institución liberal con los empleados, internacional e institucionalemente estable.

Por Aarón Grageda

Sobre el autor

Aarón Grageda Bustamante es profesor e investigador de tiempo completo en la Universidad de Sonora. Investigador invitado en el Max Planck Institute for Evolutionary Anthropology. Miembro del Comité de Participación Ciudadana del Sistema Estatal Anticorrupción en Sonora.

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