Llueve en Hermosillo y la ciudad enloquece porque no está preparada. Las calles se convierten en auténticos ríos por la falta de drenaje pluvial y el viento termina derribando árboles, postes o espectaculares, dejando un rastro parecido al que podría dejar una quimera al pasar.
En mi traslado al bar de cervezas artesanales donde habíamos quedado me llegó un mensaje de Oliver preguntándome si me rajaba. Le dije que no y pensé: “Así como tú no renuncias a hacer cine en el desierto, a mí no se me escapa ninguna entrevista.”
Llegué al bar preocupado por los minutos tarde pero él aún no estaba. Un mensaje de su parte me llegó y pensé que se me iba a rajar. “Tendré que volver a tomar mi carro convertido en lancha para ir a buscarlo”, pensé. Pero no, me equivocaba, nuevamente se comunicó diciendo que venía en un Uber.
Comencé a esperarlo mientras repasaba las notas en mi cuaderno cuando otro mensaje llegó; ahora se quejaba de que el Uber lo estaba haciendo dar muchas vueltas. Volví a pensar en ir a buscarlo, pero rápidamente me mandaba otro mensaje diciéndome que tomaba otro Uber.
Pedí una cerveza y ahora Oliver me manda una imagen de una calle inundada. Me dice que se ha quitado los tenis y que se remangó los pantalones. Pensé en ir por él. ¿Cómo iba a dejar en la calle al director ganador de mejor cortometraje en el Guanajuato International Film Festival (GIFF) 2017? Pero acto seguido me envía un video de él andando descalzo por los ríos que una vez fueron calles en el que se escucha su risa. No pasó mucho tiempo cuando el galardonado director llegó descalzo, empapado y con una sonrisa para empezar este diálogo que ahora les compartimos.
¿Qué se siente ganar al mejor corto en el GIFF con un trabajo como el de Loving South, con las temáticas que toca?
A mí lo que me interesaba y me interesa es hablar de estas etiquetas, wey, estas que tenemos, con las que nacemos sin pedirlas. O sea, yo soy mexicano, soy católico, soy heterosexual, soy sonorense… ¿pero por qué soy eso? ¿Por qué soy mexicano? ¿Porque nací entre la frontera de Estados Unidos y Guatemala? ¿Y si mi mamá es china y mi papá es francés, pero yo nací aquí por casualidad, por qué vergas tengo que decir que soy mexicano? Son cosas de las que a mí me interesa hablar porque, wey, quitémonos estos handicap de los que somos presas sin saberlo.
Pero esto de lo que hablas también ayuda para construir una identidad, para pertenecer…
Por su puesto, para pertenecer. Eso lo entiendo perfectamente bien y sé que es mucho más cómodo. Las etiquetas sirven para construir identidad equal to comodidad, y por supuesto que lo menos cómodo es estar preguntándote quién soy, quién me gusta. Lo más fácil es decir a mí me gustan las mujeres, soy católico, soy mexicano y no vengas a tambalear mi mundo ni mi comodidad. Pero entonces es justo eso de lo que va, de cómo de pronto alguna situación en específico en la vida nos pone sobre esta cuerda en la que decimos: “Espérate, ay cabrón, pero si yo era mexicano, pero si yo era gringo y a mí no me gusta esta raza. Pero si yo era heterosexual y a mí no me gustan los hombres, ¿qué pasa? ¿Porque se me tambalea así el tapete?” Entonces quería explorar las fronteras que tenemos, que de pronto son las etiquetas con las que crecemos y a las que de alguna manera tenemos que defender y no sabemos ni por qué. Y que también nos da miedo derribar, cabrón.
La diversidad sexual ha sido una temática recurrente en tu trabajo, la tocas en En Tierra de Vaqueros y ahora en Loving South. ¿Qué es lo que buscas con ese tema en tu trabajo fílmico?
Cuando hice Tierra de Vaqueros mi perspectiva era distinta. Con mi primer corto no tenía la idea de explorar las etiquetas. Mi propósito era evidenciar a la comunidad gay. Quería mostrar las historias de homosexuales y lesbianas en Sonora.
