El proceso histórico de la humanidad está tristemente construido sobre la propensión innata de repetir patrones de comportamiento que regularmente no son del todo los mejores. En el cabalgar sobre el lomo del tiempo el hombre ha buscado a través del denominado ensayo y error mantenerse lo más cerca posible a un estilo de vida egoísta, más que hedonista.

 

A razón de estas lógicas individualistas y carentes de misericordia, diariamente decimos adiós sin percatarnos a gajos de nuestra salud y a un sinfín de todas las cosas maravillosas que nos rodean. Aunque la historia nos diga una y otra vez que no es conveniente, ni de humanos seguir realizando actos atroces y estúpidamente bestiales, seguimos haciendo lo mismo. Pareciera ser que como sociedad y especie somos cada día más estúpidos que mejores.

 

Ahora que la justicia, el fríjol y la tortilla están escasos es porque recurrentemente se lo llevan todo los grandes senadores, porque cuatro por cuatro ya no son dieciséis y porque desde hace algún tiempo todo es menos uno. Desde hace algunos años el ayayay, ayayay del mexicano ahora es sólo a razón de su dolor que lo lleva al llanto, pero no del canto. La gravedad no es de nueve punto ocho pues son más de ocho las aves matemáticas que día a día resuelven los teoremas cuando caen del cielo envenenadas de chingazo.

 

Es por esto que nuestro bello desierto ha empezado a extrañar sus chollas. Ahora tiene como cactus bolsas de basura, bahías con pelícanos tosiendo y mezquites que ya no tienen ni cachoras, ni alegrías. Poco a poco nuestras tortillas dejaron de ser de nixtamal, hoy sólo nos acompaña el eco del aplauso de nuestras abuelas en aquellas que fueron las únicas tortillas verdaderas, en esos viejos recuerdos que de una u otra forma nos siguen invitando a despertar.

 

En las décadas pasadas, mientras las celebridades de la política y sus países denominados desarrollados se ocupaban en la ahora tradicional industria armamentística y en la aplicación de la tecnología en la explotación de los recursos naturales con el objetivo único de engordar sus bolsas, un señor de apellido Cousteau establecía quizás la primera cruz roja en el mar que era capaz de ver a éste no como un simple banquete de peces, sino como a un enorme departamento de la vida merecedor de buenas atenciones.

 

En esos tiempos en los que el internet y los celulares eran herramientas solamente de la tripulación del Enterprise en Viaje a las estrellas, uno de los pocos y principales informadores en las comunidades rurales de México era el ahora relativamente viejo programa de 24 Horas y los gallos que vivían en el patio de las casas. Este programa de televisión que en aquel entonces estaba dirigido por el hábil periodista Jacobo Zabludovsky, en cierta ocasión tuvo el honor de hacer una breve pero muy interesante entrevista a ese gran divulgador y protector de la vida submarina, al capitán de la ecología y del Calypso, Jacques Cousteau.

 

En aquella ahora distante noche Zabludovsky realizó una pregunta que aún escuchan algunos oídos soñadores: “Señor Cousteau, ¿para usted cuál es o cree que ha sido la tragedia más grande que ha sufrido el mundo, la humanidad­­?”. A diferencia de la respuesta que muchos esperaban el superhéroe de menos popularidad que Superman y Spiderman no menciónó alguna desgracia nuclear, las guerras mundiales, la revolución industrial o las políticas injustas de la distribución de los panes y/o la riqueza. Su respuesta fue: ¡La llegada de los europeos a América! Sin lugar a dudas la respuesta del legendario capitán del Calypso iba y fue más allá de una postura religiosa, de raza o de políticas patológicas. Sus palabras estaban construidas en su amor a la vida y en su sincera preocupación por el destino de la familia de las sirenas.

 

Quienes tuvieron la oportunidad atemporal de viajar montados en la magia de sus documentales, en aquella fantástica aula que navegaba por las tres cuartas partes de agua salada que cubren nuestro mundo, pasaron a ser parte de la fabulosa e histórica tripulación del Calypso. Se volvieron unos viajeros inmóviles, unos alumnos felices que gozaron de la compañía de esos escasos sembradores de conciencia ecológica.

