En mis años de estudiante universitario a finales de la década de los noventa me  tocaba escuchar un programa que conducía Víctor Trujillo, a veces Brozo o a veces la “Beba” Galván y en una muy rara emisión apreció Estetoscopio Medina Chaires. Se llamaba “El Arrimón” el programa en cuestión, la estación local se enlazaba a Radio Centro a eso de las tres de la tarde, hora Sonora, y había que entregarse a escuchar al quien hoy por cuestiones de filias y fobias ideológicas es un personaje recurrentemente comentado.

Un día, tocando el tema del uso del correo electrónico, el cual en aquellos momentos estaba invadiendo la vida cotidiana en más de una esfera, un invitado frecuente al que le decía Eustaquio Rivera Carrera, aludiendo al conocido cardenal, mencionó que le gustaban esas nuevas herramientas de comunicación particularmente el aquel entonces novedoso Messenger pero particularmente el e-mail argumentando a su favor el hecho de que gracias a ello la gente estaba retomando la bonita y edificadora costumbre de escribir. Lo escuché y me pareció seductora e interesante esa reflexión que emanaba de las ondas sonoras de la radio. Tiempo después el medio de los correos electrónicos es “reventado” por cadenitas de oración, datos curiosos que de poco o nada suman, videos chuscos y otros no tan chuscos entiéndase de otras diferentes intenciones por su  naturaleza y contenidos, ampliando así la baraja para diferentes tipos de entretenimiento. Lo que vino a acabar en ese espacio para muchos la bonita costumbre de escribir a nuestras amistades, compañeros de trabajo y/o familiares de una manera personal.  

Al cabo de un tiempo y con el avance en los cambios como bandera de los tiempos modernos aparecen las redes sociales, medios con los cuales una parte importante de los ciudadanos del mundo nos comunicamos hoy en este  inicio de la tercera decena del siglo. A fomentar y echar mano de la escritura de nuevo, a construir ideas con el lenguaje escrito, volvemos a repetir la bonita y edificadora costumbre de  escribir, en ocasiones cosas buenas, en otras no tan buenas, para algunos ideas entretenidas, sinceras, arribistas, aspiracionales, contestatarias, controversiales, escritos solemnes y otras veces no tanto, lo importante era el “arrastrar el lápiz” de nuevo, metafórica y tecnológicamente hablando sobre el rubro que quieras: política, religión, deportes, espectáculos y todo aquel alimento mediático que en el momento haga sentir saciadas todas o alguna de las áreas que nos integran como individuos, desde el espíritu hasta el más genuino o culposo de los ocios, de nuevo hay que escribir para pertenecer o dejar de ser parte, la decisión y el deseo es diverso como el lenguaje en sí mismo. 

Y un día llega la función de compartir y de dar retuit cortar pegar vaya a decirse para aquellos que recurrentemente utilizan el office y de eso se viene el hecho que de nuevo el usuario de estas ya no llamadas herramientas sino aplicaciones vuelve a dejar de lado la bonita y edificadora costumbre de escribir.

Sin el afán de intentar caer de forma consciente en teorías conspiracionistas por respeto a George Orwell las cuales versan en que los dueños del mundo nos quieren poco analíticos, nulos de pensamientos y cooptados de la capacidad de cuestionar, el día de hoy  parece interesante el reflexionar de forma escrita por qué habríamos de no preferir la comodidad de transmitir ideas afines a base de cuadritos reflexivos, entre otros formatos y productos previamente diseñados, los cuales invaden los espacios de redes sociales en los que si bien hay mucho de lo que pensamos, jamás tendrán el valor intelectual y de profunda identificación que tiene un texto independientemente de su extensión que es de propia autoría, que tiene un sello particular cual huella dactilar que nadie más tiene, solo tú en esta coyuntura llamada vida.

Un ejemplo de esos «cuadritos reflexivos», elegido por el editor:

May be a cartoon of text

Esta no es una propuesta de antiviralización de contenidos sino una propuesta en favor de vamos escribiéndolo nosotros, pues si bien hay ocasiones en que no es imposible dejar pasar esa ingeniosa imagen que podría ser el meme del año, hay otro momento donde nos podemos permitir el lujo de escribirlo cual creador de historias, como el artista cuando pinta un cuadro o el guitarrista que modela los acordes de una melodía cuando la inspiración ha tocado su puerta. 

La escritura es un proceso democrático donde no pregunta, no pide requisitos o historial para ser llevada a cabo, su realización moldea el carácter pues hace enfrentarse de cuerpo entero a sí mismo, a quien escribe cuando analiza lo que redactó. Pone a prueba la seguridad personal cuando se le realiza una observación y es un bálsamo para el sano ego cuando llega el aplauso,  el like o el a veces sobrestimado retuit, el ejercicio de la bonita y edificante costumbre de escribir transmite mil mensajes y siembra semillas en lugares inimaginables de la mente humana en quienes puedes o no esperar. 

Todos tenemos esa capacidad y habilidad para desarrollarla, tú, yo y aquel tenemos ángeles y demonios, ideas, pensamientos e inquietudes los cuales al momento de plasmarlos en un texto y leerlos tomarán un matiz diferente, las letras son ese fuente de afecto y desafecto para que nazca el encuentro o el desencuentro que requerimos para crecer. 

Leer lo que tienes que se quiere o requiere decir puede ser el faro de más de uno y el umbral de una trascendencia feliz cuya duración puede ser irrelevante ante el hecho en sí mismo de crear ideas con un ADN propio al realizar ese ejercicio. Escribir es una recomendación ancestral pues tiene funciones de catarsis en el proceso de autoconocimiento y construcción de personalidad, una estrategia formal a la hora de que un colectivo realice su manifiesto en el que pretenda dar a conocer sus ideales, peticiones o sugerencias para su empoderamiento y proyección, un canal de comunicación efectivo y un elemento para el enamoramiento de la especie humana, transmite conocimientos, historias, verdades y fórmulas para encontrar los diversos caminos sobre los cuales a veces se cree que no hay vereda por lo confuso de las pistas que se tienen.

A fin de cuentas un sano distractor puede ser caer en controversias triviales sobre temas de actualidad o personajes públicos con los amigos a distancia  por motivos que pueden ser desde geográficos, de agenda y ahora pandémicos, y que a veces son el preámbulo a escribir en el teléfono móvil las anécdotas de aquellos buenos tiempos actuando como liberadoras de emociones de complicada digestión, recordando esas bromas ácidas y anécdotas vividas en primera persona en aquellos momentos de debilidad divertida propias de una comedia de humor negro que solo a unos cuantos exclusivamente les permitimos recordar. No hay que resistirnos más, aceptemos esa dulce condena a las que nos han sometido tanto las redes sociales como nuestras necesidades emocionales o las cotidianas labores profesionales: la bonita y edificante costumbre de escribir para el posterior privilegio de leernos.

Por Alex Jiménez Bazúa

Fotografía de Benjamín Alonso

Sobre el autor

Sinaloense avecindado en Ciudad Obregón, Sonora. Egresado del Itson.

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