Los fanáticos de los años setenta dejaron mucho hijo dañado. ¿Pasará lo mismo con los enfermos de hoy? No lo creemos, son más hueseros que idealistas. Pero mejor leamos a Lenin Guerrero ??

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Hermosillo, Sonora.-

Cuando me invitó el Joel a escribir el texto de la contraportada, no les voy a mentir, me sentí halagado. Pero poco a poco me cayó el veinte de que estaba participando en un juego maquiavélico, que sólo a una mente maestra y perversa se le pudo haber ocurrido. 

Un libro que lleva Trotsky en su título y una sinopsis firmada por un tal Lenin, y Guerrero de pilón, parece todo, menos una casualidad inocente o estéril. Por eso hoy, ante este público, vengo a denunciar que Café Trotsky, es un panfleto comunista que hace APOLOGÍA de la memoria histórica y de los recuerdos.

Comenzando por el título, que más que hacer referencia a una situación narrativa que acontece en el primero de los cinco cuentos de esta obra (y que no quisiera espoilearles), se trata de una provocación muy estimulante para hablar del Hermosillo de otro tiempo, a través de personajes que aparecen POLITIZADOS de una manera, digamos, jodidamente singular.

Pero que también, si lo ampliamos al espectro nacional, el título nos está hablando de toda una coyuntura generacional en México, un momento muy bien acotado en la historia, en el que miles de jóvenes, universitarios en su mayoría, no sólo llegaron, en distintas latitudes del país, a una a lectura muy particular de la realidad política, y digo que no sólo eso, digo que además encarnaron luchas muy reales que ocurrieron en distintos frentes y con diferentes posturas, unos por la vía armada, y otros por las vías políticas que no necesariamente fueron las vías pacíficas, pero que al final todas, insisto, todas, ahora son vistas como impulsoras de un avance democrático que no debemos minimizar, primero porque la razón les asistía, aquello apareció necesario. Y segundo, porque costó mucha sangre. Y subrayo la frase, mucha sangre.

Hace poco escuché a Joel hablando de su libro en un programa de radio. El locutor no dudó ni en segundo en irse a la yugular, le preguntó si el libro era biográfico y el Joel se capeó la pregunta arguyendo que sí había cosas reales, pero que la gracia de los textos residía en haberlos pasado por el tamiz de la ficción. 

Yo lo escuchaba y en mi fuero interno pensé, ve que fachoso, casi casi le contesta al periodista como «Layín», el expresidente de San Blas, Nayarit: “sí le robe a la memoria histórica, peero poquiiiito”… Bueno, siendo justos no fue un robo, sino, como se decía en los setentas, una expropiación.

Hilario Ramírez, «Layín», bailando y mirando a Maribel Guardia

Me disculpo de antemano, pero es que tiene tantas lecturas este libro, que se me ocurrió apostar por este derrotero, este berenjenal en el que me estoy viendo a mí, a mi padre y el nombre que eligió entregarme. Aclaro que no estoy intentado robarle el protagonismo a Rubén, el héroe del cuento central, mucho menos al autor, sobre quien no pretendo reconsiderar ninguna de las palabras que ya he dicho sobre él.

Ante el asombro de mi madre y la perplejidad de los vecinos, mi padre me escogió, entre todos los nombres del universo, el de uno de los iniciadores de la revolución rusa. Un nombre que por cierto no fue bien aceptado por el sacerdote el día de mi bautismo. En plática privada, el párroco invitó a mis padres a reconsiderar el nombre elegido, pero para mi padre la decisión ya estaba tomada.

Los nombres de mis hermanos mayores habían sido elegidos por mi madre, así que el Viejo reclamó su turno de escoger. Y sí, mi nombre lo sacó de los libros que leía, entre los que estaban novelas de Máximo Gorki y el viejo manifiesto del partido comunista.

Debo precisar que la brigada en la que mi padre participaba estaba compuesta por albañiles y campesinos del sur de Sinaloa y quizá los únicos que habían pisado una universidad, eran los misteriosos hombres de quienes recibían la formación política y que en cierto momento habían puesto algunos retos a los miembros de esta incipiente célula donde se pretendía articular la guerrilla urbana con la rural.

