Permítase descansar del terremoto y abóquese a leer el ensayo estreno de Juan Izaguirre en esta plataforma editorial 🙂
[hr gap=»30″]
Reconocimiento y celebración
Durante el mes de abril de 1987, tras separarse de Truzka, Grupo de Danza Contemporánea, el cuarteto integrado por David Barrón, Adriana Castaños, Miguel Mancillas e Isabel Romero integraron a Antares, Danza Contemporánea. Puesto que el taller de danza contemporánea de la entonces Casa de la Cultura de Sonora era la sede de Truzka, al requerir un espacio aparte, la nueva agrupación pasó a ocupar el entonces recién creado salón de danza clásica – el que muy pronto sería oficialmente nombrado «Aula Beatriz Juvera», hoy «Sala de Danza ‘Beatriz Juvera'»- de la propia Casa de la Cultura. Éste fue en aquel momento, probablemente, uno de los primeros desafíos de la nueva agrupación: hacerse de un lugar para ser-en-el-mundo.
El aula o sala de danza «Beatriz Juvera». Fotografía de Benjamín Alonso
El logro no ha sido menor. A treinta años, la «Beatriz Juvera» sigue siendo, ampliada en unos cuantos metros cuadrados, la sede de Antares, Danza Contemporánea. Para los(as) nacidos(as) después de 1990 probablemente éste sea un mérito atribuible al actual director de Antares, Danza Contemporánea, Miguel Mancillas. Pero aquí se prefiere explicarlo de otra manera: en 1987 en Hermosillo existía el Grupo de Danza de la Academia de la Universidad de Sonora, a cargo de Martha Bracho y, como ya se ha mencionado, Truzka, Grupo de Danza Contemporánea, bajo la dirección de una de sus discípulas, Beatriz Juvera. (También trabajaban de modo intenso Silvia Martínez de Bolado, Graciela Ortega, Maty Suárez, Mario Gaviña, Mario Solís, Xicoténtatl Gutiérrez, Rosendo Solórzano, entre algunos de los más visibles, pero un prejuicio «disciplinar» sigue explicando que cuando tratamos la danza como expresión artística, aflore la ignorancia y optemos por fragmentar lo que llamamos los «géneros dancísticos»). Así que el surgimiento de una nueva opción, representada en las figuras de los fundadores de Antares, todos ya por entonces reconocidos por sus cualidades artísticas, era un acontecimiento que por si mismo empujaba hacia la ahora llamada «gestión cultural».
Damián Noriega, Juan Izaguirre y Cosme Noriega, de Truzka, presentando Primer combate, coreografía de Rodolfo Reyes. Fotografía de Wenceslao Rangel.
La, para unos dolorosa, escisión de Truzka, dando lugar a una alternativa de danza contemporánea en el Hermosillo de hace 30 años y para la sociedad en su conjunto -aunque para ser precisos, habría que decir para la «comunidad dancística»- significaba la posibilidad de ver ampliada la oferta de danza. ¡Aquí, un logro más de Antares! Ser la diversificación cosmopolita de la danza contemporánea, gracias al talento de sus miembros fundadores y a la capacidad de gestión de sus entonces líderes más visibles: Adriana Castaños y Miguel Mancillas. Este último ha tenido desde 1994 el mérito nada insignificante de consolidar el proyecto y mantenerlo de modo sobresaliente entre la oferta cultural del país.
Y ha sido especialmente bajo la intensa y disciplinada gestión de Mancillas el modo en que Antares ha sido proyectado como una de las instituciones de danza escénica más sólidas de México durante las ultimas dos décadas. Tras el reciente derrumbamiento de templos como el Ballet Nacional de México y el Ballet Teatro del Espacio, en los primeros años de este siglo, es preciso reconocer el esfuerzo que este artista realiza en dos planos simultáneos; hacia adentro y hacia afuera de Antares.
Miguel Mancillas y Elsa Verdugo, en Apteros por ansias, de Mancillas, coreografía con la que Antares obtiene el Premio Nacional de Danza en 1997. Fotografía de Héctor Maldonado
Hacia adentro la Compañía no sólo se ha fortalecido como paradigma de producción artística, visible en la extensa y reconocida obra coreográfica del propio director, sino en el trabajo expresivo de sus miembros bailarines, entre los que destaco por ahora el de Isaac Chau, por su presencia prolongada en la Compañía, o el de Tania Alday, por su poderosa capacidad interpretativa. El propósito pedagógico ha sido un ramal adicional importante por medio del cual la Compañía extiende su naturaleza habiendo hecho surgir el simbólico Núcleo-Antares y habiéndolo hecho permanecer de manera significativa entre la oferta de formación dancística local.
Isaac Chau en Lado a lado, de Miguel Mancillas. Fotografía de Edgar Blancas.
