En la mañana de un sábado cualquiera del mes pasado estaba yo a gusto y contento con mi familia desayunándome unos huevos estrellados bañados en salsa casera, acompañados de unos frijolazos y varias tortillas de harina cuando de pronto mi mujer, la Osiris, me propone invitar a los amigos, comprar un poco de carne para asar y unas cervezas. No terminaba de expresar su propuesta cuando yo ya me encontraba escribiendo mensajes en el whatsapp y poniéndome de acuerdo con la raza.

 

A eso de las tres de la tarde nos fuimos a la carnicería y compramos dos kilos de carne para asar, tortillas de harina, aguacate, cebollitas, todo lo necesario para la salsa bandera, para una salsa tatemada, unos chiles verdes para unas rajas, salchichas coloradas para acompañar y dos sacos de carbón. Después de asegurar el sonorensísimo alimento, nos dispusimos rumbo al Oxxo más cercano para comprar un poco de cerveza (diez cahuamones blancos del águila negra). Afortunadamente estábamos comprando esa delicia de bebida en un expendio perdón Oxxo sonorense, por que han de saber ustedes que en ningún otro lado de la república te regalan el hielo pa’ la cheve.

 

Nos retiramos hartos de contento y nos dirigimos a la casa. Alrededor de las cuatro de la tarde empezaron a llegar los amigos, y entonces, como marca la tradición, los hombres nos dispusimos a preparar el carbón, lavamos la parrilla, picamos la salsa, hicimos el mejor guacamole de las villas y pusimos a requete reenfriar las cahuamas.

 

En la casa, pecado mortal para cualquier sonorense, carecemos de asador respetable. Para llenar el vacío que esto genera tenemos que improvisar uno con un par de blocks de concreto. El carbón se coloca directo en el piso del porche de la casa.  Al final el carbón estuvo prendido no más tarde de las 5:00 pm. La velada estuvo acompañada de música norteña: Los Cadetes, Los Invasores, Lalo Mora; de cumbias: El Apache, La Conce, La Brissa; hasta una que otra buchonada: Lo siento, a esos no los conozco.

 

Asar carne es todo un ritual por estos rumbos. El que prende el carbón y asa la carne es definitivamente el macho alfa, espalda plateada, etc, etc.

 

Resultó todo un éxito el convivio. Nos dormimos aproximadamente a las cinco de la mañana. Hubo pláticas trascendentales, abrazos de hermanos, risas y anécdotas de la adolescencia.

 

Al día siguiente, como era de esperarse, la casa era un desmadre: trastes sucios, comida regada, bolsas de Sabritas vacías tiradas por ahí. Eran como las dos de la tarde cuando despertamos y nos dispusimos a limpiar. Recogimos la mesa, lavamos los trastes, tiramos la basura. Sólo faltaba una cosa: recoger los restos del carbón.

 

Cualquier hijo de vecino que haya hecho una carne asada en su casa, en el terreno en San Pedro, en casa de un amigo, o donde a usted le dé la chingada gana, sabe perfectamente que las brasas del carbón de la noche anterior siguen al rojo vivo bajo las cenizas por horas y horas. Se les tiene que echar agua para apagarlas. Esto provoca que se levante una nube de vapor de agua con cenizas calientes por el aire que, si respiras, te quema la garganta. ¿Qué pasaría si intentáramos meter esas cenizas con brazas calientes en bolsas negras de plástico regulares? Lo lógico es que la bolsa negra se quemaría, no resistiría. Parece una estupidez, pero no lo es.

 

Verán, regresemos a la «verdad histórica» por un momento. Según un relato oficial de los hechos, los 43 fueron levantados por la policía municipal de Iguala y Cocula, y después entregados a los Guerreros Unidos, quienes se los llevaron al basurero de Cocula alrededor de las once de la noche para matarlos y quemarlos en una gran pira humana alcanzando temperaturas tales que logró desintegrar hasta el último vestigio recuperable de ADN, como en los crematorios. A la mañana siguiente, a eso de las 6 am, después de no más de seis o siete horas, recogieron las sobras de la pira echando las cenizas en bolsas de plástico, de las negras, grandes, para luego arrojar dichas bolsas al Río Cocula,  donde algunas de éstas fueron recuperadas por buzos de la PGR. Ahí había restos  humanos que fueron enviados a la Universidad de Innsbruck para su análisis.

 

Bueno, yo no soy ningún experto en fuego, ni biólogo, ni perito certificado, ni experto independiente, ni argentino, ni nada de eso, pero he hecho muchas carnes asadas y sé perfectamente que el saquito de carbón puede durar prendido hasta 24 horas seguidas. Ahora imagínese usted un fuego gigante, alimentado por llantas, madera, basura, y 43 CUERPOS HUMANOS. Se supone que debemos creer que, después de arder no más de ocho horas, todo se consumió hasta su casi desaparición y además, el fuego se apagó totalmente, porque cabe recordar que en las declaraciones del expediente no se menciona en ningún momento que los delincuentes de Guerreros Unidos hayan intentado apagar las brasas ni nada parecido, tanto así que fue posible meter en bolsas las cenizas.

 

Algunos dirán que es un argumento fácil, falaz y estúpido, pero en un acontecimiento del tamaño de la desaparición de 43 seres humanos y el impacto mundial que éste causó, creo yo que hasta el argumento más pendejo debe ser puesto sobre la mesa, analizado e investigado por todos sus lados. Claro, este es sólo una más de todas las inconsistencias señaladas por los peritos argentinos y por  los expertos independientes.  Pero ésta la pasaron todos por alto. Las ventajas de ser sonorense.

 

Por Jano Valenzuela Landeros

Fotografía de Benjamín Alonso Rascón

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Sobre el autor

Jano Valenzuela es un sociólogo marxista con estudios de maestría en Ciencias Políticas y Sociales en la UNAM. Actualmente es maestro de inglés en una primaria pública en Hermosillo y es un activista comprometido con la vida.

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2 comentarios

  1. Chido hermano, la neta muy buena anecdota, me la imagine perfectamente, es una buena comparación, no se mucho del tema la verdad, pero me gusto la nota, saludos camarada.

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