En la primera biblioteca, aquella formada por libros juveniles e infantiles, El llamado de la selva de Jack London ocupa un lugar preferente. Las hazañas de Buck, perro secuestrado de su vida privilegiada para ser llevado hasta las tierras del Klondike en tiempos de la fiebre del oro, continúa en nuestra ávida memoria.
La adaptación original al cine de esta historia, El grito de la furia (Fred Jackman, 1923) se repitió en La llamada de la selva (William Wellman, 1935), luego en La selva blanca (Ken Annakin, 1972), La llamada del lobo (Gian Franco Bandanello, 1975) y en Llamada salvaje (Richard Gabai, 2009).
Se considera a la cinta de Wellman como la mejor, a pesar de concentrarse en el romance entre Clark Gable y Loretta Young sobre la historia primigenia acerca de un hombre y su perro.
Así, al cumplir con el recuento, tal vez sea posible colocar a El llamado salvaje (Chris Sanders, 2020) como aspirante a ocupar segunda posición dentro de la galería de películas que el agreste y conmovedor relato de Jack London ha inspirado.
El llamado salvaje tiene a su favor adelantos tecnológicos CGI que han creado un Buck totalmente digital. A partir de la imitación de movimientos y posturas caninas realizadas por Terry Notary, especialistas en animación tridimensional clonaron “el milagro” de El Rey León (Jon Favreau, 2019): en pantalla lucen bestias virtuales de asombrosa apariencia real.
Ningún animal fue lastimado en la realización de esta película. Claro que no. No existe contrato para cuadrúpedo alguno. Perros, lobos, oso, conejos, alces y salmones son digitales.
Buck (Terry Notary) es un can que, de acuerdo con la primera línea de la novela de Jack London, “… no leía los diarios, pues, si así fuera, se habría enterado que se preparaban dificultades”.
Eran los años de la fiebre del oro. Traficantes de perros surtían a los exploradores del Klondike, en Canadá, no solo para arriar en busca de la ansiada pepita, sino también, para surcar el progreso en ese lejano territorio blanco durante principios del siglo XX.
Buck encuentra sitio en un trineo postal. Gobernado por Perrault (Omar Sy) y Francoise, su mujer (Cara Gee), el criollo descubrirá que, a diferencia del hogar sureño del que fue raptado, no hay tiempo para jugar o aburrirse. La lucha por sobrevivir, no solo contra la naturaleza, sino frente a los de su misma especie, se convertirá en la ley del colmillo y el garrote.
“I don’t know where you came from – le dice Perrault a Buck -, but I know where you are now. Welcome to the last place on earth”. Una actitud comprensible. Los humanos solitarios le hablan a Buck, como si en verdad “entendiera”.
Y de eso se trata. Que creamos que el dogo, “comprende”.
El llamado salvaje comparte punto de inflexión con la novela de Jack London, a partir de la aparición de John Thornton (Harrison Ford), viejo y rudo varón que rescatará a Buck, para ser a su vez salvado por su nuevo compañero. Juntos emprenderán un épico viaje. “Sometimes the best journey begin when the path ends”, reflexiona Thornton, mientras se dirige en tono patriarcal a su colmilludo amigo.
Por una parte, la animación en El llamado salvaje, va más allá de lo visto en El Rey León, versión 2019. La cinta de Favreau renunció a dar rasgos de “humanidad” a sus personajes en aras de un mayor realismo. El llamado salvaje juega con las gesticulaciones de Buck – y de otros de su especie – con el propósito de dar mayor expresividad a los protagonistas digitales en las escenas más emotivas.
Esto acerca a El llamado salvaje a las animaciones tradicionales. Sin embargo, una espectacular paradoja lame toda la proyección. Se trata de una película que celebra la supremacía de la naturaleza y el dominio del imperio de los instintos. Pero para recrear este impresionante círculo de la vida se recurre a los ordenadores.
Y por otro lado, compite con la perfecta representación de Buck – perro coraje – la interpretación de Harrison Ford. Es imposible verlo sin recordar a Spencer Tracy en El viejo y el mar (John Sturges, 1958) o al Humprey Bogart de La reina africana (John Huston, 1951). Hombres avejentados, vencidos por el tiempo y el destino pero con la voluntad para buscar, encontrar y jamás rendirse.
El llamado salvaje, en total oposición con la novela de Jack London, ha disminuido sangre y crueldad. “La piedad es algo reservado para climas benignos”, escribió London; aquí, en favor de una película familiar, inclemencias del tiempo y desafíos que imponen las montañas harán surgir solo lo mejor de nobles personajes: el perdón y la justicia están a un “guau” de distancia.
Aunque la conclusión de El llamado salvaje subraye en John Thornton el grito de la tribu y en Buck la canción de la manada, vivimos tiempos de pesimismo ecológico y de amor desmedido por las mascotas.
Por eso, algunos desearán que los destinos de Thornton y Buck sigan unidos. Perro no. Donde manda naturaleza, no gobierna animalero.
Qué leer antes o después de la función
Los perros duros no bailan, de Arturo Pérez Reverte. Novela policiaca escrita en primera “persona” – es El Negro, cruza de mastín con fila brasileño quien relata la historia -, donde el protagonista tendrá que descubrir el paradero de Teo y Boris, el guapo.
Para ello contará con Aguilulfo, chucho filósofo y una jauría de personajes reflejo de la sociedad humana.
Una novela negra de pocas pulgas donde amistad y lealtad son cosa seria.