La nueva entrega de Juan Ramón Sevilla para Crónica Sonora, la cual se honra por partida doble al presentar tres imágenes brutalmente inéditas del fotógrafo don Jorge Flores
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Joto. Puto. Maricón. Son tan sólo de los epítetos a los cuales te puedes hacer acreedor en Sonora por tener preferencias sexuales distintas. Desde siempre he escuchado comentarios que denostan a las personas que son distintas, pero aquellas que son blanco de los agravios más primitivos suelen ser los gays, lesbianas, transexuales y en general la comunidad LGBTI. Por desgracia, en ocasiones -más de lo que se piensa- estos agravios primitivos llegan a convertirse en ataques físicos.

 

México es un país tradicionalmente intolerante. Xenófobo en sus albores y ahora sumamente misógino y particularmente homofóbico. Y hablando exclusivamente de Sonora, la intolerancia por preferencias sexuales distintas es terriblemente profunda. Dicha homofobia nace en el hogar: los padres siembran en sus hijos la animadversión a lo distinto, esa animadversión se incuba cobijada por la ignorancia generalizada sobre cómo se desarrolla la orientación sexual en lo seres humanos y finalmente se alimenta del rechazo clerical.

 

Porque sí,  la opinión condensada sobre la homosexualidad está tejida por el catolicismo. Y no es novedad, lo sabemos todos muy bien, para la iglesia católica la homosexualidad es un pecado mortal que ella busca combatir, erradicar o en su defecto deslegitimar. Y el homosexual, en consecuencia, es un ser que carece de todas las virtudes y valores morales y éticos que la iglesia –sólo en discursos- suele presumir, y a su vez acumula en él todos los antivalores que dice busca suprimir.

 

En el 2010, el CONAPRED (Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación) con base a su programa ENADIS (Encuesta Nacional sobre la Discriminación en México) publicó un informe estadístico sobre la discriminación en México, magistral por lo que plantea pero doloroso por lo que revela. En el país, 7 de cada 10 personas piensan que la preferencia sexual divide en mayor o menor medida a la sociedad; 1 de cada 2 personas argumentan que no permitirían vivir a una persona de preferencias sexuales distintas en su hogar;  3 de cada 10 piensan que las personas deberían de cambiar sus preferencias y 1 de cada 5 no tienen problemas con ellas, siempre y cuando las oculten.

 

Si ponemos la vara de medición al ras del suelo, en la región a la que pertenece el estado de Sonora por fortuna la brecha se cierra, pero no es suficiente. Aún hoy, 3 de cada 10 no compartirían el mismo techo con un homosexual; 2 de cada 5 dicen que sus argumentos justifican su rechazo a los homosexuales; pero por fortuna 9 de cada 10 acepta que a los homosexuales no se les reconocen sus derechos.

 

Falta mucho. Y no, de nada sirve la evidencia científica que sostiene que la homosexualidad no es un aspecto caracterológico o una deficiencia sociológica. De igual forma no sirve que en 1974, la Asociación Psiquiátrica Americana eliminó la homosexualidad de la lista de enfermedades de su Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales. Tampoco sirve que en 1990 la Organización Mundial de la Salud eliminó la homosexualidad de su Clasificación Internacional de Enfermedades. No sirve porque a pesar de todo persiste, anacrónicamente, el prejuicio cultural arraigado por el adoctrinamiento popular de las instituciones que dicen preservar la moral y las buenas costumbres.

 

Es evidente que la tolerancia crece en proporción directa a la educación, y esta educación se asimila con mayor facilidad en las ciudades donde, hombro a hombro, suelen convivir elementos de una sociedad cada vez más multicultural, pluriétnica y socioeconómicamente heterogénea.  Sonora carece de esos archipiélagos urbanos profundamente tolerantes y los que hay -Hermosillo y Cd Obregón- distan mucho para convertirse en esos espacios de aceptación. En cambio, abundan los océanos de pequeñas ciudades, pueblos, localidades rurales que son las que suelen discriminar con mayor dureza.