Recuerdo que en una reunión alguien me decía: “En Sonora no hay (homosexuales). Eso es como una moda de los chilangos”. Eso me dio mucha risa, pero me preocupó y por eso para mí nace Tierra de Vaqueros, por mi necesidad de evidenciar historias. Como decir: «Vean quiénes están aquí, las vidas que llevan, cómo aman, cómo se interrelacionan, cómo conviven». Evidentemente eso también era una necesidad mía, wey. Porque fue en una época en la que aunque yo estaba ya salido del closet con mi familia, ya había hablado con mis padres -porque yo vengo de una familia conservadora-, buscaba una forma de decir ‘pues me gustan los batos’, y eso para mí fue algo catártico. Entonces Tierra de Vaqueros fue como mi salida del closet públicamente. Cierro el documental con una imagen mía de niño en una piñata, disfrazado, además, con una canción que se llama “El disfraz”. Entonces es eso, Tierra de Vaqueros fue como esta onda de decir aquí estamos, estos somos, esto sentimos, nos enamoramos…
¿Y qué sentiste cuando ves que esto tiene una repercusión social?
Me encanta. En su momento fue muy chistoso porque de repente me invitaban a mesas redondas de tema LGTB siendo yo un inexperto. Nunca yo había sido activista ni nada. Estaban allí Guillermo Núñez, la María Luisa Alatorre, gente que han hecho activismo toda la vida y con un conocimiento pleno y súper chido (Sí, dijo “chido” y no “chilo”, háganla de pedo también por eso. Nota del entrevistador) de todo ese pedo. Me hablaban a mí para discutir del tema y yo sentía que no estaba al nivel para discutir porque no era un activista en realidad. Pero ese documental se convirtió en una herramienta del activismo y qué bueno.
El cine puede funcionar como una herramienta del activismo…
Por supuesto. El otro día, a raíz de una película que estoy escribiendo ahora, que va a ser mi primer largo, mi madre me decía: “Pero mijito porqué te metes en problemas, vas a hacer que te linche la sociedad de Hermosillo”. Y yo le contesté: “Pero si no lo hago no tiene chiste”. Si mi trabajo no contiene algo de confrontación, si yo no siento que te voy a confrontar a ti con lo que voy hacer, no me sabe.
¿Por qué tienes esa necesidad de cuestionar la hipocresía social y la doble moral?
Porque yo viví en una onda así, porque yo me liberé de una onda así, de un contexto que yo sentía que me pedía que fingiera, cabrón, y que me estandarizara poniéndome en el mismo plano que mi contexto de escuelas privadas.
Fíjate, entre Tierra de Vaqueros y Loving South tengo otro corto poco conocido porque no ganó ningún premio. Se llama Vil y allí cuento la historia de un hombre casado que le pone el cuerno a su mujer con el mejor amigo de ella y que al final quiere liberarse de la mujer por medio de un secuestro exprés que al final termina siendo un chantaje. En ese corto lo pongo como de una manera más burda y evidente, un hombre casado, que pone cuernos, no es una morra, un nivel de clase media alta. Te lo cuento porque acepto que me gusta denunciar la hipocresía y ese corto la tiene muy presente, así como también Loving South la tiene muy presente. O sea, este hombre que caza migrantes mexicanos pero secretamente se enamora de ellos y se los quiere coger y llora con una canción de Maricela, wey, es el tema de la hipocresía. Me gusta desenmascarar la hipocresía. Hay algo en mí que me excito en pensar que hay alguien en el público que se retuerce. Que esté alguien pensando: “Uta si supieran que me ando tirando al jardinero, si supieran que me estoy besuqueando con el amigo de mi esposa, si supieran que soy una ninfómana”… Esa idea me encanta.
Ahora que gané el premio en Guanajuato terminé el speech, que por cierto fue un desmadre de discurso porque estaba bien nervioso y no sabía ni lo que decía, pero terminé diciendo: “La sexualidad humana no tiene etiquetas”. Lo solté así, no tenía nada qué ver con lo que estaba diciendo, pero lo escupí así porque era algo que quería decir con la idea de que por allí a alguien le caiga el veinte.
En mi vida, fuera de escribir cortos, también soy así. Me prende la idea de seducir a un heterosexual y mis amigos se ríen porque soy como el encantador de perros. Me dicen el encantador de heteros.
