Mañana les decimos qué tal «Roma». Por lo pronto, ha llegado al pueblo una película «con un sadismo capaz de perturbar a cualquiera»…

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Banksy, esquivo artista callejero, rompió en pedazos su pintura en aerosol “La niña con globo” – vendida en 1.4 millones de dólares – justo después del martillazo final en Sotheby’s. Un momento que tomó al mundo del arte por sorpresa el 5 de octubre de este año. 

Fue un performance autodestructivo cuyo propósito era elaborar una burla devastadora contra los tiburones del arte. Sin embargo, el lienzo destruído a control remoto, acabó por duplicar su valor: el mercado, como la vida, siempre encontrará la manera de salirse con la suya. 

Quizás la experiencia Banksy debe actuar como recordatorio. No hay que caer en la trampa de aquellos que basan su trabajo en “escándalos”, pues estos no determinan, en absoluto, la calidad de la obra presentada.

Así se exhibe La casa de Jack (Lars Von Trier, 2018), acaso la más personal de su autor. En 155 minutos de proyección, el director danés confirma su narcisismo y misoginia, usando al protagonista del filme como espejo, pantalla y escudo.

Jack (Matt Dillon) es un asesino serial cuyas víctimas preferidas son las mujeres. El sicópata las desprecia. Y mientras Jack habla con Verge (Bruno Gantz) – en diálogo constante, fuera de cámara durante la mayor parte del metraje – se explora la pulsión destructora y mortal del arte: pintura, literatura y arquitectura son mostrados como los motivos con los cuales Jack, el criminal, busca justificarse frente a Verge, la voz de su propia conciencia. 

Es al viejo y sabio Verge a quien Jack confiesa, en forma aleatoria, cinco incidentes cometidos en un período de 12 años. La casa de Jack, filmada cámara en mano en la mayoría de sus secuencias, logra espontaneidad y verosimilitud casi documental. Es así como escenas salvajes y violentas son, sin tapujos, más feroces y horrendas. 

Las conversaciones filosóficas entre Jack y Verge crean espacios de reflexión entre sangre y muerte. Ahí está la clave de La casa de Jack: es evidente que Jack es Lars Von Trier; los crímenes representan los excesos cometidos por el director y Verge es la crítica, la cultura y la inteligencia que no pocas veces ha cuestionado al travieso e iconoclasta realizador. 

“Se está curando en salud”, dirían las abuelas. 

De igual manera, muy pronto queda claro que Verge es, para efectos dramáticos, el mismísimo Virgilio, el poeta romano que conduce a Dante al purgatorio y al infierno en La Divina Comedia.

Lars Von Trier sabe a la perfección qué resortes debe apretar para provocar a las audiencias. Además está seguro de la reacción visceral que obtendrá. 

Tortura y asesinato contra niños y mujeres, crueldad gráfica en animales indefensos, mutilaciones y vejaciones insoportables, han sido editadas con un sadismo capaz de perturbar a cualquiera, en especial a quienes abrazan causas políticamente correctas que se defienden a ultranza hoy día. 

A ellos está dedicada La casa de Jack. 

El acoso sexual, el abuso infantil, el reconocimiento a los derechos de los animales, el amparo a la familia y la condena a los feminicidios son tabúes burbujeantes, compartidos por derechas e izquierdas.

“Some people claim that the atrocities we commit in our ficcion are those inner desires which we cannot commit in our controled civilization. So there are expressed instead trough our art”, dice Jack en un freudiano perfecto. 

El dantesco – literal – descenlace es demasiado largo. Brevedad, por favor, brevedad. Mediante la presentación constante de obras pictoricas de Gauguin, Blake, Doré y Delacroix (el montaje realizado a partir de La barca de Dante es excepcional), La casa de Jack es aderezada por Fame, la canción de David Bowie que funciona como leit motiv en la película. 

Es la fórmula que encontró Lars Von Trier para mostrarse arrepentido, para buscar el perdón afirmando que todo ha sido un malentendido. Él ha creado su propia fama, mas ahora reniega de ella. No se ha echado a dormir. 

La casa de Jack mostrará su construcción, así como el resultado final. Una casa de asombrosa y perturbadora belleza, levantada a imagen y semejanza de su creador, Lars Von Trier: un cineasta dedicado a negar los valores dominantes provocando aversión en las sensibilidades de la mayoría. 

Podemos comprender, sin justificar, a Von Trier. Para ello es necesario recuperar a Bansky cuando afirma: “El arte debe incomodar a los cómodos y dar consuelo a los perturbados”.

Es de cada quien colocarse en uno de los dos bandos.

Por Horacio Vidal

Posdata del editor para los hermosillenses: La casa de Jack se exhibe en el otrora Cinemark Metrocentro esta semana y la que sigue también.

Von Trier con su lima en la Berlinale 2014. Photo by Picture Perfect/REX/Shutterstock.

Sobre el autor

Horacio Vidal (Hermosillo, 1964 ) es publicista y crítico de cine. Actualmente participa en Z93 FM, en la emisión Café 93 con una reseña cinematográfica semanal, así como en Stereo100.3 FM, con crítica de cine y recomendación de lectura. En esa misma estación, todos los sábados de 11:00 A.M. a 1:00 P.M., produce y conduce Cinema 100, el único -dicen- programa en la radio comercial en México especializado en la música de cine. Aparece también en ¡Qué gusto!, de Televisa Sonora.

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