 

Esto en cuestión de aceptación y tolerancia, pero, ¿y en materia del matrimonio igualitario? ¿y en cuánto a las adopciones por parte de parejas homosexuales?

 

La SCJN (Suprema Corte de Justicia de la Nación) afianzó la postura que estableció hace poco menos de un año: el matrimonio es un contrato igualitario, con indiferencia del sexo de las personas contrayentes, por lo que también se pueden casar dos hombres o dos mujeres. En su tesis 43/2015, publicada en el Semanario Judicial el 19 de junio de 2015, la SCJN establece que la finalidad del matrimonio es la “protección de la familia como realidad social” y no la procreación.

 

Hace unos días, en el marco del Día Nacional de la Lucha Contra la Homofobia, el pasado 17 de mayo del presente año, el presidente anunció una iniciativa para modificar el artículo 4 de la Constitución e incorporar el reconocimiento al derecho del matrimonio igualitario; además estableció igualdad de condiciones respecto a las personas heterosexuales para adoptar.

 

Los ataques no se hicieron esperar. La Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) señaló en un comunicado que “no existe ningún fundamento para asimilar o establecer analogías, ni siquiera remotas, entre las uniones homosexuales y el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia». La Unión Nacional de Padres de Familia (UNPF) calificó la propuesta como “una imposición de ideología, más que como un derecho humano”, mientras que el Consejo Mexicano de la Familia señaló que la iniciativa de Peña Nieto apoyada por su partido político lo posicionan en una situación anti-familia que violenta la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

 

Y sí, la postura de estos y tantos grupos son muy duras pero las cifras son aún más dolorosas, tal y como lo revela en sus informes CONAPRED: en el estado, 2 de cada 5 personas consideran tener razones justificables para oponerse al matrimonio igualitario; 4 de cada 5 personas están en total desacuerdo de que dos hombres homosexuales adopten; 7 de 10 personas están en total desacuerdo de que dos mujeres homosexuales también lo hagan.

 

Las justificaciones para el rechazo son siempre las misma: “Se atenta contra el designo de Dios”, “Es un ataque a la moral de la familia”, “Los homosexuales están cargados de deseo sexual y podrían violar a los niños”, “Distorsionarían la identidad sexual de los infantes en desarrollo”.

 

Ante la preocupación de lo que podría generar la homosexualidad en la familia hay que recordar que cientos de miles de familias, construidas por matrimonios heterosexuales, tienen dinámicas de abusos y atrocidades. Si se sabe que es indispensable un ambiente de respeto, amor y cuidado para que los seres humanos crezcan bien, lo que habría que procurarse es evitar las prácticas negativas -desde descuidos hasta abusos- de cualquier tipo de familia y no desacreditar la necesidad y el deseo que todos tenemos como humanos por amor, por seguridad y por formar una familia.

 

Pero no hay de qué preocuparse, el proceso ha comenzado y una vez así es difícil que se detenga. Más tarde o más temprano tendrá que llegar la tolerancia a un punto de inflexión en que si no lo vemos bien no quedará otro remedio que aceptarlo.

 

Dirían algunos por allí: “Es muy pronto para aceptarlo, todo es un proceso y lleva tiempo que la sociedad cambie, quizá en algunos años más”. Yo les diría: Todo proceso desde químico hasta biológico tiene catalizadores, que tiene la función de acelerar o retardar cualquier proceso. Nuestra opinión, nuestra postura, nuestras acciones tienen que ser aquellos catalizadores que ayuden a sacudir conciencias, generar cambios positivos, acercarnos a la igualdad, la equidad, la inclusión y al destino imaginado. No tengo tiempo para esperar que su sociedad cambie, si no les gusta lo que viene, cambien ustedes.

 

Por Juan Ramón Sevilla Quiróz

En portada, dos chicas que el fotógrafo supo conquistar con su lente. Fotografía de Jorge Flores

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Sobre el autor

Autopresentación: 26 años. Arquitecto de profesión y maestro por convicción. Loco. Paranoico. En estado permanente de profunda ansiedad y desgarradora nostalgia. Siempre tengo un sueño. Me llaman Mr. Intenso.

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