Un hermoso y trágico relato de la pluma de Andrés Arredondo, flamante y colombiano estreno en CS

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Medellín, Colombia.-

Dos hombres muy jóvenes, de tan solo 19 años de edad, se acercan a la Secretaría de Inclusión social de Medellín a última hora de la tarde del viernes.
-¿Por qué llegan tan tarde?
-Venimos caminando desde muy lejos
-¿De donde?
-De Perú
-¿Cuándo salieron?
-Desde el primero de mayo
-Pero ¿Cómo lograron pasar las fronteras en medio de la pandemia?
-Venimos por los caminos verdes
Me llega un potente recuerdo de la canción de Rubén Blades mientras observo la mirada triste de mis dos hermanos de Venezuela que van de regreso a su país. Uno de ellos acusa una fuerte cojera por lo que le pregunto qué le sucedió.
Se alza la bota del pantalón y me muestra un segmento de la piel con una fuerte inflamación y enrojecimiento. “Yo soy tatuador y por no dejarme robar el morral con mis herramientas me pegaron ahí como con una varilla de metal”.
Vienen buscando refugio por unos días pues dicen que no aguantan más dormir en la calle, donde han recibido toda clase de agresiones. Para tomarles los datos personales y activar la ruta desde donde se les pueda brindar alguna ayuda se hacen algunas preguntas. Pensando en no pasar por un frío funcionario más, los miro y les pregunto por sus nombres.
-¿Cómo se llaman?
-Carlos
-Andrés
Dice uno después del otro casi al tiempo.
-Ah, ustedes combinados son como Carlos Andrés Pérez el expresidente, les digo intentando bromear. Una leve sonrisa se dibuja en esas caras pintadas de hollín y sol.
Como resultado del largo viaje, casi todo realizado a pie, han sido despojados de todas sus pertenencias: celulares, morrales, un reloj de pulso y una cadenita de la suerte, que era solo una baratija, pero que Carlos llevaba en el cuello como recuerdo de su mamá. Por ese motivo no tienen teléfono de contacto, ni alguna persona de referencia en Medellín.
-Sólo el teléfono de mi mamá en Venezuela, dice Andrés entre dientes.
El reto para brindarles una atención mínima es enorme, no solo por la cantidad inusitada de personas en la misma situación, sino porque su particular condición de migrantes los pone bajo unas circunstancias especiales de vulnerabilidad. Por fortuna el funcionario del 123 social que ayuda en la asignación de albergue es una persona comprometida y sensible que estuvo dispuesto a que ambos jóvenes se llevaran su número telefónico personal para que lo contacten y, en el mejor de los escenarios, brindarles algún apoyo temporal.
Es sábado en la noche y los chamos de ojos tristes aún no lo llaman.

Texto y fotografía por Andrés Arredondo

Sobre el autor

Antropólogo y activista medellinense

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