De plácemes: doble estreno en la figura de Salvador Alejandro y el pincel de Gloria Irene Armenta 🙂

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«El hombre no es otra cosa

sino lo que hace de sí mismo»

Jean Paul Sartre

La magra noria

Si tomamos por cierto el actual aspecto voraz del Mercado, sea esto como institución reguladora de los actos sociales o como paradigma de producción, podemos situarnos en un momento explícito de ambivalencias: vivimos para producir aquello que luego hemos de ocupar para vivir. Creamos elementos que hemos de vendernos a nosotros mismos. El juego antiguo de fundamentar la desigualdad. Y máxime si convenimos que el Mercado está en todas partes. Está en los espacios de recreación social, las tendencias culturales y los regímenes de la moda, los parámetros de lo corporalmente atractivo y los bazares ideológicos al estilo TED talks.

El Mercado se manifiesta en la numeralia del lleve tres y pague dos, aparte hoy y pague mañana. Es como el aire, sabemos que está ahí pero nunca lo hemos visto aunque sentimos su acción. El Mercado es a nosotros lo que la luz a la sombra; un ejercicio de partículas y contrastes. Sin embargo, esta omnipresencia exhibe su poder en sectores menos tangibles aunque igual de poderosos. El Mercado es un acto moral y ético que se manifiesta al desechar alimentos que no fueron vendidos en un mundo donde la mitad de la población no tiene acceso a la canasta básica. El Mercado demuestra su dominio cuando la ropa de aparador es descartada y gente vive desnuda más por condena que por asunto de extravagancia. Es tal su omnipresencia que el Mercado trastocará incluso aquello que pensamos autónomo: los valores. Puesto que el Mercado recarga su edificio en ideologismos de raigambre histórica, mismos que pretenden establecer un control de lo humano a través de la cultura dominante, religión, exégesis de amor al trabajo y composiciones ontológicas como ¨el hombre recto y soberano¨, este no puede ser entendido y cartografiado si lo desprendemos de lo que somos.

Una sociedad que apuesta por la sensibilidad hacia los animales y permanece intacta frente a los horrores de la guerra en Alepo o el tráfico de esclavos en Siria es una sociedad que se ha rendido frente a lo humano y busca su redención en el reino de lo animal. Hecho que al Mercado suele convenirle puesto que su radio efectivo de acción estriba en idear un imaginario que distorsiona la pobreza y la riqueza mórbida. Para el Mercado la suerte de los hombres consiste en una especie de mala fortuna, misma que puede ser remediada gracias al trabajo excesivo, la sobreproducción y la adhesión social del espectáculo. Por ello que la búsqueda de redención humana hoy tan activa no sea sino una especulación estacionaria que evita el problema ético global contemporáneo de la explotación. Esta fascinación por la dignidad animal escurre otro tipo de políticas porque un perro no va a legislar el hambre en África o la violencia en México, daños que son causados por la voracidad mercantil. Un perro va a ser el símbolo moderno de la fidelidad y lo incondicional, aspectos que el humano hace tiempo sólo encuentra en la cultura y no en sí mismo como actos esenciales de socialidad.

El Mercado es nuestros padres comprándonos juguetes bélicos, nosotros vendiéndonos en la entrevista de trabajo, mujeres que decoloran su cabello, hombres que trabajan su autoestima en el embellecimiento de vehículos, escuelas que premian la obediencia y persiguen los devaneos críticos. A pesar de todo esto, somos lo suficiente histriónicos para decir que el Mercado está allá afuera, como ajeno y cercano al mismo tiempo pero nunca constituyéndonos porque nos irrita pensar que no somos artífices de nuestra subjetividad. Cómo podría ser de otra manera si en este juego de monedas y alcancías somos billetes de extraña denominación. 

Fanon dijo alguna vez que existe una zona despoblada en el no-ser. Un espacio desde el cual se puede lograr un auténtico surgimiento. Ser negro es en sí un no-ser. No es blanco, por tanto no es libre, por tanto no es el centro de la belleza, del disfrute económico. El negro es criminal, por tanto no es inocente, por tanto hay que encarcelarlo y juzgarlo. Es decir, el negro en su ser es negatividad, por tanto es un no rotundo e implacable. Pero es ahí, en esa negatividad construida, desde donde se puede lanzar una acción afirmativa. En esto Fanon es existencialista como el que más. Decía Sartre: somos aquello que hacemos con lo que han hecho de nosotros. Si el Mercado es quien hace, a bien podemos preguntarnos: ¿qué hacer con lo que de nosotros han hecho? A juzgar por el clima actual de la opinión pública y la metralla ideológica, es mucho lo que podemos hacer. Por ejemplo, hacer como que tenemos razón incluso donde no. Caricaturizar al Otro. Si Lévinas viviera, su horror no alcanzaría adjetivos.

