“Un lobo domesticado,
un loco enamorado,
tu mascota fiel”.
Valentín Elizalde
En tierras que hoy conocemos como Europa, hace veinte mil años comenzó la amistad entre hombre y lobo. Existen teorías respecto a la manera en la que nació la coexistencia entre estas dos especies y ninguna puede ser señalada como definitiva, pero es el principio de domesticación por conveniencia – o mutuo beneficio – mas notable en la historia.
El perro es, según esto, el mejor amigo del hombre. Y aunque se ha demostrado que lobos, chacales y coyotes han participado en la evolución canina, Alfa (Albert Hughes, 2018) solo aborda un sendero en la prehistoria de los canes. Sin embargo, al tomarse demasiadas libertades, termina por traicionarse a sí misma para aullar un remedo de aventura a lo Disney.
Es la primera vez que Keda (Kodi Smit-McPhee) cumplirá con el ritual de cacería. Adiestrado por Tau, su padre (Johanness Haukur), debe consumar el cíclo de la vida y aprender a matar para ofrecer vida a su comunidad. Nada más natural.
Cuando las bestias se sienten amenazadas, su defensa suele ser letal. Keda habrá de emprender el viaje de retorno hacia los suyos en solitario, abandonado en un ambiente hermoso, pero hostil: el planeta es muy joven y despiadado. Solo los fuertes sobreviven.
Como relato de sobrevivencia Alfa pierde credibilidad debido a una serie de licencias que el filme se permite en aras de alcanzar el interés por parte de audiencias más jóvenes.
El clan del neolítico parece instalado en nuestra era new age (sic) más que en el politeismo o el terror hacia el entorno. Hablan de los ancestros, sin evocar deidad alguna. Y Keda, como individuo, es un ser humano demasiado sensible, si consideramos los rigores de la época.
¿Cómo que no puede matar a una presa? “Pain will journey with us”, advierte Tau, el lider. La vida y la muerte no se sucedían en trágico intercambio hace veinte mil años. La lucha entre la fuerza bruta y los sentimientos y la razón no tenía lugar.
Tampoco las nociones de “orgullo”, “honor” y “dignidad” deben haber estado tan evolucionadas: “Raise your head and your eyes will follow”, es una frase fuera de tiempo y de lugar.
Y mucho menos creíbles son actitudes tan contemporáneas de Keda que sirven a Alfa para establecer una idea particular: gracias a la compasión animalera en el corazón de Keda, el lobo decidió dejar atrás sus comportamientos predadores para seguir el camino de su nuevo protector.
Nadie se había atrevido a tanto.
Alfa cuenta a su favor con una fotografía espectacular. Es verdad, hay toques de CGI que saltan a la vista, pero aún con estos, paisajes, encuadres y espacios abiertos logran capturar la sensación de haber llegado a un mundo iluminado durante las noches por la luna, las estrellas y la aurora boreal.
Por otra parte, en cada despertar, es posible apreciar el diseño de vestuario en la película. Demasiado elaborado, en extremo bien confeccionado, casi plástico. Es posible encontrar modelos parecidos de esos abrigos en centros comerciales.
Hay más contradicciones en el argumento desarrollado por Alfa. Morgan Freeman es el narrador omnisciente. Y explica, al inicio, el significado de la palabra “alfa”. Más adelante Keda bautiza así a su lobo en proceso de domesticación. Increíble.
Si lo que se pretende es mostrar la forma en la que el ser humano pudo adaptarse en un habitat impredecible explorando, en la noche del lenguaje, la perforación de la roca, la búsqueda del comienzo y la búsqueda del agua, era indispensable una carga mucho más natural.
Alianza para la cacería. Un trato ganar-ganar en el origen de los tiempos. La belleza de un mundo indomable en estado puro, virgen y salvaje. Y en medio de la estepa, dos personajes de distinta familia y linaje, listos para perpetuar su especie.
Veinte mil años han pasado.
El domingo 26 de agosto de este año, una turba enardecida, asesinó a Miguel Holguín Galván, veterinario, acusándolo de envenenar a perros de la cuadra en Torreón, Coahuila. Trascendió que todo se debió a una “venganza” por no haber salvado una mascota.
Y el miércoles 5 de septiembre, el Consejo Nacional de Población informa: desde el año 2000 han aumentado las adopciones de “perrhijos” en 30%, mientras que nacimientos humanos han disminuído 17%.
Eso no estaba en el trato, diría el lobo en Alfa.
Y si hubiera imaginado qué le esperaba – esa neurosis animalera hoy socialmente aceptada -, jamás le habría hecho caso a Keda. Mucho menos a Valentín Elizalde.