Cada año, Telmex (antes Teléfonos de México, ahora una subsidiaria de América Móvil, o sea Carlos Slim) ocupa el Zócalo de la ciudad de México para hacer una gran demostración del lugar que ocupa en el alma de la nación. La Aldea Digital recibe millones de visitantes, que de manera gratuita se exponen lo mismo a esculturas de Salvador Dalí o Leonora Carrington, que a concursos de cosplay patrocinados por Claro Video o a cursos express de mercadotecnia, 3D o los nuevos equipos que ofrece la compañía en sus planes más caros.
La entrada es gratis. Digo, no cobran en este lugar, seguro lo deducen de impuestos. Mientras espero en la fila para llegar a una estación donde tomarán mis datos personales y me pondrán una banda en la muñeca, una voz femenina en los altavoces aumenta la sensación de estar en una de esas películas distópicas de ciencia ficción donde la tecnología hace que todo salga mal y sólo el amor triunfa aunque los protagonistas mueran.
Antes de entrar un pasillo oscurecido busca generar suspenso, y da entrada a una sala de pantallas flotantes, donde como al Mago de Oz se le ven los hilos que las suspenden y el polvo que levantamos se magnifica en el haz de los proyectores.
Luego la gran sala, una copia en bronce de Laocoonte y sus hijos, y los certificados de récords Guinness colgados un poquito chuecos, como todo lo que hace Telmex, que es la mayor empresa de tecnología, con la mayor cobertura y los mayores precios, pero siempre tiene ese detallito que le falla capaz de hacer enfurecer de frustración al mismísimo Buda de la Compasión.
A pesar de que en esta ciudad la gente trata de ser amable, la aglomeración, el cansancio de esta tarde de domingo y las filas por todos lados hacen que las sonrisas sean pocas y forzadas, y las consignas repetitivas rebotan en visitantes absorbidos en su pantalla como borgianos protagonistas del Aleph.
Todo son pantallas, a la sombra de un superservidor que colocado en un templete con cuatro escaleras alimenta las ilusiones y los viajes de esta aldea, bastante ignorado por todos en su vitrina refrigerada, a la vista e invisible como el motor inmóvil de los teólogos neoplatónicos.
Vean ustedes a través de las fotos tomadas con mi Sony Xperia M4 Aqua -en plan a 24 meses- no las pantallas sino las realidades humanas, la alienación de este pueblo que cae por el agujero del conejo en presencia de la escultura en bronce de Alicia de Dalí o El Brujo de Carrington, atrapados como Laocoonte por la flexible y líquida posibilidad de la tecnología.
Texto y fotografía por René Córdova