Existe una guerra silenciosa en el ruido de las publicaciones y los memes, las fantasías de la selfie y las historias con marcada fecha de caducidad, como suele ocurrirle a nuestra felicidad. El momento es vacuo y obtuso, ardiente y tenso, un momento que estimula la hoguera de la palabra frente a la lluvia de las culpas y los manoteos periodísticos porque en el reino de la imagen las confesiones surgen escritas. Como sucede con las acusaciones y los estímulos al odio. Para nosotros un día más, para los científicos de lo virtual, alimento a su tasa de ganancia por producción de datos que en Silicon Valley asumen a placer. Quiérase o no, y esto para el humanismo es noticia ardua, hemos devenido en bits. Ontología del like. Manutención de una pornografía emocional: estados como Estados del malestar.

Luego, cuando todo calla, cuando ya nada ocupa al morbo y la polémica, nos viene la muerte. Es, precisamente, este elemento pilar de las culturas donde podemos edificar la serie de cuestiones que nos atañe discutir en el presente amasijo de ideas. Una pregunta inicial sería: ¿por qué unas muertes importan más que otras? Marx acusaría al principio de clase. Yo no estaría enfadado ante ello. Sin embargo me sentiré más cómodo desde Fanon porque Fanon completa los trabajos de Marx en un área relevante: la identidad. Mientras que Marx asumió la identidad de forma unívoca, en bloques de clases, Fanon la asume en principios de constitución de subjetividad con la clase como rampa: el ser y el no-ser. Antes de Marx De las Casas lo hizo. Acaso el primer representante moderno de aquello que hoy anunciamos como Derechos humanos. De las Casas abogaba por el derecho a la libre religión, a la vida en comunidad, el derecho a la diferencia, a la no esclavitud.

En estos tiempos; decir que vivimos en una Colonia resulta arriesgado. Lejos están los días del rey y Maximiliano. Más lejos quedan aún los días de la segregación indígena… Espera un momento. Se acabaron las fantasías de exploradores que violaron a nuestras madres y hermanas como se acabó el ajetreo en el Atlántico. No más Clero como epicentro de la política y la vida pública. Aquí seguridad social, educación básica, matrimonio igualitario, educación por competencias. 

Aquí la Banca española aún intacta después de quinientos años, aquí lo blanco como elemento de sujeción racial, aquí lo indígena como satélite de la identidad y lo afromexicano como pregunta abierta que pocos quieren responder. Aquí Sam en propaganda perpetua. Aquí el catolicismo impostado, la moral del arte europeo, el cine del refrito y la garnacha literaria. Aquí una obesidad mórbida resultado de una chatarra cultural.  Aquí Colonia. Una bastarda. Aquí necrosis. En expansión. Una Colonia mental puesto que los movimientos emancipatorios en América Latina jamás apuntaron a una liberación epistemológica.

Fatua necrosis

El Mercado es un lenguaje. Ello si consensuamos el sentido clásico de aquello que la lingüística dominante entiende por lenguaje: sistema regulador de signos cuya misión estriba en simbolizar un mundo mediante un orden convenido de paradigmas significantes. Es lo que el Mercado hace, dotar de sentido objetos y prácticas que no lo tienen a priori. Las Bolsas alrededor del planeta son epicentros lingüísticos donde el dinero se conforma como un alfabeto mediando capaz de conjurar oraciones simples o complejas, mismas que están determinadas por el interés, mismo que podríamos posicionar como el sujeto portador de la oración. Para el interés del presente escrutinio crítico, nos interesa más el Mercado en su aspecto regulador de la muerte como acto proveedor de dignidades. Es decir, si enfrentamos a la muerte no tanto como el insondable acto de existencia que cesa, sino como una forma de control social,  podemos aproximarnos a la idea madre que nos ocupa. 

Suicidarse no es lo mismo que ser asesinado. Pero ambas formas radicales en la simbólica de lo humano comparten la intrínseca ruptura total de la vida. Si la muerte es un texto, y la interpretación social de la misma es un proceso hermenéutico, resulta ello en lo siguiente. Que morir es un acto público puesto que si bien fallecer es individual, su acogida es colectiva. Que el suicidio es, aún, el más espinoso elemento de la cultura. Que la muerte es un valor agregado, una suerte de examen final, puesto que la interpretación y valoración que se haga de la misma funge como documento de juicio. Es el examen ulterior de la existencia, encuesta que recauda percepciones, y del mismo modo, una práctica que desnuda actos de poder, sean estos morales, políticos, sociales o estéticos. 