 

Ahora que la realidad, la evidencia y la perversión de los juegos políticos permitieron sacar a la luz el barbarismo de acabar con la pureza de las aguas de los pueblos del Río Sonora y envenenar desde quién sabe cuando a todos sus asiduos bebedores; ahora que el llorar de las nubes se compone de gotas de veneno por el fenómeno de la lluvia ácida; ahora que el agua que llega a muchos de nuestros pueblos está cargada de millones de litros de ácido sulfúrico y cocteles de metales pesados que son capaces de causar úlceras hasta en los tubos de cobre… El concepto de Cousteau o ecología y el respeto a la vida se encuentra en el ocaso.

 

Saber la fecha exacta o la génesis de toda esta mezquindad en la que vivimos es difícil. Lo cierto es que en la tierra de los chiltepines y los mezquites miles de personas, animales y plantas, además de la tierra fértil, han entrado sin previo aviso a una espiral de movimientos oscuros que alterará sus destinos y los volverá de manera prematura materia prima para crear nuevos panteones.

 

En este genocidio de lenta cocción ya no hay vuelta de hoja para la desgracia, Sonora nuevamente tiene en su currículum otro galardón que la avala internacionalmente como cómplice fomentador de la enfermedad y la muerte. El bello romance entre el reino animal, vegetal y mineral ha sido alejado de sus aposentos, la tierra de los chiltepines ha iniciado un nuevo luto. Simple y sencillamente porque a una extensión del infierno se le antojó derramar veneno sobre la noble sustancia de la vida.

 

A razón de que esta tierra se caracteriza por tener un gran sentido maternal y protector, después del día en que vertieron veneno sobre su regazo se ha dado a la tarea de despedir hasta los chapulines. Algunos mezquites ya comienzan a desprenderse de sus hojas sin presencia del otoño o alguna instrucción de la naturaleza, ya que por sus arterias en lugar de savia ahora corren ácidos mortíferos. Los quelites están cambiando de color, hoy su fuerza está en su lecho de muerte y aunque se guisen con manteca de cochi ya nada tienen de exquisitos.

 

Las palomas están abandonando sus conciertos y los pájaros carpinteros están pensando seriamente en cambiar de oficio. A los toros se les están desmoronando los cuernos, las ranas y los sapos están dudando hasta en bañarse. Las deliciosas quesadillas libres de sustancias asesinas se están volviendo meras historias, cuentos de estómagos nostálgicos. El paso del tiempo bajo estas condiciones está haciendo que las células y las personas se confundan más y más…. Que se hable de cáncer, mutaciones y que estén siendo cocinadas lentamente en una gran olla de la muerte.

 

Es obvio que el abuso despiadado por parte de la minera Buenavista del Grupo México, que la complicidad y perversión de las políticas de nuestro gobierno hicieron que este desagradable evento fuera posible. Mientras la sociedad siga encadenada en las celdas de la pasividad somnolienta, en el egoísmo e insensibilidad, las acciones en contra de la vida se seguirán repitiendo. Porque somos una sociedad que al parecer no le interesa aprender y que quizás ha perdido la esperanza.

 

El hecho de que cuarenta y nueve niños murieran calcinados con el aliento del fuego de los demonios que administraban este estado y de que algunos niños y padres sobrevivientes a esta desgracia vivan con heridas que las cicatrizaciones quizás nunca puedan sanar, fue y sigue siendo consecuencia de la distracción de una comunidad inconsciente que permite que existan este tipo de autoridades que posibilitan que funcionen lugares e infraestructuras que lo que menos tienen son buenas condiciones e interés por la vida.

 

Desgraciadamente este terrible evento no fue suficiente para que cambiáramos como sociedad. ¿A caso estamos esperando una tragedia ABC para todas las familias de nuestro estado o nación para realizar algo extraordinario? Aunado a estas horribles tragedias podemos sumar otros tipos de derrames de veneno, en otras presentaciones, que se realizan desde hace algunas décadas en el valle del Yaqui y del Mayo. Agroquímicos que en otras partes del mundo están prohibidos por ser extremadamente letales, en estos lugares de nuestro estado se utilizan como si fueran horchata o cebada.

 

Está claro que estas armas químicas que tienen que ver con el desarrollo artificial de las plantas son un factor que contrarresta la salud de la población. Lo que para unos es el fin de sus vidas, para los empresarios codiciosos es una máquina excelente para crear montañas de billetes. A razón de estas monstruosas dinámicas, estos empresarios en complicidad con un gran grupo de administradores públicos han venido presumiendo que nuestro estado es una de las regiones con mayor producción agrícola a nivel nacional.

