“No comenté lo ocurrido por varios años hasta que dejó de dolerme. Y fui tan drástica en el propósito de eliminar hasta el recuerdo de las mejores caricias, que se me pasó la mano y tengo una laguna alarmante en la memoria donde se ahogaron no sólo las desgracias de ese tiempo, sino también buena parte de las alegrías”. Isabel Allende, Paula.

Ese epígrafe, que es un párrafo de Paula, la novela de Isabel Allende, se me vino a la mente el día en que oí la disertación de María de Jesús Patricio Martínez (Marichuy), aquí en Hermosillo, y las participantes que la antecedieron. La tónica general, que además se puede encontrar en las redes sociales del CIG del CNI, es que hay que acabar con el capitalismo porque si no, él acabará con todos… Hasta aquí, nada qué lamentar. Muchos sistemas sociales han muerto para dar lugar a otros. Los sistemas nuevos han sido algunos mejores y peores otros. El problema que yo veo es que en el propósito de destruir al capitalismo se les puede pasar la mano y acabar también con las cosas buenas que la humanidad ha creado y que muchos confunden con ese sistema de producción.

Entiendo la motivación de los pueblos indios para estar en contra del sistema. La pobreza y la abismal desigualdad no son más que el reflejo de la exclusión social que les ha traído explotación, marginación, falta de oportunidades, carencia de satisfactores básicos (educación, salud, cultura, vivienda, alimentación). Los pueblos originarios han sido víctimas, además, de un acendrado racismo practicado no solamente por muchas personas (si eso fuera, vaya y pase, porque ¿quién le presta atención a un imbécil que siendo víctimas de un profundo complejo de inferioridad cree encontrar una forma de destacar discriminando al más débil?), sino también (y esa es la tragedia) por las instituciones, las empresas y, en general, por la sociedad como ente organizado.

Recién sucedido el levantamiento del EZLN, yo estaba en Tijuana y allá llegó una comisión de zapatistas procedentes de Chiapas. En el Centro Cultural, el pequeño grupo nos contó de las tragedias cotidianas que vivían. Una señora, con pasamontañas como los demás, nos dijo que allá en sus pueblos si alguien se enferma hay que cargarlo a pie durante horas, o días, para llevarlo a donde haya un médico. Muchas veces, dijo como si dijera cualquier cosa, “el enfermito se muere en el camino y ahí vamos de regreso cargando al muertito”. Sentado entre la gente, oyendo con atención esos estremecedores relatos, me pregunté por qué esa gente no se habría levantado en armas mucho antes de 1994.

Las armas, sin embargo, no son el camino correcto porque el Estado está mejor armado. Los pueblos deben buscar métodos de lucha alternativos, ingeniosos. Creo que la participación de Marichuy en esta campaña es uno de esos métodos ingeniosos para poner de nuevo el tema de los pueblos indios en la agenda nacional.

No obstante, dos cosas me preocupan de la lucha anticapitalista de este país y que ahora encuentra su mejor expresión en el movimiento de los pueblos indios, cuya vocera es Marichuy. El primero es que sus integrantes no tengan ni la más remota idea de qué harían con el poder en caso de ganar. El segundo es que, junto al capitalismo, pretenden echar por la borda lo que a la humanidad le costó sangre, sudor y lágrimas conseguir: la democracia, la libertad individual y los mecanismos de convivencia propios de sociedades complejas.

Respecto a lo primero, recordaré una anécdota que se atribuye al presidente Adolfo Ruiz Cortines, que gobernó México entre 1952 y 1958. Podría ser apócrifa, pero no deja de ser ilustrativa. Se dice que Ángel Carvajal, su secretario de Gobernación, le dijo un día: Oiga, Señor Presidente, ¿y si le declaramos la guerra a los Estados Unidos? Y como para qué –le preguntó el Presidente intrigado. Pues mire, prosiguió el secretario, en unos cuantos días el ejército yanqui arrasará a nuestro país, como hicieron los Aliados con las potencias del Eje, y después tendrán que llegar con un Plan Marshall. En veinte años seremos una potencia mundial como Alemania y Japón. Dicen que el Presidente le contestó sin dudar: Déjese de cuentos, Angelito, los mexicanos tenemos tan mala suerte que somos capaces de ganar la guerra.

Pues bien, ¿y qué tal si el Concejo Indígena de Gobierno tiene la mala suerte de ganar la presidencia, cosa que todos los días dicen que no quieren? No deberían descartar un triunfo porque como dijo Selina Kyle, la Gatúbela, a Batman, (en la película El caballero de la noche asciende, de Christopher Nolan, con Anne Hathaway y Christian Bale): “Se viene una tormenta, señor Wayne, y no sabrán cómo pudieron vivir en medio de tanta opulencia dejando tan poco para todos los demás”.

Respecto a mi segunda preocupación sobre la campaña de Marichuy, oí la entrevista en la que Luis Alberto Medina, de Proyecto Puente, le preguntó qué haría con la silla presidencial y dijo que consultaría a los pueblos; le preguntó cuáles serían sus primeras cinco acciones como presidenta de la república y contestó que consultaría a los pueblos; le preguntó qué opinaba de los otros candidatos y dijo que no tenía opinión… Dicho de otra manera, no tiene la menor idea de qué hacer con el poder. Tengo la impresión de que ven al país como ven a las comunidades rurales, pero el país es una sociedad compleja, con muy variadas costumbres, intereses y formas de organización. En los pueblos y comunidades se puede consultar a todos, sobre todos los asuntos, todos los días, pero no en el resto del país. Dijo que hay unas comisiones trabajando en el proyecto, pero hasta ahora (y ya es tarde) nadie sabe quiénes forman esas comisiones ni cuáles son sus diagnósticos y conclusiones preliminares.