Creo que el movimiento gay se va acabar, en un momento de la historia tiene que acabar, porque siento que a veces lo que logra es separar en vez de hacer que la banda se integre
En Tierra de Vaqueros era una etapa así como de lucha, Loving South es otra etapa totalmente distinta. Ahora bien, espero que lo que voy a decir no se tome a mal pero creo que el movimiento gay se va acabar, en un momento de la historia tiene que acabar, porque siento que a veces lo que logra es separar en vez de hacer que la banda se integre. Parece que a veces, no siempre y no todos ni todo el tiempo, pero parece que es para decir nosotros somos esto, nosotros vamos a estos antros que tiene una bandera de colores y donde tocan a Thalía, a Daniela Romo y sale una Gatúbela. Entiendo por qué sucede así, y no quiero que esto se interprete como un desprecio, entiendo perfectamente la válvula de escape que es eso, pero siento que todos deberíamos estar mezclados, cabrón.
Que esto no sea un motivo para crear una etiqueta más, una comunidad separada o segregada…
Exacto. Que la gente tenga el placer de decir “no sé, la neta” cuando te pregunten por tu sexualidad. Pero la banda te exige, wey, y no acepta esa respuesta, por eso te obliga a que le digas o que eres hetero, bisexual u homosexual, escoge una de las tres. O sea, a quién chingados le importa. Para empezar, porque nos preocupa tanto que la otra persona nos diga qué es. En serio, yo creo que la respuesta más honesta es la duda.
Yo he conocido a batos que me dicen:
-Creo que soy hetero
-Pues chido, pero cómo crees
-No pues me gustan las mujeres, pero no descarto que un día…
El pedo es que es algo muy incómodo y a nadie le gusta. Y es obvio porque a quién le gusta estar preguntándose quién soy.
Fíjate que las mujeres cuando en una peda se besan con otra mujer te lo cuentan cagadas de la risa, pero cuando un bato en la peda se besa con su amigo se lo calla, cabrón, y al día siguiente tienen un carón y está tapado con una cobija. Claro allí hay otro tema, el de la masculinidad.
Comparando un poco los cortos, podrían verse como microrrelatos en los que se narran historias muy complejas contando poco.
Pudiera inclinarse más a la poesía o más al cuento, sin saberlo creo que me incliné más a la poesía. No sé si lo logré, pero quería contar algo de esa manera. Porque mucha gente me ha dicho que no se entiende, que se tiene que meter al migrante más o que cuando el wey se da el beso en el cristal que aparezca una imagen del migrante, o que aparezca una camisa que diga «México» para que se entienda. Pero yo no quería eso, a mí no me interesaba explicar las cosas con peras y manzanas. Yo quería que fuera algo así como de poema y poderme valer del lenguaje cinematográfico, porque al final es lo que enriquece al cine, puedo contar las cosas a través de imágenes, ese es el chiste, wey. O sea, para qué vas hacer cine si todo lo vas a explicar. Si sale este personaje y dice: “Cómo me gusta el migrante”. No. Entonces porqué no mejor se lo cuentas. En cambio el cine lo puedes contar a través de imágenes. ¿Y cómo lo vas a contar con imágenes? Para mí es poniendo dos tazas en la mesa, para mí la tetera hirviendo cabrón, es él reflejado en un vidrio dándose un beso en sus propios labios, para mí es eso… creo yo que ese es el chiste del cine.
¿Qué se te viene a la mente con la palabra “frontera”?
Cadenas, wey. Limitantes, como esclavitud un poco. Cadenas.
¿Y con “moral”?
Uy, es que cada vez entiendo menos esa palabra, porque no sé a qué llamar moral hoy. Le damos a la palabra moral un significado que con el tiempo descubres que no es. Pienso que lo inmoral es la pobreza, la miseria es inmoral y cuando me preguntas por la moral, ¿qué te digo? Me parece que lo justo, la equidad, todo eso… Pero de verdad tengo pedos con eso, no sé muy bien qué es la moral.
¿Y “censura”?
La censura no es más que la expresión de los traumas de una sociedad, de una persona. El que censura es por sus miedos, cabrón, y sus traumas. La censura es a lo que te lleva tener miedos, o los miedos de una sociedad.
¿Y en el cine que son esas tres palabras?
