Si María Zambrano, filósofa española, hubiera podido quedarse en Europa sería una figura de la filosofía universal. Si exiliada en México hubiera elegido quedarse en la Ciudad de México sería una figura nacional. Pero en vez de eso vivió y trabajó en Guadalajara y el reconocimiento a sus ideas y su figura ha demorado y demorará muchos años.

 

Y es que en este sistema-mundo que parece tan interconectado y tan plano, el lugar y la lengua desde donde se enuncian las ideas sigue siendo importante. No es lo mismo el New York Times que El País, La Jornada o Crónica Sonora. No es lo mismo vivir y trabajar en Hong Kong o Londres que en Ouagadougu o Hermosillo.

 

Estoy seguro que Emiliana de Zubeldía sabía eso, o lo intuía, pero decidió quedarse en Hermosillo y trabajar desde la Universidad de Sonora en vez de regresar a París, Nueva York o la Ciudad de México, ciudades que conoció bien.

 

Escuchando los Once Tientos para piano solo interpretados por el maestro Pedro Vega uno se da cuenta de que la mujer que compuso esas piezas tenía no sólo una educación musical, sino que albergaba un mundo interior y la capacidad de pasarlo a la partitura. Las melodías surgen de manera casi natural, fáciles, pastoriles, felices y luego de manera inesperada se vuelven oscuras, disonantes, modernas en el peor sentido de la palabra.

 

La interpretación de Pedro Vega saca sonidos al piano que recrean las profundidades; nos hablan de esa pérdida de la inocencia que fue la mitad del siglo XX con la guerra, las dictaduras y las promesas de la tecnología y la amenaza ominosamente constante de la guerra fría.

 

Sarahí Salgado cantó en la primera parte del programa las Seis Melodías Populares Españolas, piezas alegres tan sólo en apariencia. Ricas en melodías y giros de la música tradicional que cierra con un zortziko, canción típica vasca.

 

A pesar de la distancia Emiliana de Zubeldía logró estrenar una sinfonía con la Orquesta Sinfónica Nacional, realizar conciertos como pianista en la Ciudad de México y llevar músicos a Hermosillo en una intensa labor de promoción cultural en lo que para entonces ya era su tierra adoptiva.

 

Después del intermedio Pedro Vega en el piano y Vilen Grabrielyan en el violín tocaron el segundo tiempo de la Sonata para Viola y Piano y Morceaux, pieza para viola y piano en transcripción para violín.

 

Sarahí Salgado regresó para cantar las Cuatro Canciones con letra de Ana de Mairena y la noche concluyó con la Sonata en Tres Estancias, compuesta, cómo no, de acuerdo a la Teoría de Novaro.

 

La música de Emiliana de Zubeldía sigue sonando no sólo moderna sino vigente y requerirá más esfuerzos como este concierto para mantenerla viva.

 

Afuera a unos metros Guillermo Briseño y su coro de sirenas del lago de Pátzcuaro cantaban la ausencia de los 43, denunciaba la complicidad de los medios y nos contaba sus penas amorosas a ritmo de blues.

 

Arriba en la Casa de la Cultura, Mardonio Carballo y XXX hacían una sesión de performance medio electrónico medio beatnik con los textos en náhuatl y en español del libro Xolo de Mardonio Carballo.

 

Y si la ópera y los Beatles nos enseñaron a apreciar música y poesía en lenguas que no entendemos, hacer este ejercicio con la lengua indígena más hablada en el país sigue siendo un acto de resistencia. Hay más de quinientos años de poesía en lengua náhuatl, incluso Sor Juana escribió unos villancicos en náhuatl y como toda lengua viva sigue produciendo discursos que en una sociedad tan profundamente racista y clasista como la mexicana siguen siendo discursos de resistencia aunque hablen de amores pasados, de la lluvia, las mariposas, la pérdida y la muerte.

 

Hispanizar, castellanizar a los indios no fue una política de generosidad sino de control. Las lenguas permiten generar espacios y realidades autónomas que se alejan de la dominación, de la disponibilidad absoluta que busca el poder.

 

Y estamos al igual que en el siglo XVI, el Siglo de Oro pero también el siglo de la debacle cultural y demográfica de las poblaciones de estas tierras. Y autores como Mardonio Carballo, como el grupo comcaac Hamac Cazim que se presentó en la Alameda al iniciar este festival, resisten aprovechando las nuevas formas y los recursos de la tecnología para hacer cosas nuevas que hablen de las verdades de siempre en la lengua de todos los días, en la lengua propia.

 

Y si bien hay quien se incomoda y se desazona, no falta quien lo disfrute, como la oportunidad de placer que es todo contacto humano, toda obra de arte verdadero. Incluso, o sobre todo, las que nos obligan a cuestionarnos, a examinar nuestras experiencias y nuestros gustos (el gusto es siempre aprendido) para llegar a cosas nuevas, que premodernos o postapocalíticos somos amigos de lo tradicional y de lo nuevo, que son al fin lo mismo porque no hay novedad posible sin tradición previa. Sin reglas establecidas no hay ruptura posible.

 

Este año el programa del festival, fuera del Palacio Municipal al menos, abunda en oferta de música indígena con propuestas que revaloran, reexploran riquezas tradicionales como la Pirekua Purépecha a ritmo de ska o reproducen sonidos ancestrales mayas con instrumentos tradicionales. Los márgenes se acercan al centro y la marginalización de los indios, las mujeres, los exiliados se tocan y establecen vasos comunicantes que se pueden ver si abres bien los ojos, los oídos, el corazón y las entendederas. Ya si abres dos o tres botellas tienes una fiesta, o varias, o un festival.

 

Texto y fotografías por René Córdova

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Sobre el autor

José René Córdova Rascón es Antropólogo Social por la ENAH, maestro en Salud Pública con especialidad en Políticas Públicas por la Universidad de Arizona en Tucsón, director de Espacios Expositivos, S.C. y curador externo de la nueva exposición permanente del Museo Comcaac (antes Museo de los Seris) en Bahía de Kino, Sonora. Contacto: rrenecordova@gmail.com

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