Ya se había hecho antes. Sueños (Akira Kurosawa, 1990) elabora un episodio, “Cuervos”. Ahí, un estudiante de arte se entrevista con Vincent Van Gogh (Martin Scorsese) y entra en sus lienzos más celebrados. Son sólo minutos. Apenas viñetas.
Es posible descargar la película. También Sed de vivir (Vincent Minelli, 1956), la aproximación de Hollywood, interpretada por el centenario Kirk Douglas.
Sin embargo, nada de esto se asemeja a lo que ahora llega a la pantalla.
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Cartas de Van Gogh (Dorota Kobiela/Hugh Welchman, 2017) es una experiencia cinematográfica inolvidable. Por primera vez veremos un largometraje animado al óleo. Pinturas que cobran vida. Es una proeza asombrosa, titánica.
Cada fotograma es un lienzo en movimiento. Con los furiosos y urgentes trazos del colorido pintor, más de 115 artistas – entre los cuales está la animadora mexicana, Mayra Hernández Ríos – han producido la película biográfica más original. 56,800 iconografías a 120 cuadros por minuto completan 80 minutos de duración con una técnica irreprochable que emula el brutal estilo de Vincent Van Gogh. Una numeralia impresionante y post impresionista.
Cartas de Van Gogh es la historia del misterio que envuelve la muerte del pintor holandés. ¿Suicidio? ¿Asesinato? Un año después de su fallecimiento, varios personajes son convocados por Roulin (Douglas Booth), hijo del cartero fiel entre Vincent y Theo, hermano alcahuete y entrañable. Hay una última carta que debe ser entregada.
Cuando Roulin descubre que Theo (Cesary Lukaszewicz ) también ha muerto, empieza una trama policial donde cada uno de los santos testigos de los últimos días de Van Gogh dará “su versión de los hechos”.
Por supuesto, la estructura narrativa en Cartas de Van Gogh, se vale de los trabajos en El ciudadano Kane (Orson Welles, 1941) y Rashomon (Akira Kurosawa, 1950) y es un acierto.
Quizás sólo un guión de semejante naturaleza – que en esta cinta se mueve entre la realidad y la especulación – puede provocar el interés de la audiencia, atrapada por la belleza de este espectáculo visual.
Hay que admitirlo. A causa de la perfección creada por este colectivo artístico, es posible irse en el viaje y perder detalles de la trama. Por ejemplo, para quienes que no conozcan bien a bien la historia de la oreja del holandés, tal vez algunos detalles pasarán desapercibidos.
Pero ellos son los menos, estoy seguro.
Los empeños detectivescos de Roulin forman el texto y el pretexto ideal para montar en el guión los lienzos más alabados del autor de “La noche estrellada”, “El dormitorio en Arlés”, “Terraza de un café, por la noche”, “Trigal con cuervos”, “Anciano en pena”, “El doctor Paul Gachet”, “El café de noche”, “Margarite Gachet al piano”, “La casa amarilla”, “Paisaje con carruajes y tren de fondo” y, sobre todo, “Autorretrato”.
Envuelta en la elegante partitura de Clint Masell – uno de los mejores soundtracks del año – Cartas de Van Gogh le habla a los iniciados. Sin ser indispensable, claro que ayuda conocer, al menos un poco, al menos unas cuantas pinceladas de la obra y la vida del pintor.
Amantes del arte se sentirán halagados. Y quienes pecamos de neófitos descubriremos 56,800 motivos más para dejarnos llevar por el arte de Vincent Van Gogh.
Los últimos minutos de Cartas de Van Gogh son sobrecogedores. La manera en la que “Autorretrato” rompe la cuarta pared es un momento dramático, poético, quizás comparable a Los 400 golpes (Francois Truffaut, 1959). La vida infausta y atormentada del holandés ya ha pasado ante nuestros ojos. Encontrarnos, frente a frente, con la mirada de Vincent Van Gogh, que la leyenda ubica entre la sensibilidad y la locura, es una verdadera experiencia religiosa.
En la cinta Seis grados de separación (Fred Schepisi, 1993), un afligido Donald Sutherland, ambicioso corredor de pinturas, reflexiona sobre la contradicción entre arte y mercado: “I dream of pinks and yellows. And the new Van Gogh the Museum of Modern Art got. And the irises that sold for 53.5 million. And, wishing a Van Gogh was mine, I looked at my English hand-lasted shoes, and thought of Van Gogh’s tragic shoes, and remembered me as I was a painter losing a painting”.
Los trágicos zapatos de Vincent Van Gogh. Los 450 millones de dólares que alcanzó “Salvatori Mundi”, de Da Vinci. La pobreza y la enfermedad de Modigliani. Los 170 millones de dólares que alcanzó su “Desnudo acostado” y los 179 que registro Picasso, con “Las mujeres de Argel”.
Cartas de Van Gogh es el mejor homenaje posible para el holandés. Porque ha transmutado – en maravillosa alquimia – el arte de la pintura en otro arte: el cine.
Y lo ha hecho accesible. Es urgente adquirir, en cuanto el mercado lo permita, el BlueRay o el DVD de Cartas de Van Gogh. No dejemos escapar esa pintura.
Disfrutémosla con absenta, tabaco y café bien cargado.
Por Horacio Vidal
Fotografía de Loving Vincent vía Crixeo