Para mi querida Martha, mi abue.

 

Siempre risueña, con una risa que cautiva hasta el más lejano escondrijo, logra emocionarme aunque muy en el fondo sé que todo es falsedad. Sus dientes de mármol, labios de químicos florales, ojos de cristal… todo es una cruel mentira y ya no existe.

 

No existe la indiferencia ante las multitudes y el amor apático que me hace conocer mi existencia. Ahora sólo queda el resquicio de su último aliento, de sus últimos días maldecidos por la suciedad de la sala que albergó y enterró la tantita cordura que le quedaba.

 

Sobre un trozo de metal mal recubierto con talladuras de plástico, acompañado de flores, luces, llantos y una multitud de cuerpos calientes, yace el cuerpo de una anciana mantenida tan sólo en la mente de cuanto quisiera acudir al recinto.

 

Se escucha una canción, la gente se congrega para despedir el cuerpo inerte de la mujer que en su momento fue un alma activa, dispuesta a ayudar a cualquiera, aun cuando no tuviese las fuerzas necesarias para seguir en pie.

 

Los familiares más cercanos rompen en lágrimas, intentando pronunciar la letra de la canción. Sólo logran emitir sonidos indescifrables. Acuden “amigos cercanos” dizque para brindar consuelo a las almas abatidas, tal vez pensando en el día en que acabe el momento de la muerte para poder volver a sus vidas monótonas, en las que la amistad parece una simple ilusión.

 

Todos los días me atormentan las imágenes coloridas de su rostro, artificialmente creado para simular un rastro de vida. Nunca había estado tan arreglada. “Qué hermosa mi viejecita”, susurran para sí mi tía y mi madre en forma de consuelo. Pero no puedo apartar la idea de mi mente de que algo tan perfecto no puede existir. Las líneas, los rasgos, las superficies, no pueden estar matemáticamente acordes con la piel de un ser mortal.

 

Cada vez que veo a una persona maquillada de forma tan intensa mis adentros se estrujan con ansiedad, siento que me desvanezco en el abismo de la muerte. Mis partículas se esparcen en busca de un rincón flotante apartado de las masas grises que dicen tener nombres. Mis ojos siguen a esa persona muerta, pero sostenida en vida de forma artificial. Parecen no ser controlados. Van buscando matices hasta encontrar un rojo intenso que pide a gritos ser cubierto en una milésima de segundo por la capa de carne que poseen en su exterior.

 

Parpadeo. Ya no hay nadie, sólo existe en mi mente.

 

Por Yahaira Yazmín Delgado Silva

Fotografía de J. J. Olivares

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Sobre el autor

Yahaira Jazmín Delgado Silva nació el 23 de Febrero de 1997 en Hermosillo. Es egresada del Colegio de Bachilleres "Reforma" y recién ha empezado a estudiar Literaturas Hispánicas en la Universidad de Sonora. Le gusta la fotografía y siente una gran fascinación por los pequeños detalles porque no lo son.

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