En la conferencia de prensa alguien le preguntó a la vocera que si qué haría con las trasnacionales. Ella dijo, simplemente, que no las necesitamos. Pues bien, en el largo plazo todo es posible, incluso prescindir de las transnacionales, del Tratado de Libre Comercio e incluso de las importaciones y las exportaciones. Pero no en este momento. Para llegar a ello hay que tener un plan y una estrategia para sustituir los millones de empleos que generan esas empresas, las cuantiosas inversiones que se llevarían; en fin, para darle una alternativa a un porcentaje muy grande de familias mexicanas que viven de sectores ligados a la globalización. Para ello hay que tener una política económica (fiscal, monetaria, productiva, comercial y social) que atienda y diseñe mecanismos para solucionar los problemas de corto, mediano y largo plazos.

Me da la impresión de que el objetivo final es hacer un poco de ruido para que la sociedad voltee a ver a los pueblos indios. Porque para destruir al capitalismo se necesita tomar el poder y una vez con él en la mano, saber qué hacer. La destrucción del capitalismo implica pensar en cómo se organizará una sociedad compleja como la nuestra.

Hay instituciones más viejas que el capitalismo, como el mercado, el intercambio y el dinero; y hay otras más nuevas, como el voto universal y secreto, el respecto a los derechos humanos, la libertad y la democracia. Todas estas instituciones son más consustanciales a una sociedad compleja que al capitalismo (sobre todo al capitalismo que conocemos en México), y se tiene que pensar en eso si no se quiere que la destrucción del actual sistema lleva una sociedad totalitaria peor que las que ya ha vivido la humanidad. El trueque, el autoconsumo y la democracia directa son aspiraciones y propuestas muy bonitas, pero muy retrógradas, además de profundamente imprácticas.

Deseo que Marichuy haga una campaña exitosa porque estoy convencido de que este sistema económico, político y social necesita ser estremecido desde sus cimientos y porque México necesita re encausar el rumbo hacia una nación moderna y civilizada. Pero hay que tener buen cuidado de no arrojar al niño junto con el agua sucia de la bañera.

Por Alejandro Valenzuela

Fotografía de Juan Casanova

Marichuy y pueblos indios de Sonora en Hermosillo el pasado 10 de enero

Sobre el autor

Soy Alejandro Valenzuela, director del Vícam Switch, un medio de comunicación que tiene como propósito contribuir al rescate y la difusión de la cultura y las costumbres de los habitantes de comunidades yaquis (yaquis y yoris).
Como datos biográficos, asistí a las escuelas primarias Benito Juárez, de Bácum, y Florencio Zaragoza, de Singapur; a la Secundaria Federal Lázaro Cárdenas y al CBTA 26, ambas de Vícam. En la Ciudad de México fui a la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia de la UNAM y cursé Economía en la UAM-Xochimilco. En Tijuana cursé la Maestría en El Colegio de la Frontera Norte. Tuve una estancia doctoral en la Universidad de Connecticut, en los Estados Unidos, con financiamiento de la Beca Fulbright, y obtuve el doctorado en El Colegio de Sonora.
En la actualidad soy profesor-investigador en el Departamento de Ingeniería Industrial de la Universidad de Sonora.

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3 comentarios

  1. Me gusto mucho su articulo, estoy totalmente de acuerdo con Ud. Alguien que quiere ser presidente debe pensar mejor lo que dice, y lo que hace, pero sobre todo estar preparado, y tener asesores que sepan hablar de los planes que se tienen y ser congruentes .

    1. ALEJANDRO, SIN DUDA ESTA ES LA RAZÓN: «Me da la impresión de que el objetivo final es hacer un poco de ruido para que la sociedad voltee a ver a los pueblos indios» y que bueno, ojalá se haga mucha bulla pa que por fin se inicie a atender ese tema de fondo.

  2. Magnífica crónica, como todas la de Alejandro: crítica pero objetiva y justa respecto al ¿proyecto? que ¿encabeza? Marichuy. El autor reconoce la importancia de un movimiento como el del CIG del CNI, pues coloca el tema de los derechos de los pueblos originarios en la agenda nacional, y ello es crucial en un país que aspire a un desarrollo equilibrado, con justicia social y democracia. Pero Alejandro, al mismo tiempo que reconoce la importancia de lo anterior y que expresa sus simpatías por la estrategia y «método de lucha» utilizados para hacerse presente en las luchas sociales y políticas de la nación, también desnuda las serias limitaciones políticas y de claridad programática que exhibe dicho movimiento.
    La crónica es amena en grado superlativo, y ahí está como deliciosa muestra la oportuna y muy divertida anécdota de Adolfo Ruiz Cortínez y su secretario de Gobernación. Una perla…En una eventual antología de los ensayos políticos de nuestro admirado analista, yo incluiría esta joya, pues ante los sentimientos encontrados que me provoca el movimiento de la Marichuy, el ensayito me dio claridad acerca del tema y lo hizo con humor, método e inteligencia. Muy distinto a las expresiones emotivas y románticas tan comunes en nuestra izquierda nacional.

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