Ciudad de México.-

A cinco años de la desaparición de los estudiantes de la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro Burgos”, de Ayotzinapa, las interrogantes persisten respecto a lo sucedido, la mecánica de los procedimientos siguen en vilo mientras que seguimos esperando ver en la cárcel a los verdaderos responsables de la tragedia. Y sin embargo, se han multiplicado las voces que claman justicia para los padres y madres de los jóvenes, y para todos aquellos a los que les han desaparecido y asesinado a un familiar. A cinco años de los sucesos atestiguamos, pues, las batallas por la verdad; mientras que los otrora funcionarios públicos siguen empecinados en defender “su verdad histórica” (como si el pasado fuera algo inamovible, imperecedero y estático); otros se han mantenido firmes con su mandato de desnudar la opacidad de una narrativa “oficial” que no se sustenta. Ayotzinapa ha desatado reflexiones, libros, estéticas y demás expresiones que lo erigen en el símbolo que representa al corazón herido de la sociedad mexicana en nuestra actualidad. Esta palabra de diez letras, tan ignominiosa como clarividente, devela una realidad del México doloso, violento y resquebrajado, por tal motivo, considero que es un censor contemporáneo del memorial lesivo que aglutina experiencias de redención y creatividad, aún y a pesar de la siempre sospechosa presencia de los grupos “anarquistas”. Así, las marchas de cada año reivindican la dignidad de una comunidad descalza, y de otra universitaria y disiente que no baja la cabeza ante el poder, que no voltea la mirada y mucho menos se arrodilla ante el turbulento sonido de los que mandan callar.

La marcha del 26 de septiembre ha institucionalizado la mirada crítica de las juventudes mexicanas, mismas que han logrado permear en la colectividad el acceso a la verdad como un derecho, pero también ha inoculado la duda como actitud esperable y deseable de una nación que sigue regodeándose en sus aspiraciones de constituirse en “ciudadanía” sin apartarse del televisor. Las marchas son y han sido, un instrumento político y para la política, porque expresa formas de organización que articulan las esperanzas e historias de esos “otros” jóvenes del pasado siglo XX, que pugnaron por otro México. Esta marcha en realidad está resignificando las estrategias de lucha de un pasado contemporáneo con el enjambre digital que representan los jóvenes del siglo XXI. Las tácticas, las estrategias, los mecanismos de acción y el despliegue de narrativas, muestran a una juventud, tal vez minoritaria pero comprometida con sus pasados, en creativa rebeldía. Así, con la marcha del pasado jueves van serpenteando los lluviosos caminos alumbrados por otros-nosotros. 

Ahora bien, es verdad que existen “gestos” del presidente Andrés Manuel López Obrador que revelan sensibilidad y “otra manera” de generar cercanía con las familias, puesto que muestra un compromiso con la verdad y la justicia; sin embargo, no podemos olvidar que detrás de tan ignominioso acontecimiento, existieron voluntades arrogantes, hombres de fusiles a la orden, funcionarios de salvajismo inenarrable; en una palabra, hay nombres específicos que, por omisión y voluntad, no sólo participaron en los sucesos sino que además enrarecieron los procedimientos judiciales y empantanaron, como tantas veces en la historia reciente del país, el derecho de los mexicanos por conocer la verdad: las masacres de villas de Salvarcar, Tlatlaya y los niños del ABC, por mencionar algunos acontecimientos, son algunos ejemplos de ello. Con la marcha de la semana pasada los jóvenes movilizaron, una vez más, la esperanza, movilizaron las peticiones, movilizaron los silencios, movilizaron los gritos de un país que no debería a acostumbrarse a sobrellevar sobre sus espaldas, una memoria lesiva como insultante. Mientras que las organizaciones sociales, los grupos juveniles y las expresiones genuinas de solidaridad persistan en el espacio público, estamos visibilizando un problema que trasciende la exigencia, ya que en realidad estamos tejiendo otras historias para otro “supuesto” país en vías de transformación. Las enseñanzas de esos hombres y mujeres, muchos de ellos víctimas de un olvido sistemático por parte del Estado mexicano, nos van delineando los futuros del presente, un futuro vale decirlo no como promesa anhelada, sino como un horizonte que se anda camino a camino. No podemos permitir que las heridas germinen en los terrenos de la especulación histórica, por el contrario, debemos continuar surcando por las rutas de la transformación y la crítica social.

Texto y fotografía por José Antonio Maya

Sobre el autor

Psicólogo por la UAM Xochimilco, maestro en historia por el Instituto Mora y cuasi doctor en historia por la UNAM.

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