 

Dicen por ahí que todo tiene su precio y que en su momento todo se paga, que toda acción tiene su consecuencia, esta sentencia en el campo de la física es un hecho concreto, una ley justa de la naturaleza ya que toda consecuencia es proporcional a su causa. Sin embargo, en el terreno de la  aplicación de las leyes humanas esta justicia se desvanece, ya que las peores acciones humanas que se llevan a cabo regularmente son pagadas por quienes no les corresponde. Claro ejemplo de esto es la factura que la población del Valle del Mayo está pagando desde la llamada revolución verde, pago o abono que se formalizó desde que se le otorgo el cinturón de campeón del mundo como uno de los lugares con más personas enfermas de cáncer en el planeta.

 

¿Será acaso que la génesis de este problema sí tiene relación con la teoría de la occidentalitis a la que hacía referencia Cousteau? ¿Habrá una relación en esto con el  desplazamiento de los paradigmas autóctonos a través del despilfarro de la sangre y en todo ese aplastamiento de la cultura prehispánica que ya se conoce?

 

El choque cultural de Europa y América es uno de los elementos principales que contribuyeron a la llegada prematura de la estupidez social y de la precaria salud en la que vive nuestro estado, nuestro país.    Es verdad que las culturas nativas americanas también tenían sus defectos y sus listas de demonios, sus problemas y sus injusticias. Para poder construir sus grandes civilizaciones y sus majestuosas pirámides tuvieron que recurrir a la tala inmoderada de los bosques. Ya que de estos utilizaban la madera como combustible para hacer de la piedra caliza algo manejable, pues este material era indispensable en sus construcciones.

 

A pesar de esto, sus leyes y normas estaban más cerca de la realidad. Los mayas, yaquis, seris o mayos no tenían como meta establecer una empresa maderera, minera o cualquier otro tipo de industria para volverse ricos, ya que el concepto de riqueza era muy diferente al que hoy en día tenemos. Los antiguos nativos americanos veían la divinidad de la existencia en el aire, el agua, la tierra, el árbol, los animales, el cielo y en general en toda la naturaleza.

 

Esa vieja y sabia percepción de armonía hoy está cubierta por una espesa niebla de locura que nos ha llevado a una ceguera donde lo sagrado ya no se puede ver. En la era del billete los elementos básicos de la vida importan poco y en la mayoría de los casos no significan nada, pues al árbol lo hacen menos que leña todos los días y al agua, que es lo más cercano a lo divino, la han vuelto una simple herramienta envenenada para obtener oro.

 

Lo más grave de esta herencia occidental es la exacerbación de la patología de la avaricia en la cual esta fermentada nuestro país y posiblemente todo el mundo. Esta alteración de concepciones y establecimiento de estas dinámicas se han dado a la bestial tarea de desgarrar a pasos acelerados a las comunidades humanas, a los ecosistemas y a todas las antiguas costumbres de respeto a la naturaleza.

 

Sin preámbulo ni conciencia alguna se despidieron a los dioses de la tierra, el sol y el agua, y como consecuencia se dio por imposición y conquista ideológica la bienvenida a los nuevos dioses: ¡El oro y la supremacía del objeto!

 

El culto hacia estas enajenadas formas de existir, poseer y adquirir poder a como dé lugar está a la orden del día. Aunque pareciera ser que se han creado muchos caminos o una gran diversidad de estrategias para vivir, lo cierto es que han construido solo una ruta, esa que lleva al fortalecimiento de querer mutilarlo todo. Ese destrozo de personas y naturaleza que va más allá de cualquier categoría psiquiátrica se ha encargado de aumentar las innumerables páginas de los abusos sociales en la historia de México y de nuestro estado.

 

Ejemplo abominable de esto es el hábito de asesinar a los jóvenes que sueñan con justicia y libertad. El hecho de que una nación entera sea testigo de que en el país en que viven se pueden matar a cuarenta y tres jóvenes estudiantes como si fueran mosquitos nos mantiene rumiando en una filosofía de irracionalidad, insensibilidad y en una podrida pasividad.

 

Es más importante que todo, incluso que la vida misma el ropaje de los espíritus de la perdición de la avaricia de ganar, ganar. Este hechizo estúpido que obliga a obtener recursos monetarios para poder existir de esta manera se encarga de homogenizar el pensamiento y el sentir, porque de no ser así, la sentencia es una muerte prematura. Esta es la paradójica o neurótica filosofía a la que esta aferrada y atascada nuestra sociedad. La posibilidad de la existencia humana fuera de este paradigma de compra y venta de las almas se percibe como algo imposible, este es el problema principal al que hoy nos enfrentamos.