Para ver cuán determinados estaban y probar de qué estaba hecha su convicción, los dirigentes instaron a mi padre y sus amigos a llamar a sus hijos con los nombres de los más altos líderes y socialistas científicos de donde emanaban las teorías que los llevarían a un cambio profundo y verdadero.

La tarea era aparentemente sencilla, con lo que no contaban era que la iglesia en mi pueblo seguía siendo un bastión anticomunista fuerte. Y como era de esperarse, el padre Montoya no aceptaría estos nombres en la pila del bautismo, así que luego de insistir, mis padres llegaron a un acuerdo con el hombre de la sotana: para poder bautizarme tuvieron que agregarle un “nombre cristiano” al apelativo ruso. De esta manera fue que entre 1978 y 1979, tres Lenines fueron inscritos en el registro civil de mi pueblo.

En la secundaria federal conocí a Daniel Lenin, un tipo muy callado y algo fresón, del otro Lenin sólo supe que era Jesús pero se fue a otro estado, y el tercero soy yo, que en las viejas actas que se guardan en el archivo de la iglesia estoy anotado en letra manuscrita como José Lenin. 

A mi viejo lo admiro mucho, por aferrado y luchón, y lo que más le agradezco es que no me pusiera José Stalin, porque entonces sí me desgracia la vida.

Vladimir Lenin arengando frente a las masas de hace un siglo en la entonces Unión Soviética

Volviendo al libro luego de este rodeo, me parece que el Joel no pudo haberlo bautizado de mejor manera. Y encima de esto, ha tenido el buen tino de entregarnos una colección de cuentos estrafalarios, altisonantes y como ya les comentaba, memoriosos. 

No es azaroso que Joel nos recuerde de vez en cuando en su Facebook que nosotros, que esta generación, tampoco hemos hecho la revolución, y que como bien sabemos, eso no nos vuelve ni mejores ni peores personas que nuestros padres. 

Hoy la literatura de autoficción como el autor la llama, nos está permitiendo tender un puente hacia aquellas grandes energías y grandes sueños, y creo que todos los aquí presentes sabemos a qué me estoy refiriendo. 

No es que todos los textos que desfilan en este libro estén vinculados al tema político, se trata de un par que marcha orgulloso, con la frente en alto, reivindicando al siglo XX, al que seguimos despidiendo con una pañoleta de nostalgia y un banderín de dudas.

Joel y muchos como él, somos hijos y herederos de estas generaciones, y siempre que sale el tema coincidimos que el menor de los gestos que nos provocan nuestros padres es una profunda fascinación por aquella determinación a pensar en lo colectivo (a su manera, claro está) y también en aquellas armas cargadas de futuro. 

Aunque pudieran parecer remotos e incomprensibles, los tiempos de nuestros padres siguen siendo un cúmulo de velos de misterio, y en ciertos casos, sólo hasta que nos han pasado la estafeta al convertirse en los abuelos de nuestros hijas e hijos, es que estos misterios se van desvaneciendo para mostrarnos las verdaderas razones.

No sé si Marx, Engels o el Diego Basurín estarían orgulloso de tu libro Joel, pero me basta saber que tu madre sí lo está. Y lo está tu esposa y lo está tu hijo y todos los que te abrazamos hoy. Gracias por estas historias, sabemos que apenas es el inicio de más libros que habrás de ofrecer a la gran causa de la literatura. Parafraseando al Che, “Otras historias del mundo reclaman el concurso de tus modestos esfuerzos”.

Que así sea.

Librería Hypatia, marzo de 2023.

Texto y collage en portada by Lenin Guerrero

Sobre el autor

Lenin Guerrero (Escuinapa, 1979) es editor de Estero de Cuentos y Relatos de Correas Sueltas, colaborador de Memoria Escuinapense y MamboRock. Traficante de diseño gráfico.

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