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Parece probado que en la vida se triunfa gracias a tres factores: la salud, la inteligencia y el carácter, añadamos un cuarto factor; un poco de suerte.

Alfred Binet

 

Vale más suerte que dinero, dicen por ahí. Aunque esta historia contiene más elementos que una simple expresión de suerte. Iniciaba el tercer milenio y se tenía un fuerte sentido del destino, así como la profunda creencia de que fuerzas indulgentes e incontrolables actuaban a cada minuto y en cada rincón del planeta a nuestro favor. El ascenso y la aceptación significaban mucho con cada paso que se daba.

 

Hacía ya tiempo que dos bandas del género evolutivo punk denominado grind core venían repartiendo gritos a diestra y siniestra por todo Hermosillo. No había semana que no se rolara un flyer con anticipación por Messenger o que se dijera en la calle que el fin tocaban Stress y No Más No, ambos de estilo similar pero con proyecciones distintas y un mismo fin en común: expresarse frente a frente al Sistema Capitalista mediante sonidos guturales difíciles de entender para oídos de paladar retrógrado.

 

Yo siempre asistía a los ensayos y apoyaba  cobrando en los eventos, pero de ahí en fuera nunca fui parte activa de las bandas. Aunque siempre andaba pa´ arriba y pa´ abajo con ellos, jamás toqué un instrumento. Bueno, al menos no lo hice sonar. Siempre como buen espectador, simpatizante y amigo.

 

Y fue así que un día en una de esas reuniones entre ensayos y cervezas banqueteras se propuso salir del rancho. Recuerdo que todo empezó a armarse y me imaginaba qué sería salir de Hermosillo en plan de desmadre. El proyecto de un viaje en gira de estas bandas se veía cada vez más contundente; su idea era tocar en Sonora, Guadalajara y D.F., y de cada evento conseguir dinero para irse moviendo de estado en estado. Buen plan, pensé yo. Pronto sus ideas se metían en mi inconsciente, aunque yo sólo venía pensando en ir al primer evento.

 

Paralelo a ser parte de la banda y bajo otro contexto más aventurero, estaba la gente que le daba empuje a este movimiento musical, y quizás de contracultura. En aquel entonces unos amigos de Tijuana venían bajando de rol con rumbo pal D.F., ya con un plan anticipado. Algo que me llenaba de vida del estilo viajero punk era saber que a donde llegaras, siempre ibas a tener alguien que te brincara esquina. A mí siempre me ha gustado pisar con paso firme y como buen vago de vacaciones escolares me agarré unos trapos, mochila, sleeping bag y vámonos a seguir a las bandas y salir de la rutina.

 

Recuerdo que la primer tokada fuera se dio en Navojoa. Fue un evento que empezó en la tarde. Nosotros siempre tratábamos de avanzar un paso delante que las bandas, pues entre raite y raite más la suma del aspecto que no era de buen gusto entre la gente y menos la de sombrero, acostumbrados a su música norteña y donde para ellos hablar de banda eran nada más que tubas, tarola y bombo chunta chunta y taka taka, ya se imaginarán como se puso el evento.

 

Esa noche pensé regresarme a Hermosillo, pues yo nunca me había alejado tanto tiempo de mi casa; un amigo que cantaba en No Mas No me daba ánimos y me decía “amonos a la chinteguas, tú no te preocupes”. Y como uno de los lugares destino era mi natal Guadalajara, la cual tenía varios años sin visitar, mi corazón me arrastraba hacia la urbe tapatía sin medida y con una gran nostalgia.

 

Total, ya estaba ahí, que más da, sin miedo a morir dijo el alma y sacarrácate de espantos. Esa noche no agarramos camión, nuestra idea era irnos en raite pero no sin antes despacharnos de Navoyork con su respectivo pisting de despedida. Aquella noche el grupo de morros que organizó el evento nos dio chance de quedarnos con ellos y otro de los camaradas de Tijuana nos prometió ir a comer con unos parientes al día siguiente. Dicho lo anterior no había más que seguir en el instante, próximo destino: D.F. “Ciudad Monstruo”.

 

La mañana siguiente convivimos con gente del pueblo, humildes pero muy hospitalarios. Nada que un buen plato de frijoles y unas verduras del mercado, sumando el talón de varo que levantamos de la caridad de la gente, no ayudara a saltar de sede. Ese día se nos hizo tarde y tuvimos que salir al día siguiente de Navojoa, con entusiasmo, cruda y la intención de agarrar un raite.

 

Nos paramos en la carretera internacional, se detuvo un camión que nos cobró barato y nos dejó en Guadalajara, llegando compramos boletos a D.F., pero nos bajaron del camión por el aspecto para darle nuestro lugar a unos que se veían bonitos. Recuerdo que era un camión de esos de flecha amarilla que te dan desayuno, ni siquiera nos dejaron darle una mordida al sándwich que nos dieron como cortesía; supongo que fue lo mejor que pudo suceder ya que después de que nos bajaron, fuera de esperar un par de horas, también nos bajaron el precio del boleto y nos volvieron a dar desayuno.

 

Llegamos al D.F. ya de tarde/noche, las bandas ya estaban en la ciudad, el evento sería cerca del Metro Oceanía: la diferencia era abismal comparado con Navojoa; estaba repleto de gente tanto afuera como adentro del local. Tan sólo bastó decir que veníamos con la banda y nos dejaron pasar; había un grupo de activistas que hacían comida para gente sin recursos, lo llamaban “comida no bombas”, ellos nos dieron comida y nosotros la “chela”. Esa noche, entre Coronas familiares, amigos y nuevos conocidos, terminamos vomitando en una esquina acompañados de varios lugareños.

 

Como buen norteño viviente (pues como dije, nací en Guadalajara), me quise dar lija al modo de por acá y me ganó la presión atmosférica que detonó en mi cabeza el par de cervezas al tiempo que se sirven por allá. A la mañana siguiente me pregunté cómo había llegado al lugar donde descansaba mi cuerpo y entre ronquidos y alarmas de la urbe capital, resonaba un silencio poco habitual, ese que te hace revisarte de pies a cabeza a ver si está uno entero, pausa y lo logré. Me quise meter a bañar, pero hacía mucho frío y sólo me cambié de interiores, aproveché el momento en que todos dormían y salí a fumarme un toque: fue como el despertador para todos los demás; mis ganas de irme a Guadalajara se hacían más y más grandes.  Ese día nos fuimos de regreso.

 

La sensación que viví después fue muy extraña porque esa mañana desperté en D.F. y en la noche ya estábamos en Guadalajara: el lugar estaba bien chingón, había unas vías de tren y atrás estaba una bodega; ahí se armó la tokada. Me acuerdo que caminamos unos pasos para llegar a una tiendita de metro y medio de ancho y por una rejilla como si fuera aguaje, nos vendían cerveza en bolsa y con popote, como si fuera soda Tip de naranja de las que tomábamos en la primaria, pero con grado de alcohol suficiente para curar la cruda y agarrar la fiesta de nuevo.

 

El evento, como les venía diciendo, fue en una bodeguita que tenía muchas pistas, rampas y cosas así tipo skatepark, las bandas tocaron, y entre abrazos y despedidas, la mini gira había llegado a su fin. Creo que las dos bandas se dieron a conocer y más que generar expectativa suburbana, el viaje fue para formar conexiones, lazos y nexos, pero sobre todo dejar muy en claro que Sonora representa una parte muy fuerte dentro de la cultura del país: en sí no sólo basta con saber que acá tenemos carne asada y mujeres bonitas, sino que también hay gente agradable que siempre te va a brindar una mano, como bien decía mi nana: “siempre hay que dar sin mirar a quién”

 

Esa noche la raza se repartió, nosotros nos fuimos a casa de uno de los conocidos de Guadalajara que tocaba en Fallas del Sistema, un grupo local que sonaba muy fuerte dentro del género nacional; allá seguimos la fiesta y al día siguiente comimos tortas ahogadas, paseamos por la perla y nos quedamos unos días en casa de nuestro buen amigo, todos los demás se fueron a sus hogares,  total, ya casi acababa el 2001.

 

Yo por mi parte me fui a D.F. Visité a mis parientes y ellos me regresaron a Hermosillo ya en el mes de enero. Después de todo, fue un fin de año que jamás olvidaré: me hice de buenos amigos, conocí otros tantos, me paseé por varias partes y esas memorias sólo las registré en mi mente y hoy se las comparto. Le doy las gracias a ese momento por haber sobrevivido, por haberme permitido conocer la desgracia, por permitirme ser lo que fui, ya que en aquel comienzo de siglo mi historia de vida cambió para siempre.

 

Todo esto me ha llevado a la conclusión de que el viajar, conocer gente, leer y escuchar música son, sin lugar a duda, una ventana que nos presenta un amplio espectro de la vida, de forma que abre tu mente hacia nuevas expectativas para vivir el mundo, idea que aun llevo presente en la actualidad y hasta el fin de mis días.

 

Por Enrique Cruz

Fotografías de Celene Escarlata

Una versión preliminar de este relato se presentó en Xunuta Capítulos de Sonora el 11 de marzo de 2016.

bandas
No más No y Stress

 

viaje 1

Sobre el autor

Enrique Cruz fue cofundador de la Cuarta Generación de parroquianos del Bar Pluma Blanca, en Hermosillo, cuando sus juveniles tendencias autodestructivas lo llevaron a refugiarse en ese antro de mala muerte. Hoy día es un adulto contemporáneo que usa espejuelos.

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