Hacia afuera, Mancillas ha desarrollado un impecable procedimiento de gestión gracias al cual Antares – y el propio nombre de su director- es un referente incuestionable de la danza escénica en el plano internacional. ¡A partir del siglo XXI, la historia de la danza en México ya no estará completa sin el nombre de Antares y la obra de Miguel Mancillas!
Estos tres logros: surgir y conseguir un espacio para ser-en-el-mundo; dar forma clara a un proyecto artístico y mantenerlo sólido, tanto interna como externamente, son los principales motivos por los cuales -por ahora- es justo reconocer y celebrar a Antares, Danza Contemporánea.
Danza contemporánea: la inmanencia
En la apertura del programa Tu hombro, de Miguel Mancillas, como parte de la celebración del 30 Aniversario de Antares, Danza Contemporánea, el coreógrafo declaró, entre otras cosas, que la danza contemporánea “[…] es un animal que no se puede definir”. Ante un hecho como éste cabe hacerse la siguiente pregunta: ¿cómo puede alguien dedicarse a algo por más de 30 años y decir públicamente de ese algo que “no se puede definir”? Rizando el rizo, se podría especular (¡Y desde luego, en cuanto sea posible, preguntar directamente al interpelado!) que Mancillas no sólo tiene una definición precisa acerca de «danza contemporánea», sino que es capaz de manipular a conveniencia muy bien los diferentes componentes de dicha sustancia así como los procesos necesarios para producirla. Y que quizá lo que el coreógrafo pretendía la noche del 2 de septiembre de 2017 en el proscenio del Teatro de la Ciudad, en Hermosillo, era ser empático con aquellos que “iban a ver danza contemporánea por primera vez”, previniendo su -incluso- sorpresa no grata ante lo que estaban por ver en el escenario.
Si concedemos en que Mancillas tiene razón y que, de acuerdo con su dicho, la danza contemporánea “no se puede definir”, entonces la naturaleza de ésta es la indefinibilidad, atributo que en sí mismo ya es, lógicamente, una definición, y que justamente a causa de esta cualidad resulta inaprehensible para la vulgar conceptualización. Así, siguiendo la línea de razonamiento que el propio coreógrafo nos propone, la esencia de la danza contemporánea se encuentra en la inmanencia del especializado “lenguaje” coreográfico construido por unos iluminados y, por lo pronto, inaccesible para los inexpertos. No otra cosa significa la declaratoria en el programa de mano expresando que Antares Danza Contemporánea «Indaga en las pasiones y la animalidad del alma humana para derramarlas luego sobre el escenario […]» Antes, la misma fuente ha anticipado que el procedimiento metodológico para alcanzar este logro consiste en una «exigente preparación física» (se sobre entiende que esta preparación física es del cuerpo), con lo cual queda sobre el mostrador en toda su dimensión el dualismo ontológico más sólido que la danza «universal» hubiera podido esperar desde los mismos tiempos platónicos.
Para ser consistentes con la más fuerte tradición occidental, hay que echarse a andar por una ruta de exploración que permita hurgar del modo menos arriesgado posible, para que nunca se agote la posibilidad de llegar hasta lo más cavernoso del cuerpo y regresar triunfantes de allá trayendo «las pasiones y la animalidad del alma» como trofeos espectaculares que a la danza contemporánea corresponde ofrecer.
Como puede observarse, y como bien lo anticipa Mancillas en su discurso de recepción, no cualquiera está capacitado para valorar esta epopeya y, en contraparte, sólo unos cuantos son llamados a participar en el reparto. El desencuentro entrañado en este escenario histórico ha sido uno de los más sensibles y velados retos de la indefinible danza contemporánea, ya no digamos desde Miguel Mancillas en Hermosillo, sino -bien documentado- desde los tiempos del neurótico Noverre en la corte francesa del siglo XVIII o, ciento y pico de años después, de la estrafalaria Isadora Duncan en los albores del siglo XX europeo.
Tu hombro, función de estreno (2007). Fotografía de José Jorge Carreón.
Acrobacia e inercia: elementos para la (in)expresión
Si tomamos por válido el principio dualista que define a la naturaleza de lo humano – y por ahora no hay ningún motivo a la vista para no hacerlo- podremos observar de qué modo el cuerpo en la danza, como en el gimnasio ateniense, requiere de un programa de training bien diseñado, para garantizar su finalidad instrumental respecto al alma, tal y como lo expresa con fidelidad el método antariano consistente en la “exigente preparación física [del cuerpo]” para “indagar en las pasiones y en la animalidad del alma humana”. Por esta razón, entre otras de carácter ético, se comprende que los cuerpos no deban ser torpes, ni gordos. Si este fuera el caso, entonces nos las veríamos con una animalidad entorpecida y engordada, nada más antitético para la nobleza de las almas eternas e incorruptibles.
