Los videojuegos bélicos involucran al participante como protagonista de la experiencia. Así es Call of Duty, ejercicio desarrollado para consolas inteligentes. Sus gráficos son de gran realismo. Hacen posible meterse en el pellejo del soldado y vivir, a paso y explosión, los peligros de cumplir una misión, sin morir en el intento.
“Nuestra civilización tiene la estructura de un videojuego”, asegura en The Game, Alessandro Baricco. Para el escritor italiano, perseguimos el secreto del mundo a través del movimiento y ya no bajo la concentración racional del siglo pasado.
Así, con una cámara que persigue a sus actores en largos planos secuencia que logran perfecta ilusión de “una sola toma”, garantizando la sensación de estar ahí, 1917 (Sam Mendes, 2019) es película de guerra en primera persona.
Es un videojuego. Un épico y hermoso videojuego.
1917, por lo mismo, es también una apuesta por la perfección técnica y la ausencia total de ideología o patriotismo. Baricco ha acertado. “Vivimos un mundo en el que la profundidad ha pasado a la superficie”, asegura.
Los soldados ingleses Blake (Dean Charles-Chapman) y Schofield (George McCay) son llamados para consumar una hazaña imposible: cruzar la tierra de nadie y el frente alemán para llegar hasta el batallón que prepara un ataque al amanecer. Los jóvenes militares han de entregar la prueba de que aquello sería fatal, pues se trata de una emboscada que significa la masacre total.
Ambos reclutas tienen solo un día para completar su cometido. Con la cámara de Roger Deakins, en constante coreografía, 1917 alcanzará la cumbre de su discurso sentimental por encima de cualquier discurso político: el hermano de Blake está en el batallón que debe conocer la verdad.
Nada importa más.
Sin embargo hay lugar para el sub texto. 1917 presenta constantes paisajes de devastación. A medida que Blake y Schofield avanzan, sortean trincheras ocupadas por caballos hinchados y cadáveres humanos, fortines poblados por ratas y escombros donde antes existían pueblos, vida y gente.
Aunque discretas, quirúrgicas – no aparecen vísceras, amputaciones o putrefacción – , son imágenes metáfora de la hecatombe y el desastre que la Primera Guerra dejó en Europa; en realidad Blake y Schofield caminan sobre las ruinas del siglo XIX sin imaginar lo que vendría apenas 20 años después.
Volvamos a la fotografía de 1917. En Spectre (Sam Mendes, 2015) el cineasta ya había jugado con la sensación de “una sola toma” durante la secuencia inicial, filmada en Ciudad de México, durante la celebración del Día de Muertos.
Y de Skyfall (Sam Mendes, 2012) recupera el contraste nocturno que le proporciona el fuego. De la parte donde el temible Silva se prepara para atacar a James Bond, al episodio en 1917, en el que Schofield enfrenta a alemanes entre los restos de un pueblo en llamas, no hay diferencia.
Aún así, música, edición, dirección de arte y efectos especiales en 1917 visten de gala a esta producción para que ocupe un sitio preferente en el momento de repartir los premios de la Academia.
Porque, en ese sentido, 1917 es un homenaje grandilocuente a las primeras películas que ganaron el Oscar. Alas (William A. Wellman, 1927) y Sin novedad en el frente (Lewis Milestone, 1930) son referencias puntuales.
Alas, por ser la ganadora primigenia y la otra por su espíritu antibelicista.
Después de todo, se pensaba que la Gran Guerra Europea, la de 1914 a 1918, sería la última.
Estamos ante un ejercicio de virtuosismo técnico que ha tomado a la guerra como motivo para alcanzar la perfección. Para lograrlo ha renunciado a cualquier contenido patriótico o político a partir de la sustitución de la causa por la nobleza del deber cumplido.
Al contrario del soldado Schofield, 1917 busca las medallas y el reconocimiento al confeccionar un filme complaciente, a la medida de lo que pretende la Academia: no incomoda, tampoco perturba a nadie, es políticamente correcta y al salir del cine – porque está hecha para las grandes pantallas, no para Netflix – existe la sensación de haber visto “una buena película”.
Tal vez eso será suficiente para entregar el Oscar a esta cinta.
¿Cuánto tiempo tendremos que esperar para que aparezca en versión Nintendo?
Qué leer antes o después de la función
Adiós a las armas, de Ernest Hemingway. Un relato subjetivo, personal y, por lo tanto, autobiográfico del autor sobre lo ocurrido en el frente italiano durante la Primera Guerra Mundial.
Las emociones y los hechos que transcurren en campos de batalla se relatan como si fueran vistos por alguien que solo pasaba por ahí. Por eso la historia personal – el enamoramiento entre el protagonista herido y su enfermera – adquieren el verdadero nudo en Adiós a las armas.
Ya se sabe: cada quién habla de la guerra según le fue en ella.
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