Desde Tijuana, un relato que por sí solo explica lo que tres tesis doctorales de economía -del COLEF o del COLSON- no podrán

[hr gap=»30″]

Tijuana, Baja California.-

Vamos a cerrar el año y entregamos la tienda. Ayer sólo vendimos 73 pesos y nos quedaron debiendo tres de unas Marías. Encima se me volvió a subir el muerto para insistir con el préstamo de la embotelladora.

Los clientes me veían desde la enrejada. Ahí observaron cómo me tensaba y abría y cerraba los párpados para pedirle al cielo que me reuniera con Mariela, pero preguntaron por mi salud hasta tener de vuelta el cambio. De sus dos coconas nosotros ganamos cinco pesos, hace varios años que atendemos desde la puerta, que sólo los días de sobre-ruedas y los fines de semana traen alguna ganancia, y me preguntaron si estaba bien hasta tener de vuelta el cambio.

Me duele tomar esta decisión, pero tengo que pensar en mis hijas, en mis nietos, que son todo lo que tengo. Hace unos días llegó un funcionario del SAT a cobrarme piso. Que si quería podían venir los del cártel, me advirtió. Estaba dentro porque se identificó como un servidor público, así que tuve que darle lo de dos días de trabajo. 

Mi salud tampoco es la de antes como para mostrar los dientes y competir con las tiendas de conveniencia y sus promociones, o enfrentar a las farmacias con carnicería y sus descuentos, y a la vez pagar estas extorsiones. Hoy ya no puedo despertarme sin hallarme encadenado a otra parálisis del sueño.

La primera vez que se me trepó esa enredadera ‘taba yo muy chavo, de apenas doce o trece. Aquella noche fue cuando descubrimos que Mauro tocaba a nuestras hermanastras más chicas. A Mauro lo mandaron de vuelta a Chilpancingo con el tío que había abusado de él -y de otros sobrinos- y volvimos a verlo muy poco. Siempre me sentí mal con Mauro, pues fui yo quien le delató. 

Desde entonces que se me sube el muerto. A mis 71 es muy fácil recordar porque la memoria casi se ha ido por completo. Por ejemplo, olvidé el nombre de las gemelitas, aunque sé que crecieron bien. A los años mi madrastra abandonó a mi papá por borracho y a mí me dejó en Tijuana con unos familiares de ella antes de cruzarse al Gabacho.

Casi todas las madrugadas despertaba tieso y sudando sales como los mares. Yo lo compensaba sacando el pecho. Descubrí un gimnasio de box en la Zona Norte, al que visitaba después del trabajo; llegaron a decir que ni el mismísimo Julio César me enfrentaría sin destrabarse. Infortunadamente, la familia de mi madrastra me echó luego de que mi bienhechor visitara el tugurio en el que yo estaba trabajando…  

Lo que trato de decir es que el oficio de abarrotero es muy celoso. Vas del changarro a la casa con una monotonía quimérica que incluye muchas horas en los supermercados. A lo largo de los años la vida se ve desde una ventana, pero al abrir la puerta principal la situación se reduce a la oferta y la demanda. Recuerdas navidad por lo gastado; la esperas con cariño por lo mismo. 

Entonces vives con el muerto encima. Te suda la frente, el aroma se vuelve todo azufre y sientes que puedes mover las manos, la memoria, el porvenir… aunque te quedas pasmado hasta despertar de nuevo. A mi padre también le pasaba, trabajaba cuidando los sembradíos que unos militares le quitaron y cedieron a la mafia en nombre suyo. Desde entonces no volvió a andar sobrio. 

A mí la mamá de mis hijas, el amor de mi vida, mi eterna Mariela, me pasó no sé qué tantos huevos de la cabeza a los pies, me llevó con muchas otras nigromantes e inició a nuestra hija mayor como comerciante, para que nosotros tomáramos dos vacaciones por año hasta que se nos fue, hace dieciséis años ya. 

—Esto es todo lo que haremos luego de cerrar la tienda, viejo: viajaremos.

—Pero si tus abarrotes no cerrarán nunca, los dejaremos en muy buenas manos —le prometía chacualeando amor. 

A veces pienso que le quitamos a Celeste su formación profesional, la familia y toda una vida distinta por ponerla a trabajar así antes de terminar la escuela. Tengo que ayudar a mi papá, les habrá dicho a ustedes. Ayudarle a ser insultada porque los refrigeradores no sirven o porque la cerveza viene quemada, que por qué todo está tan caro si en el mercado el paquetito de varios es muy barato, y a ser asaltada en tantas ocasiones que tuvimos que enrejar la entrada. 

En fin, la embotelladora nos ofrece 25 mil pesos, aunque necesitan las escrituras de la casa de mis hijas como garantía. Y con la tasa de interés tendríamos que aumentar los precios. La ironía es que sólo los pequeños de Sofía, la más chica de mis hijas, son los que insisten en conservar la tienda de su abuela.

Abarrotes Mariela, 52 años al servicio de la colonia Herrera y una familia de tres generaciones que logró sobrevivir gracias a ustedes, nuestros clientes, vecinos, amigos. 

Posdata:

Celeste iniciará a trabajar de cajera en la Distribuidora de Abarrotes y Carnes la próxima semana, así que comenzaremos a cerrar a las ocho, una hora antes de lo habitual. En enero yo voy a acompañarle como empacador, pues el medio siglo haciendo esto me ha asegurado el puesto.

Texto y fotografía por Eduardo Carrillo Vásquez

 

Sobre el autor

Infección cultural, reciprocidad y jijijí desde Tijuana

También te puede gustar:

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *