La música ha dejado de ser el pegamento que unía todo. A pesar de la calidad de las producciones actuales, es difícil encontrar un movimiento, un ritmo, un artista capaz de hacernos escuchar, compartir y hablar en común. Quizás la maravillosa facilidad con la que ahora descargamos los contenidos musicales y, por supuesto, la universalidad disponible, nos ha convertido en un auditorio masivo, pero individual. Somos lo que escuchamos, aunque ya no lo comunicamos de la misma manera.
Por eso, al recordarnos como era el mundo cuando las canciones y los géneros musicales al separarnos nos empalmaban, es inevitable respirar un sentimiento de nostalgia.
Sing Street, la más reciente película de John Carney, toca fibras sensibles y recupera el valor de las melodías ochenteras, ésas que ahora forman el catálogo auditivo de los adultos contemporáneos.
Las cintas de Carney no son musicales, pero aprovechan, nota a nota, la vocación que tienen las canciones para curar a sus protagonistas, y de paso, al público. Ya sea la historia de dos enamorados (Once, 2007), o el encuentro entre un productor decadente y la nueva promesa en el horizonte musical (Begin again, 2013) o bien, el relato de un joven adolescente que a golpe de talento enfrentará el divorcio de sus padres (Sing Street, 2016) la premisa es la misma: ¿puede una canción, puede la música, cambiarte la vida?
Y la respuesta es: sí. Sing Street tararea la historia de Cosmo (Ferdia Walsh-Peelo), quinceañero irlandés que decide formar una banda musical con dos propósitos: defenderse del bullying en su nueva escuela e impresionar a la chica de sus sueños, Raphina (una bellísima Lucy Boynton); influido por su hermano mayor (Jack Reynor), abrazará la cultura de los videos MTV de la época y entre Duran Duran, Depeche Mode y The Cure empieza la educación musical del jovencito en donde, claro, se adivina la sombra divina de David Bowie.
Sing Street no es una historia de amor, sino de complicidades. Confabulaciones, entre el hermano mayor y el joven que despierta a la música y a la vida; contubernios, entre todos los pubertos miembros de la banda; conjuras para escapar de una familia que está cayéndose a pedazos, en la más pura tradición de Francois Truffaut y Los cuatrocientos golpes (1959).
De Truffaut, Sing Street toma la identidad y la rebeldía del adolescente ante la autoridad y la figura paterna. No es gratuito el enfrentamiento entre nuestro héroe y el director de su escuela católica; acaso es posible reconocer ahí un guiño a The Wall (Alan Parker, 1982).
Sin embargo, esta película presenta cierta debilidad al abordar situaciones sociales que advertimos en pantalla y que, con todo cinismo o simpleza, evade. El filme está anclado en 1985. Margaret Thatcher gobernaba con mano de hierro y sus contradicciones políticas y económicas ya empezaban a dibujarse en el panorama del Reino Unido. La huelga de los mineros ocurre, precisamente, en ese año. Y cuando John Carney se topa con alguna de estas cosas decide tomar la ruta de la comedia o el drama intimista. Error.
Producciones como Billy Elliot (Stephen Daldry, 2000) o The Commitments (Alan Parker, 1991), no dudan en entrarle con todo a todo y eso es lo que les ha dado a estas cintas la dimensión referencial que Carney no se ha decidido a abordar.
No es posible hablar sobre un argumento cinematográfico en Irlanda y sacarle la vuelta a los problemas cotidianos que enfrentaba entonces la tierra de U-2, por más que se insinúe en Sing Street un pequeño homenaje al proceso de formación de la célebre agrupación musical de Bono y The Edge.
John Carney prefiere correr la línea de Melody (Waris Hussein, 1971) en vez de abordar cualquier impronta dejada por sus más recientes antecedentes. Ni modo. Así es el abarrote.
De cualquier manera, Sing Street es una película fresca, digna y bien realizada. Algunas de sus canciones originales – Drive it like you stole it, Up, Brown shoes o Go now – tienen los arrestos necesarios para ser consideradas en la próxima entrega de los Oscar. Y su soundtrack, con selecciones musicales del período dorado europeo de MTV, hará sonreir a más de dos.
Sing Street apuesta por la nostalgia, pero también por la música, por las canciones que pueden darnos identidad y defensa ante un mundo cada vez más grande y, por lo tanto, más pequeño.
La música ha dejado de ser el pegamento que unía todo. Pero hay algo que se mueve. El gusto por las canciones. Su influencia en nuestras vidas. La fascinación por nuestra lista personal.
Y eso nadie nos lo va a quitar.
Por Horacio Vidal
Sing Street. Director: John Carney. Canciones: John Carney y Adam Clark.
Fotografía: Yaron Orbach. Edición: Andrew Marcus. Con: Ferdia Walsh- Peelo, Lucy Boynton, Jack Reynor y Don Wycherley.
Se antoja verla y oírla 🙂