Por eso el training del cuerpo, bien diseñado, debe incluir la acrobacia de impulso ascendente que, aplicada con esmero, puede llevar incluso al más claro estado de inercia. Viceversa, el cuerpo inerte llega a ser el reflejo sublime de un espíritu terrenalmente agotado que no aspira más que al reposo, pero distante de la muerte. Es éste el caso de los intérpretes de Antares en la presentación de Tu hombro, la noche del 2 de septiembre en el Teatro de la Ciudad, en Hermosillo.
Ciertamente la noche está llena de momentos en que la gravedad hace su efecto arrastrando a las ánimas; entonces los cuerpos acrobáticos no sólo no ascienden, a pesar del feroz impulso, sino que se aferran con persistencia al suelo del que naturalmente han surgido, como lo escenifican los pies insistentes de Isaac Chau y David Salazar, principalmente, en desplazamientos que se supondrían flotantes, pero que por sus efectos hacen emerger un plano acústico involuntariamente añadido a la estructura de la obra. Hay otros esfuerzos de intención gravitacional, como los iterativos saltos verticales de Omar Romero, en los que la inercia opera con densidad mientras el cuerpo de Tania Alday languidece en un gesto conmovedoramente expresivo y al mismo tiempo contrastante con la lucha interna de Romero por conseguir la suspensión que lo debería de llevar a un punto de salvación anímica.
A juzgar por lo que se aprecia en esta faena de «indagación pasional…», se puede observar un panorama dividido entre los cuerpos que han sido conducidos a un exceso de exigencia física, y el cuerpo de Alday suspendido expresivamente en un momento especial de su propio desarrollo. Hay aquí una oportunidad: descubrir el sano rango de indagación en cada caso según las condiciones personales y calibrar los logros comunes, como resultado del método. Más aún, existe la coyuntura histórica para trascender la inmanencia de la danza contemporánea, haciendo el intento de rebasar el dualismo crónico que subvierte a los cuerpos frente a las almas. En vez de esta última tensión, con frecuencia desgastante, es posible una relación de integración en la que el cuerpo no sea ya instrumento, sino coprotagonista pleno de su propia indagación.
El cierre de la celebración
Treinta años del surgimiento de Antares, Danza Contemporánea es, sin duda, motivo de celebración. La comunidad dancística cuenta desde 1987 con una opción caracterizada por un modelo consistente en la “exigente preparación física”, cuya proyección ha traspasado las fronteras dando renombre no sólo al estado de Sonora, sino a México. Durante estos treinta años han ocurrido otros acontecimientos que, junto con Antares, enriquecen el panorama dancístico local. Ha surgido, en el año de 1997, 10 años después de Antares, un programa de Licenciatura en Artes, con opción en Artes Escénicas, en la Universidad de Sonora (UNISON) y Producciones La Lágrima, compañía de danza dirigida por Adriana Castaños, una de las fundadoras de Antares. Muchos egresados y egresadas de la Licenciatura en Artes de la UNISON tratan de dar continuidad a la profesionalización de la danza en dos vertientes: mediante la integración de agrupaciones de bailarines liderados por algún coreógrafo o coreógrafa, o bien mediante la instalación de academias privadas. Frente a este panorama vale la pena hacerse algunas preguntas.
¿Han cambiado cualitativamente en Hermosillo las condiciones generales en las que se producía danza antes del surgimiento de Antares?
¿El público que consume danza en Hermosillo es más en cantidad y “mejor educado” que hace treinta años?
¿Son ahora más sólidas, transparentes y expeditas las instituciones oficiales encargadas de la promoción cultural en cuanto a la difusión y distribución de la producción dancística?
¿Puede hablarse en Hermosillo de un gremio que aglutine a coreógrafos, docentes, promotores, críticos y bailarines construyendo y reconstruyendo el andamiaje conceptual, técnico y operativo en relación con la danza como profesión?
Se entiende que las respuestas a estas preguntas no pueden ser fáciles, breves ni inmediatas. Todas requieren reflexión detenida, colectiva y organizada. Responderlas – así como a otras de la misma naturaleza- exige voluntad política, disposición y profesionalismo. ¿Queremos en Hermosillo respondernos estas y otras cuestiones relacionadas con la danza? ¿O es suficiente con la celebración?
Por Juan Izaguirre
El aula «Beatriz Juvera» alberga la escuela de danza de Antares. En la imagen, clase para el nivel intermedio. Fotografía de Benjamín Alonso
Excelente crítica que no sólo analiza e interpreta con sólidos argumentos, sino que es pedagógica en dos sentidos. El primero nos enseña a conocer danza y el segundo es ejemplo de crítica constructiva y propositiva. Saludos, doctor Izaguerri.
Gracias por tu apreciación, Miguel.