El 2 de octubre, rezan los creyentes, “no se olvida”. Han pasado ya casi cincuenta años de los vergonzosos hechos de la tarde y la noche de Tlatelolco. Sin embargo, esta vez la triste fecha llegó en domingo y tal vez por eso nadie se acordó.
Nadie, excepto Luis González de Alba.
Una pistola calibre 22 en una mano y en la otra la fotografía del “amor de su vida” (whatever that means) es el más trágico y espectacular final para un líder ciudadano –honesto y combativo, a carta cabal- , un columnista lúcido y por lo tanto políticamente incorrecto, un modesto novelista, un extraordinario cronista y un excelente divulgador científico.
Recuerdo perfectamente la tarde en la que González de Alba aceptó mi solicitud de amistad por Facebook. Para mí eso era suficiente. Sin embargo, al tiempo comencé a enviar mensajes por inbox, “a ver qué pasaba”. Por supuesto, nada ocurrió.
Un día, el ex líder del movimiento del 68 publicó su columna respondiendo a Elena Poniatowska por qué se había tardado 25 años para demandarla por los dislates escritos y publicados en La noche de Tlatelolco. “Porque fue necesario que te me derrumbaras”, fue su contestación. González de Alba estuvo de humor para permanecer en Facebook un buen rato comentando su declaración, cuando tuve la ocurrencia de entrar al inbox solo para preguntar la fecha exacta de la demanda, a fin de buscar un ejemplar previo de La noche… ya que ese libro lo he prestado tantas veces como las que he tenido que volver a adquirirlo.
Luis me atendió con amabilidad y me dio respuestas claras para que yo pudiera explorar las librerías de viejo, a ver si me encontraba con la crónica antes de ser corregida, debido a la demanda. Ya en confianza, después me volví una presencia discreta, aunque constante en su inbox. No siempre me respondía, pero cuando lo llegó a hacer yo me sentía en una mesa de debate de primera línea. Siempre se lo he de agradecer.
Después me atreví a preguntarle cuánto cobraba por una conferencia, por una charla o disertación. Anhelaba traerlo a Hermosillo, por el motivo que fuera, por el pretexto que sea. No era posible. Su vértigo le impedía treparse a un avión, aunque sí envió saludos a personas que recordaba de nuestra ciudad, de los días y los años del movimiento estudiantil.
Como en la canción de The Beatles, me dijo: Some are dead and some are livin’, in my life I’ve loved them all.
Luego insistí. ¿Qué tal una videoconferencia? “Yo no hago esas cosas”. Por supuesto, esa fue una rotunda negativa. Así que solo le agradecí su atención y le reiteré mi admiración y respeto.
En algunas otras ocasiones intercambiamos opiniones. Que si habría que investigar también, y sobre todas las cosas, a la Normal Rural de Ayotzinapa (a sus directores, maestros y alumnos, pues), que si era necesario firmar la petición para otorgarle la medalla Belisario Domínguez a Gonzalo Rivas Cámara, héroe y mártir por culpa de los normalistas, precisamente de Ayotzinapa, y que si era indispensable combatir desde nuestra civilidad al populismo y al mesianismo político, ya que, por desgracia, sigue siendo un peligro para México.
Su valentía me parecía gigantesca. Porque en México criticar a la venerable izquierda, a sus mitos y mitotes, es un sacrilegio, una herejía que equivale al ostracismo y a la defenestración. Pero a Luis González de Alba todo eso le valía.
En más de una ocasión, al leer sus columnas, llegué a pensar de él como una suerte de Pier Paolo Passolini: un personaje construido a base de beligerancia y libertad, levantado y echado pa’delante contra la Iglesia Católica, el Partido Comunista y los hipócritas en ambos lados de la balanza.
Ayer, al enterarme de su muerte, mi primera impresión fue de no querer creerlo. Segundos después, cuando Aguilar Camín es el primero en hacer público su suicidio, mi sorpresa creció. Estuve en silencio unos minutos. Después, comprendí. Sin justificar.
Acaso este fue el último acto. El gran final para una vida intensa, honesta, valiente, decidida. Un performance concebido para el gran público: mira que matarse el 2 de octubre. Reconozco el manifiesto, pero es imposible soslayar la depresión pasional, el derrumbe emocional, la verdadera tragedia en do mayor.
La misma desgracia que tiene al auditorio aplaudiendo y llorando a rabiar. Como en 8 ½, como en All that jazz. Solo existe un problema: este grandioso espectáculo solo puede ser ejecutado una vez.
Ya ni la chingas, Luis, ¿quién te crees? ¿Mishima?
Por Horacio Vidal
De Alba (izquierda) capturado la noche del 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco
Era alguien muy valiente Luis, sin lugar a dudas. Incorrecto, mucho, pero puso el dedo en la llaga de la sacra izquierda. Me dejo algunas dudas acerca de movimientos sociales y eso es lo mejor que un maestro puede dejar…al alumno cuestionandose la realidad. Así lo logro ese bato, por lo menos conmigo
Exacto. Su incómoda valentía, sus señalamientos y críticas hacia «la sacra izquierda» venían del sentido común. Un espíritu atormentado y sin duda melodramático. Descanse en paz. Su misa ha terminado.
excelente artículo, Horacio…un fregonazo Luis González…
A su manera siempre fue un detective salvaje. Como divulgador científico, cronista, analista y crítico político (sobretodo contra la sacra izquierda, que hoy 2 de octubre celebra su tradicional via crucis y misa de requiem); hace dos años que Luis González de Alba decidió quitarse la vida. Por su culpa 2 de octubre no se olvida.
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