¿Por qué Juan Gabriel, a pesar de su homosexualidad, fue despedido de la ruta vital en medio de homenajes y duelos honoríficos? ¿Que no el matrimonio homosexual rompe el orden heterocéntrico? ¿Que no se supone que los ídolos son heteronormados? ¿Por qué el asesinato de Selena la inmortalizó? ¿Por qué no ocurre lo mismo con las víctimas de sitios como Estado de México o Ciudad Juárez? ¿A qué se debe que el suicidio de Armando Vega Gil sea un panfleto de repudio en las esferas del género al tiempo que una improvisada elegía en el sector del arte popular? Por último, ¿qué negocios tiene un mexicano de clase media al espetar opiniones racistas al respecto del asesinato de Nipsey Hussle? Todos estos ejemplos, mismos que guardan distancias no sólo temporales, se desprenden de una inercia: muertes que removieron arenas de opinión. En el primer caso, el doble estándar de duelo mientras que el matrimonio entre el mismo sexo es deuda abierta. Para el segundo caso, baste convenir que la diva del Tex-Mex concreta el sentir aspiracional del romancero popular. O lo mismo: Selena es mi devoción sentimental. El tercer acto es quizá el más incómodo puesto que su momento y potencia cuestiona de manera imponente. El último elemento acaso soslaya una hipocresía racial que no escatima fronteras. Pero, ¿qué hace el Mercado aquí? Lo mismo que la Iglesia a la educación, el huachicol al bien patrio y los servicios de inteligencia a las soberanías nacionales. El Mercado dicta el cómo y el cuándo de la aceptación y el rechazo, de la liviandad y lo espeso, la noria y la necrosis.

El muerto no puede responder. Es un elemento pasivo, valga la obviedad, frente a estancias activas, que por evidente forma sostienen una innegable posición de superioridad. En las leyes del Mercado la dignidad humana sólo es posible como ciudadana de segunda clase en un mundo donde el imperativo del ser-tener eclipsa las argucias del ser-para. Esto en la medicina alópata encuentra una claridad bestial: la digna muerte, cuidados superiores al alcance de un bolsillo robusto o conformarse con la anorexia del servicio público. Pero, al margen de semejante tragedia occidental, ¿dónde ocurre la necrosis? De forma explícita en la valoración pública que hacemos de la muerte. De forma implícita en nuestra fobia al final. El suicidio de Armando Vega Gil es un acto político. Quizá el acto más radical en tiempos recientes. 

El suicida es una ruptura moral, social, de tiempo y de lógica. El suicidio es una confrontación al Mercado. No la más recomendada, pudieran decir lo moderados. Ello no diezmará la potencia del evento. Quien rompe el pacto vital de manera voluntaria de igual modo renuncia al acabado sistémico del cual se alimenta y nutre al mismo tiempo. Por ello las exploraciones psicológicas, espirituales y morales son simples entramados que no contemplan la inercia bastarda del juicio, tácito o explícito. El Mercado no tolera vernos decidir cuándo detener nuestro camino. Cuenta con nosotros. Nos necesita. De ahí que la muerte socialmente aceptable, romantizada, promovida sin cesar aquí y allá, es aquella que no resulta consecuencia de voluntades que se empoderan. El manto regulador del Mercado es tan radical que ha instaurado incluso un manual del bien morir, epílogo del bien vivir. Al Mercado no le sirven los cadáveres prematuros ya que está acostumbrado a servirlos una vez que extrajo lo más que pudo. El bazar de las ideologías contempla iracundo actos como el de Vega Gil porque en su radicalidad anuncian la posesión irrebatible de una libertad que para otros ni siquiera es posible vislumbrar. Ante la emergencia una pregunta nodal cabe aquí, ¿qué opciones existen para disminuir este tipo de actos? Los suicidas de Grecia, kamikazes, hombres-bomba, disparos en soledad, asfixias que persiguen un respiro, sobredosis, despedidas inusitadas, cuchillos al corazón, baños de gasolina, creatividades hirientes que son, de una forma u otra, testimonios desoladores en la sordera social del beneplácito y la juerga motivacional. 

La tentación es clara. La precocidad lo advierte: el suicidio como tercera causa de muerte. El devenir no alienta. Consumición del hecho. Un estado de necrosis evidencia un organismo vivo y muerto a la vez. La función de la necrosis es masticar lo que existe, empujar el festín de su lógica, no escatimar el percance futuro porque la necrosis es un asunto presente que testamenta un pasado irreparable. Es por esto que el suicidio es aún el momento más difícil de la cultura. Es un manotazo a las convenciones. El trabajador que renuncia sin previo aviso. La mujer que detiene el golpe. El negro que perdona al blanco. El pueblo que comienza a creer en sí mismo. Todos estos hálitos existenciales son destellos estéticos, lapsos de empoderamiento, explícitas prácticas de libertad puesto que, a la Sartre, el ser humano es libre y está condenado a ello. Si soy maltratado tengo la opción de no serlo. Si soy explotado tengo la opción de no serlo. Si tengo vida poseo la alternativa de suprimirla. En este sentido elegir es un vericueto moral y político puesto que cada elección tendrá un impacto directo o indirecto en el Otro, ese Otro que hace textos de mí. La necrosis está ahí, pero existe la opción de enfrentarla. El Mercado nos hace, pero…

Por Salvador Alejandro

Óleo de Gloria Irene Armenta

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Sobre el autor

Nogales. Hiphóplogo. salvadoralejandrocontacto@gmail.com

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