 

A diferencia del México revolucionario de principios del siglo veinte, en este tiempo la guerra no es de insurgentes contra federales, ni de balas, ni del uso de machetes. Hoy la lucha es en contra de estos comandos pragmáticos que han inoculado en el colectivo nacional. El reto es vencer estas viejas creencias e ideas que se encuentran añejadas en los tuétanos. Aunque por momentos pareciera que todos nos mecemos en la misma hamaca y que hablamos el mismo idioma, el yugo de los aparatos de control de nuestra sociedad nos llevan recurrentemente al desemboque de la desesperanza patológica. Quizás es por esto que lo que impera es una postura a la Robespierre: porque no hago nada, me mantengo pasivo porque no soy nada; pero en el futuro, la proyección del tiempo llevará a cabo lo que yo no puedo hacer.

 

Según Samuel Ramos en su obra clásica El perfil de México y su cultura, hasta ahora los mexicanos lo único que han aprendido es a morir. La postura freudiana que sentencia que la infancia es destino y la de los conductistas que piensan que las circunstancias de los individuos establecen y determinan la realidad, contribuyen a que estos estados de somnolencia dictadora sigan vigentes. Porque a pesar de que estos factores sociales y la historia de los individuos influyan demasiado en sus vidas un cambio de paradigma siempre será posible.

 

No hay que olvidar esa vieja y sabia premisa educativa: es el hombre quien transforma las circunstancias y el educador mismo siempre necesitara educarse. Si el aparato de educación realmente pudiera ayudar a los niños a mantener viva su imaginación y potencializara libremente su capacidad de crear y pensar, este país en veinte años podría tener un cambio auténtico sin necesidad del uso de las armas.

 

Aunque vivamos en una dictadura vestida con minifalda de democracia que tiende a exacerbar más y más la prostitución del esfuerzo para producir y consumir más y más. Y aunque estemos atados a una superestructura inundada de patologías que hacen que sociedad e individuos sufran hasta con su existencia y que esta continúe propiciando que se dé el comportamiento de enjambre y se acepten como normales las desgracias que vivimos, un cambio en las formas de vivir de nuestra especie siempre será posible.

 

¿Será hora de echar a la basura todo este legado inhumano que nos ha enseñado a vivir en la creencia de que hay que tener para ser? Hoy este viejo e injusto aparato de premios y castigos que controla a las mayorías aun se vale de la dificultad e incapacidad de percibir la diferencia entre las personas y los objetos. Por tanto, es obligación de todos cambiar lo más pronto posible estas instancias embaucadoras y estas personas con problemas psiquiátricos que siguen estableciendo los tabuladores del bien y el mal, la aplicación de las leyes y las reglas que nos dicen cómo vivir.

 

Es tiempo de despedir este imperio, este paradigma que considera a las personas normales o sanas sólo cuando el comportamiento e ideas de éstas se apegan a la contribución de sus intereses y a la inmovilidad del espíritu humano.

 

Mientras las secretarías de salud, educación, gobierno y la industria sigan otorgando licencias de buen ciudadano bajo estas premisas y continúen suministrando estrategias para que la población no sueñe, piense, sienta y actué en pro de la vida, nuestra esperanza seguirá en letargo. Como ya lo dijo el maestro Fromm: hay que recordar que la esperanza consiste en la acción y que nada tiene que ver con la espera o la pasividad.

 

Ayudemos a los niños a que no les asesinen sus almas, invitémoslos a que sigan soñando, a que sigan pensando, creando y sintiendo. Juguemos con ellos a limpiar los ríos, a plantar árboles, a cuidar la tierra y el cielo, a ser justos y a saber que el otro y los otros también existen.

 

Porque son los niños quienes pueden salvar los ríos, quienes pueden socorrer a esta tierra, a este estado y a este país con toda su gente, sin quitarles ni una gota de su sangre.

 

Por Francisco Escalante Tellez

Sobre el autor

Francisco Escalante Téllez es psicólogo y narrador. Originario de Huatabampo (1976) con residencia en Hermosillo desde 1998. Terapias: franescalantte@gmail.com

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4 comentarios

    1. Es bueno tener miedo porque este nos permite sobrevivir. Sin embargo, cuando nuestro miedo se suma a todas los elementos concretos e imaginarios que lo causan este nos lleva prematuramente a la enfermedad y/o la muerte. Solo enfrentándolos, tomando conciencia y siendo objetivos podemos enterarnos que los miedos invencibles no existen!.

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