La última vez que estuve presente en el Festival Un Desierto para la Danza fue en el año 2000. Como en esta edición, aquel año Producciones la Lágrima era el grupo anfitrión y yo era parte de la compañía. Desde entonces muchas vidas de mi vida han visto la luz y se han ido para siempre.

Para la vida de la Claudia que soy ahora, estar aquí y disfrutar como espectadora de este Desierto no ha sido cualquier cosa; no ha sido tampoco sólo placer, aunque mucho hay de eso, pero la conciencia del tiempo es algo difícil de aceptar. Y difícil también la conciencia de todo lo que tengo por agradecer a tanta gente que sigue forjando mundos posibles en Sonora, mundos mejores de los que había antes en cuanto a la posibilidad de vivir, de bailar y de vivir bailando en un contexto con el que ahora no es necesario luchar. Un contexto que, además, posibilita vivir bailando y creciendo, teniendo acceso a lo mejor de las propuestas internacionales sin tener que alejarse de la comunidad, de la familia, de los territorios propios… Para mí, que decidí emigrar a la Ciudad de México hace 17 años, esto es una versión muy cercana a mi paraíso.

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Desafortunadamente no pude estar desde el principio y mi experiencia de UDPD 25 comenzó el miércoles 26 con una pre-presentación del próximo libro de Carlos Moncada acerca de los 25 años de vida del Festival. En la mesa estaban el propio Moncada, Adriana Castaños, directora del grupo Anfitrión, y Alejandra Olay, una total cómplice de este magnífico movimiento de la danza en Sonora.

Cada palabra, cada anécdota, cada recuerdo compartido desde esa mesa era un relato de fragmentos esenciales de mi vida; momentos de la historia de la danza en Sonora, tejidos con historias específicas de mi historia personal; personajes, imágenes, circunstancias que son parte de mis más lejanas y más atesoradas memorias.

Momentos después, ese mismo miércoles, y como si no fueran ya suficientes emociones para mí, tengo el placer de disfrutar Bleu de David Barrón, mi maestro, mi amigo, compañero en Antares y después en La Lágrima, y para mi fortuna mi coreógrafo durante estos privilegiados días. (Nota del editor: David, Claudia y compañía presentan coreografía este 4 de mayo).

Con Bleu, David me detonó, a manera de espejo, un profundo y delicado viaje a la nostalgia heredada de los ancestros, de los que estuvieron antes y nos constituyen ahora, de los que vienen, de aquellos que nos hacen saber sin saber de dónde surge lo que sabemos. Acerca de David puedo decir: presencia contundente, madurez escénica, verdad, expresión genuina de lo que le/nos pasa siendo.

Al día siguiente, Sleepwalk Collective  con El entretenimiento en El Teatro Íntimo, un trip digno de los mejores psicotrópicos de mis otras vidas. Si acaso leíste mi crónica Esto no es real, pero el cuerpo no lo sabe”, no tengo más qué decir. Si no la has leído hazlo para que me evites redundar.

Más tarde, un gozoso paseo desde los nostálgicos años noventa hasta sus más recientes producciones fue la retrospectiva de Quiatora Monorriel: 25 años de historia, de una evolución auténtica y comprometida en la investigación del movimiento, del entendimiento y complicidad para vivir compartiendo la pasión y la hazaña de hacer danza con la pareja, del estar-siendo-bailando.

Mi respeto y admiración permanente a Benito y Evoé por tan indiscutibles y grandes logros, por influenciar y seducir con su talento y energía a varias generaciones de bailarines, por tener el teatro lleno y también lleno de amor y reconocimiento.

Entrándole al fin de semana, el viernes disfruté una combinación afortunada de la icónica compañía Delfos y los siempre polémicos y subversivos Foco al Aire. Un deleite para mí ver a una compañía que a estas alturas ya no tendría nada qué demostrar (Delfos), arriesgándose a experimentar y compartir con su público -ya más que cautivo- un radical cambio de lenguaje, una investigación en el fascinante universo de la máscara corporal (Foco al aire), experiencia para muchos difícil de aceptar como danza, pero que si bailas sabes que no cualquiera la domina, ni siquiera el más virtuoso.

