Anoche tembló. Eran las 11: 54 cuando vi mi celular, lo único que llevé conmigo al salir a la calle durante la alerta sísmica. En ese momento el sismo ya había pasado. Lo único que recuerdo es que, al bajar las escaleras, desde el sexto piso, el edificio se balanceaba suavemente. Mi novio apresuraba el paso y yo lo seguía más dormida que despierta, sin la conciencia de que descendíamos mientras nos movíamos a causa de un temblor de 8.2 grados Richter, dicen que el sismo más fuerte en 30 años.

Tengo cinco años viviendo en esta ciudad de manera ininterrumpida. Cuando me mudé, desde Hermosillo, uno de los grandes pendientes de mi amá eran los temblores. Les tiene miedo por los recuerdos de la devastación del terremoto del 85’; en aquel entonces ella andaba de viaje por Durango y previo a éste había visitado el Distrito Federal. Como decía, en el tiempo que tengo viviendo aquí he tenido pocas experiencias con los movimientos telúricos, pero no siento ni miedo, ni preocupación, ni angustia. Probablemente es la poca familiaridad con el fenómeno. En Sonora sólo recuerdo haber casi soñado el temblor que ocurrió allá en abril del 2012: estaba dormida, y si supimos de él al día siguiente fue por las noticias y por una de mis hermanas, que estaba haciendo tarea esa noche y confundió el movimiento de las cosas con un mareo provocado por el cansancio estudiantil.

Cabe señalar que esta falta de angustia no quiere decir que no le tenga respeto a las zarandeadas que la tierra produce. De la misma manera, admiro la forma en que la gente aquí en la CDMX responde ante las alertas sísmicas, son años de hacer consciencia ante la experiencia de estos eventos naturales.

Cuando hoy desperté, tempranito como eso de las 7 de la mañana, vi la cantidad de mensajes de amigos y familiares preguntando si “todo bien”. Anoche estaba tan cansada, con tanto sueño, que olvidé decir “todo bien” a mi familia en Sonora. Y pues sí, todo bien. Después de responder a mis papás, vi los mensajes de algunos amigos preocupados queriendo saber sobre mi existencia. Unos más asustados que otros, se comunicaron: mi amiga la precavida, una vez nos contó que siempre tiene lista una maletita con lo necesario para una emergencia, afortunada que se encuentra fuera del país; el chistosito que mandó una foto de un bolillo para el susto; el casero cerciorándose de que todo estuviera en orden y no necesitáramos nada, y las llamadas de otros que se despertaron viendo la noticia del suceso. Hasta el madrugador editor de CS me preguntó que si había temblado, plática que terminó en la promesa de este tembloroso texto.

Aunque en la Ciudad de México no hubo daños graves, las noticias señalan que en Oaxaca tuvieron serios derrumbes, personas atrapadas y fallecidas… Definitivamente el mundo nos está jalando las orejas, las patas y los pelos. O al menos deberíamos de verlo así, yo prefiero entenderlo así.

Entre el remojo causado por las tormentas y huracanes de estas dos últimas semanas, este temblor que sacó sustos y los otros sucesos escandalosos que deberían provocar terremotos humanos que estremecieran nuestra cotidianeidad -sí, esas estafas maestras y los informes coloreados con florecitas que buscan cubrir socavones repletos de transas, falacias, fraudes y pillaje- más vale decir, muy a nuestro pesar, que “todo bien”.

Por Magaly Vásquez

Sobre el autor

Margarita Vásquez Montaño, mejor conocida como Magaly o “la Maga”, es una sonorense que hizo del altiplano mexicano su segundo hogar. Feminista crítica, soñadora rebelde y amante de los días de sol, de una buena charla, de la sabrosa lectura de un poema y de la fortuna de disfrutar la espontaneidad del día a día. Egresada de la Universidad de Sonora, Maestra y Doctora en Historia por El Colegio de México. Se ha especializado en la historia de las mujeres del siglo XX. Escribe además crónica, narrativa y poesía de vez en vez. Actualmente radica en Toluca, Estado de México donde trabaja como profesora investigadora de El Colegio Mexiquense.

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