En el cine la censura no es más que lo miedos de una sociedad, los traumas. En el cine social es como el recuerdo de sus traumas. Por ejemplo en México hay poca censura, estamos en un momento en el que el IMCINE, que es la institución reguladora, no censura, incluso hay películas que financian con el IMCINE que le tiran mierda a Peña Nieto. Se ha construido una institución más o menos autónoma, que ha logrado cierta solidez. Pero la censura esta en otras partes y la autocensura creo que es la más triste de todas, cuando uno mismo se calla por…
¿La frontera en el cine?
La frontera en el cine son la falta de recursos, wey, esa es la frontera. El cine, a diferencia de otras disciplinas artísticas, es muy raro que se pueda hacer sin presupuesto. El cine es caro, cabrón. Necesitas pagar gente, pagar empleados, es mover cosas, hospedar gente, alimentar gente y la frontera es la falta de presupuesto. Nosotros en nuestro país tenemos un sistema de subvención hacia el cine eficiente pero que con el último gobierno se ha ido recortando y recortando y allí aparecen las fronteras. wey.
¿Hacer cine en el desierto es hacerlo en la frontera de qué?
Sí porque Sonora es un estado que no tiene una escuela de cine formal, sobre todo nos educamos un poco empíricamente y sí es verdad que existe un esfuerzo de la institución por profesionalizar… Bueno, no digo la institución, digo Mónica Luna, que es una mujer que por más de diez años ha tenido una labor de traer talleres, diplomados y allí nos hemos educado todos.
Mónica creó el FAPS (Fondo de Apoyo a la Producción de Cortometrajes de Ficción y Documental de Sonora) que es este fondo de apoyo con el cual hice Loving South, pero es muy poquito. Estoy diciendo que el IMCINE te da 400 mil pesos para que hagas un corto y este fondo te da 50 mil. Realmente es muy poco.
Vil por ejemplo lo hice sin un peso. Todo mundo me hizo un paro, a nadie se le pagó nada. El límite más grande de hacer cine en Sonora es que nos hace falta una escuela de cine. En ese sentido competir contra cortos de otras partes es tan importante, porque estamos compitiendo con cortos del IMCINE, del CCC, del CUEC. Wey, estaba compitiendo contra Alonso Ruizpalacios, que es el director de Güeros, que ganó en Berlín, en Nueva York y en un montón de lados. ¿Tú crees que yo me iba imaginar que iba a ganar? Yo decía «no mames un corto de Alonso Ruizpalacios»… ni en la cabeza pasó por mí ganar. Era el único pinche corto que traía Ayuntamiento de Hermosillo y cosas por el estilo, éramos unos outsiders de alguna manera. Pero creo que es una señal de que sí podemos hacer cosas competitivas aquí en el desierto, sí podemos, pero necesitamos más apoyo.
Hace poco tuviste un discurso bastante golpeador al ISC (Instituto Sonorense de Cultura) precisamente por eso, demandar que apoyen el arte, el cine en tu caso.
Tristemente, la gente que encabeza las instituciones de cultura en el Estado y en el Ayuntamiento… puede ser gente con muy buenas intenciones… pero, ¿de qué sirve eso si la gente de arriba de ellos realmente no les suelta un peso? No les interesa darles un peso. Operan como pueden.
Es que estas autoridades de las instituciones no se mandan solas. Esa es la verdad. De tal forma que si alguien más arriba de ellos les dice: “Vamos a gastar en un concierto de la Arrolladora Banda Limón.” Ni el IMCA (Instituto Municipal de Cultura y Arte), ni el ISC pueden decir nada porque se los dijo mamá o papá. No pueden hacer nada. Ellos hacen lo que les dicen que hagan y no tienen presupuesto, es la verdad.
La banda dice: «Deberían poner a un artista a la cabeza de la institución». Pura verga, eso es un desmadre. Se necesita un gestor o alguien sensible a la cultura con capacidad de gestión. El artista está en su rollo.
Imagen de portada: Fotografía tomada por Alan Domínguez en el comedor para migrantes ubicado en el Poblado Miguel Alemán.
Rendón (el del cigarro en mano) posa junto al equipo de trabajo y el premio GIFF. Fotografía de HDC.
Muy buena entrevista. Felicidades al director. Me encanta la soltura de sus respuestas. Chido! 🙂