Para el sábado un salto cuántico al ser testigo del paso firme da las mentadas y temidas nuevas generaciones de la danza sonorense: Proyecto (R)adio, programa colectivo de 4 coreógrafos cuya coincidencia -además de su juventud- es ser de acá y desarrollar su trabajo fuera.

En general, aunque de cada uno se podría desarrollar algo, puedo decir que me llama la atención una fascinante combinación de frescura y maestría en el trabajo de los intérpretes, dominio total de herramientas posmodernas y estructuras de improvisación, sentido del humor, nuevas identidades de género, un libre juego de la palabra y la voz en escena, pero sobre todo, el placer y el gozo como los principales detonadores de las propuestas.

Para cerrar la semana y el Festival nada más y nada menos que Antares… Qué puedo decir, mi cuna, mi primer hogar, mi entrada a mí misma, Miguel Mancillas y su imperio de seres hermosos y mágicos jugándose TODO en escena, imágenes poderosas que hacían explotar mi cuerpo de poesía y cine, Greenaway, mitos, sueños, relaciones, metáforas poderosas de nuestros miedos y placeres más ocultos, Isaac Chau, el miembro más antiguo de Antares, en su mejor versión como intérprete, probablemente esto es sólo intuición (o tal vez antojo de mi parte), a punto de, o al menos en toda la posibilidad de iniciar una nueva ruta.

En fin, agradecida y contenta de esta maravillosa coincidencia. no estaba planeado estar en el Desierto, me tocó. Muy probablemente el próximo año me programo y lo vivo completo.

Felicidades. A la organización, a la audiencia y al gremio que lo hace posible.

Por Claudia Landavazo

Fotografía de Juan Casanova (ISC) y Benjamín Alonso (CS)

Clausura de UDPD 25. Fotografía de Benjamín Alonso.

Sobre el autor

Claudia Landavazo vive en la Ciudad de México y es egresada de la carrera de Letras de la UNISON. Bailarina y coreógrafa de danza contemporánea, actriz de vez en cuando y se dedica desde hace algunos años a dar clases y al trabajo en comunidades y grupos vulnerables a través de la danza. Forma parte de CARPA Colectivo, donde desarrolla la metodología en Artes de Participación.

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4 comentarios

  1. Buenisima crónica y las fotos ni se diga. Felicidades a Crónica Sonora por tan buenos elementos como los que acaba de aportar recientemente del Desierto para la Danza.

  2. Ese miercoles, me convenci de que soy un tipo afortunado. A fines de 2005 tuve el privilegio de ver bailar a David Barron su coreografia “Bleu” (Azul), aunque no en la programacion de Un Desierto, y esa noche, concluido el acto en MUSAS, le vi bailar “Bleu, nostalgia heredada”. Los nombres de las dos, bailadas entonces y ahora en el Teatro de la Ciudad, con la misma musica (Villa-Lobos, Felipe Villanueva, Ricardo Castro y otros), se parecen. Pero hay una enorme diferencia entre aquella de toque romantico, y esta, de nostalgia a veces dolorosa, embellecida, ciertamente, por el movimiento y, se oira paradojico, mas embellecida por los parentesis de inmovilidad. “Mientras el pianista Alberto Cruz Prieto interpretaba valses de Villa-Lobos, Felipe Villanueva y Mignore, asi como breves, dulces piezas de Faure, Frank, Ricardo Castro y Ponce, David se solazaba en el placer del movimiento y se convertia, con el lenguaje del bailarin, en un eco del lenguaje musical, o mejor, en su complemento y en la respuesta. A veces partia de una posicion basica del ballet clasico, pero siempre hallo el camino para conectarse a la liberrima expresion de la danza contemporanea: te detienes, haces ruidos guturales, dialogas, subrayas, en fin, la danza como una vivencia existencial”

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