La última noche de Mara Castilla, en Puebla de los Ángeles, no brillaron las estrellas ni la luna. Sólo la maldad del monstruo que la acechaba en la cabina de un Cabify, desde la oscuridad, se atrevió a cambiar el destino. La niña debió ser conducida a su casa, no a la muerte.
Las noticias que llegan de Ciudad de México son espeluznantes. Engendros sin alma, ocultos en las sombras, atacan a los sobrevivientes, arrebatándoles lo poco que pudieron rescatar.
El miedo se ha sentado entre nosotros. El mal no descansa.
Así, Eso (Andy Muschietti, 2017) aprovecha los códigos del género de terror para presentar una historia de amistad, solidaridad y crecimiento. Es una metáfora acerca de nuestros temores más siniestros: aquellos que a partir de la realidad se convierten en traumas y alucinaciones.
En Derry, población del noreste de EE.UU., los infantes desaparecen. Dicen que esto ocurre cada 27 años. Y ha vuelto esa infame temporada de caza. Hay toque de queda. Es 1989 y ante la pérdida del pequeño Georgie (Jackson Robert Scott), su hermano mayor, Bill (Jaeden Lieberher) no se resigna y sigue buscándolo.
Muy pronto, ese verano, la pandilla se une. Ahí está el regordete y sensible Ben (Jeremy R. Taylor), el hipocondríaco Eddie (Jack Dylan Grazer), el calenturiento Richie (Finn Wolfhard), la rebelde Beverly (Sophia Lillis), el reservado Mike (Chosen Jacobs) y el judío Stanley (Wyatt Oleff).
En mayor o menor medida todos son víctimas. Ya sea del abuso, la sobreprotección o el desinterés de sus padres, o bien de la cruel violencia escolar, que los amenaza aún en vacaciones.
Y, por si esto no fuera suficiente, son perseguidos sin respiro por Pennywise, el miedo mismo, el mal. Un ente que adquiere la forma de payaso decimonónico para acosar a cada uno de los niños asustándolos con sus miedos, los más profundos.
Las películas de terror deben ser en especial hábiles para crear atmósferas oscuras, ominosas y de angustia. El imaginario gótico – Lovecraft, Poe y Shelley – suele proporcionar la cuota puntual para cumplir con el requisito. Eso no es la excepción.
La casa embrujada, el pozo de Pennywise, el bosque inquietante, las habitaciones sombrías, los callejones peligrosos y las cloacas malignas ilustran a la perfección cada susto que el espectador recibe.
Sin embargo, el gran logro de Eso es saber explorar el origen del miedo. Estados Unidos siempre se ha aprovechado de él. Es el país del miedo. En 1989, era la víspera de la Primera Guerra del Golfo; hoy es el terrorismo, los migrantes, la globalización. La disfuncionalidad de la sociedad no es otra cosa sino la disfuncionalidad de la familia. Y si los adultos no están presentes cuando los pubertos crecen, no es raro que decidan enfrentarse al mal, solos.
De antología es la secuencia en el baño de Beverly. Cabello que la atrapa desde la coladera y luego una explosión de sangre. La espantosa relación de la mujer con el plasma – menstruación, parto, vida y muerte – calará hondo, sin duda alguna.
Eso nos llevará a un viaje por lo instintivo, acaso lo atávico. El inconsciente, que produce sueños y pesadillas. Mientras los chamacos descubrirán los misterios de su despertar a la vida, habrán de unirse para vencer a la muerte.
Y ese es el verdadero mensaje de Eso. Juntos, sin importar raza, credo o colores favoritos en el espectro político, podremos dejar atrás el miedo y la desconfianza que ahora nos somete y nos amenaza. Los criminales, los verdaderos mal nacidos, se alimentan de nuestro miedo, como lo hace Pennywise.
Acaso somos como niños, aterrados – y no sin razón -, pero sin darnos cuenta que vale la pena correr el riesgo y darle una paliza al clown. Claro, sin ofenderte, Tony Tambor.
La influencia de Eso en la cinematografía es notable. Desde Súper 8 (J.J. Abrams, 2011) y la más reciente producción de Netflix, Stranger Things (Matt y Ross Duffer, 2016), es posible seguir el rastro de Pennywise y su grupo de víctimas. No resulta casual, entonces, la presencia de Finn Wolfhard, un reclutado de Strange Things, en esta nueva versión del clásico escrito por Stephen King.
Los monstruos que nos atemorizan están fuera y dentro de nosotros mismos. Para vencerlos a ambos es necesario crecer, madurar y compartir, entre nosotros, las víctimas, la solidaridad necesaria para evitar que nos cargue el payaso.
Pues, eso.
Por Horacio Vidal